5 de octubre
San Plácido y sus compañeros, mártires
(† 541)
San Plácido, hijo de Tértulo, sernador romano, fue desde la edad de siete años encomendado a la disciplina del gran patriarca san Benito, venerado a la sazón en toda Italia por la excelencia de su santidad. Llevóle pues su padre al santo para que por sí mismo le educase en el monasterio de Subiaco; donde se aventajó tanto Plácido en letras y virtudes, que era por ellas admirado de todos.
Refiere san Gregorio que enviándole un día san Benito a sacar agua de cierta laguna que estaba no lejos del monasterio, cayó en ella y fue arrastrado por las olas hasta un tiro de piedra adentro del lago; mas teniendo su santo maestro revelación del triste suceso, llamó a otro discípulo suyo llamado Mauro y le mandó que prontamente acudiese a socorrer a Plácido. Llegó Mauro a la laguna, y sin pensar siquiera en el peligro en que se ponía, se entró en ella, caminando sobre las aguas sin hundirse, y tomando a Plácido por los cabellos le sacó a la orilla sano y salvo.
Era este santo mancebo compañero más predilecto del santo abad, tanto, que cuando san Benito hizo brotar de su peñasco una copiosa fuente para abastecer de agua al monasterio, quiso que Plácido fuese testigo de aquel prodigio; y cuando fue a echar por tierra los ídolos que se adoraban en el Monte Casino, y a fundar en él la casa que había de ser como la cabeza de su orden, también llevó a Plácido por su compañero.
Habiendo Tértulo su padre hecho donación a san Benito de muchas y grandes posesiones que tenía en Sicilia, mandó el santo patriarca allá a su amado discípulo Plácido para que fundase un monasterio, dándole por compañero a Donato y Gordiano, dos santos monjes de la casa de Monte Casino.
Fabricó Plácido el nuevo monasterio no lejos del puerto de Mesina, cuya iglesia dedicó a san Juan Bautista. Treinta caballeros jóvenes, maravillados de sus virtudes y prodigios, abrazaron la vida monástica, y en breve tiempo fue aquella religiosa colonia vivo retrato de Monte Casino.
Dos hermanos suyos, Eutiquio y Victorino, con su hermana Flavia fueron a visitarle, y cuando estaban resueltos a renunciar a todos los bienes de la tierra para ganar los del cielo, el Señor les abrevió el camino para conseguir la eterna felicidad, porque habiendo el famoso pirata Manuca hecho un desembarco en Sicilia, y entrado en el monasterio, prendió a Plácido con todos sus monjes, y también a Eutiquio, Victorino y Flavia, mandándoles adorar sus falsos dioses; mas como en lugar de esto confesasen con grande fervor a Jesucristo, todas aquellas inocentes víctimas, en número de treinta y tres, fueron sacrificadas.
Pero el Señor castigó a aquellos bárbaros, porque haciéndose a la vela y estando todavía delante del puerto de Mesina se levantó una brava tormenta en que todos perecieron.
Reflexión: ¡Por qué caminos tan extraños llevó el Señor a estos santos a tan gloriosa victoria! ¡Verdaderamente son ocultos los designios de Dios e inescrutables sus juicios! Es indudable que sobre cada uno de nosotros tiene el Todopoderoso trazados sus planes, distintos sí, pero todos ellos encaminados a nuestro mayor bien espiritual; y la ejecución de ellos depende en grande parte de nuestra cooperación a las divinas inspiraciones. Quien resiste a los toques de la gracia, muy cerca está de perderse. Dejémonos, pues, conducir por su amorosa Providencia, y estemos seguros de que las que el mundo llama desgracias no son sino medios de que Dios se vale para acrisolar las almas y llevarlas al cielo.
Oración: ¡Oh Dios! que nos concedes la gracia de celebrar el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Plácido y sus compañeros; otórganos la dicha de gozar en su compañía de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)