JUEVES DE PASIÓN
Simple
(ornamentos morados)
“Dichosos los que viven sin mancilla;
los que andan según la ley del Señor”.
(Salmos CXVIII, 1)
Epístola
En aquellos días Oró Azarías, al Señor, diciendo: “Te rogamos que por amor de tu nombre no nos abandones para siempre, ni destruyas tu alianza, ni apartes de nosotros tu misericordia, por amor de Abrahán, tu amado, y de Isaac siervo tuyo, y de Israel tu santo, a los cuales hablaste, prometiendo que multiplicarías su linaje como las estrellas del cielo, y como la arena en la playa del mar. Porque nosotros, oh Señor, hemos sido empequeñecidos más que todas las naciones, y estamos hoy día abatidos en todo el mundo por causa de nuestros pecados. Y no tenemos en este tiempo príncipe ni caudillo, ni profeta, ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrenda, ni incienso, ni lugar (donde presentarte) las primicias, a fin de poder alcanzar tu misericordia. Pero recíbenos Tú, contritos de corazón, y con espíritu humillado. Como el holocausto de los carneros y toros, y los millares de gordos corderos, así sea hoy nuestro sacrificio delante de Ti, para que te sea acepto; pues jamás quedan confundidos los que en Ti confían. Te seguimos ahora de todo corazón, y te tememos, y buscamos tu rostro. No quieras confundirnos; haz con nosotros según la mansedumbre tuya, y según tu grandísima misericordia. Líbranos con tus prodigios, y glorifica, oh Señor, tu Nombre. Avergonzados queden todos cuantos hacen sufrir tribulaciones a tus siervos; queden confundidos por medio de todo tu poder y sea aniquilada su fuerza; y sepan que Tú eres el Señor, Dios único y glorioso en la redondez de la tierra”.
Daniel III, 25, 34-35
Evangelio
En aquel tiempo: Rogó a Jesús uno de los fariseos, que fuese a comer con él, y habiendo entrado (Jesús) en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús se encontraba reclinado a la mesa en casa del fariseo, tomó consigo un vaso de alabastro, con ungüento; y, colocándose detrás de Él, a sus pies, y llorando con sus lágrimas bañaba sus pies y los enjugaba con su cabellera; los llenaba de besos y los ungía con el ungüento. Viendo lo cual el fariseo que lo había convidado dijo para sus adentros: “Si Éste fuera profeta, ya sabría quién y de qué clase es la mujer que lo está tocando, que es una pecadora”. Entonces Jesús respondiendo (a sus pensamientos) le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. Y él: “Dilo, Maestro”. Y dijo: “Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tuviesen con qué pagar, les perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?”. Simón respondió diciendo: “Supongo que aquel a quien más ha perdonado”. Él le dijo: “Bien juzgaste”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Vine a tu casa, y tú no vertiste agua sobre mis pies; mas ésta ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el ósculo; mas ella, desde que entró, no ha cesado de besar mis pies. Tú no ungiste con óleo mi cabeza; ella ha ungido mis pies con ungüento. Por lo cual, te digo, se le han perdonado sus pecados, los muchos, puesto que ha amado mucho. A la inversa, aquel a quien se perdone poco, ama poco”. Después dijo a ella: “Tus pecados se te han perdonado”. Entonces, los que estaban con Él a la mesa se pusieron a decir entre sí: “¿Quién es Éste, que también perdona pecados?”. Y dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado: ve hacia la paz”.
Lucas VII, 36-50
Visto en: Santo Evangelio del Día (https://santoevangeliodia.blogspot.com/)