5 de noviembre
Santa Bertila, abadesa
(† 692)
La ejemplarísima abadesa santa Bertila, fue francesa de nación, e hija de padres muy nobles e ilustres, en el territorio de Soissons.
Desde su niñez fue muy inclinada a toda piedad, y deseosa de toda virtud. Era en extremo retirada, modesta y sincera en su trato: huía todo vano entretenimiento, y cualquier estorbo que la pudiese distraer de sus santos intentos de servir a Dios nuestro Señor, y de gozar de su dulce trato en la oración.
Entrando en más años, anhelaba a mayor perfección: y aunque en la casa de sus padres podía gozar de todos los bienes y gustos del mundo, lo hallaba todo tan sin jugo y sustancia, que generosamente se dio a buscar un solo y perfecto bien, en que hallase una satisfacción y paz cabal. Fue grande el cuidado que nuestro Señor tuvo de su sierva; y su divina y dulcísima disposición la guiaba por las seguras sendas de una vida santísima.
Entendiendo, pues, sus padres, que estaba tocada de Dios, la llevaron al monasterio de Jouarre, que estaba a cuatro leguas de Meaux, en donde la abadesa santa Telchildes y todas sus monjas la recibieron con singulares muestras de gozo. Allí consagró a Dios todos sus adornos, despojóse de todos los vestidos de seda, de los anillos y joyas preciosas, se cortó las trenzas de sus hermosos cabellos, y trocó los atavíos mundanos por el hábito pobre de sierva de Jesucristo.
Encendióse con una emulación santa y generosa en imitar a sus religiosas hermanas; ni había acción virtuosa, que no tratase de copiar en sí misma, chupando y convirtiendo en sí, como cuidadosa abeja, lo más precioso y escogido de cada flor. Servía a sus hermanas enfermas con dulcísima caridad en los oficios más humildes, enseñaba toda virtud a las niñas nobles que se educaban en el monasterio: y recibiendo a las personas que la visitaban, derramaba un perfume de santidad que parecía del cielo.
Tenía el cargo de priora, cuando la esposa de Clodoveo reedificó la abadía de Chelles, y fue nombrada, con aprobación común, primera abadesa de aquel monasterio. Fueron muchas las señoras y doncellas ilustres que, por su ejemplo y conversación, se movieron a dejar las cosas del mundo y abrazarse con la pobreza y humildad de Jesucristo; y entre otras princesas extranjeras, tomó el hábito de su mano, Hereswita, reina de los ingleses orientales, y más tarde también Batilde, viuda de Clodoveo II.
Finalmente habiendo Bertila gobernado santísimamente aquel monasterio por espacio de cuarenta y seis años, y llegado a una ancianidad venerable por los méritos y los días, entre tiernas lágrimas de todas sus hijas, y abrazada con una imagen de su Redentor crucificado, entregó su espíritu en las manos de Dios.
Reflexión: Toda mortificación y austeridad se hace leve cuando se ama a Dios y se desea contemplar la claridad y hermosura de su divino rostro. Así lo vemos en toda la vida de santa Bertila. Sí: cuando hay amor de Dios, los ayunos no se cumplen ya con repugnancia: los trabajos de cada día ya no tienen nada de penosos: la separación de los amigos y parientes no inspira ya tristeza: y un alma así dispuesta, llena de desprecio por todas las cosas presentes, animada de un solo deseo que la arrebata sobre todo, merece la muerte de amor, la muerte del justo.
Oración: Óyenos, oh Dios Salvador nuestro, para que, así como nos alegramos en la fiesta de tu bienaventurada virgen Bertila, así aprendamos de ella el afecto de su piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)