SÁBADO DESPUÉS DE LA DOMÍNICA III DE CUARESMA
Simple
(ornamentos morados)
“Porque a ti, te invoco, Señor
¡Muy de mañana oirás mi voz!”.
(Salmos V, 4)
Epístola
En aquellos días: Había un varón que habitaba en Babilonia, llamado Joaquín; el cual se casó con una mujer que se llamaba Susana, hija de Helcías, hermosa en extremo y temerosa de Dios; porque sus padres, que eran justos, instruyeron a su hija según la Ley de Moisés. Era Joaquín muy rico, y tenía un jardín junto a su casa, al cual concurrían muchos judíos, por ser él el más ilustre de todos. Aquel año fueron elegidos jueces del pueblo, dos ancianos de aquellos de quienes dijo el Señor: “Salió la iniquidad de Babilonia, de los ancianos jueces, los cuales parecían gobernar al pueblo”. Frecuentaban estos la casa de Joaquín, donde acudían a ellos todos cuantos tenían algún pleito. Y cuando al mediodía se iba la gente, entraba Susana a pasearse por el jardín de su marido. Los viejos la veían cada día cómo entraba a pasearse; y se inflamaron en malos deseos hacia ella, de tal manera que pervirtieron su mente y desviaron sus ojos para no mirar al cielo ni acordarse de sus justos juicios. Mientras estaban aguardando una ocasión oportuna, entró ella en el jardín, como solía todos los días; acompañada solamente de dos doncellas, y quiso bañarse en el jardín, pues hacía calor. No había en él nadie, sino los dos viejos, que se habían escondido y la estaban acechando. Mandó ella a las doncellas: “Traedme el aceite y los perfumes, y cerrad las puertas del jardín; pues quiero bañarme”. Apenas se hubieron ido las criadas, se levantaron los dos viejos y corriendo hacia ella le dijeron: “Mira, las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros estamos enamorados de ti. Condesciende con nosotros, y cede a nuestros deseos. Porque si te resistieres a ello, testificaremos contra ti, diciendo que estaba contigo un joven, y que por eso despachaste a las doncellas”. Entonces Susana prorrumpió en gemidos y dijo: “Estrechada me hallo por todos lados; porque si hago eso que queréis, muerte es para mí; y si no lo hago, no me libraré de vuestras manos. Pero mejor es para mí caer en vuestras manos, sin haber hecho tal cosa, que pecar en la presencia del Señor”. Y dio Susana un fuerte grito; pero gritaron también los viejos contra ella. Y uno de ellos corrió a las puertas del jardín y las abrió. Cuando los criados de la casa oyeron el grito en el jardín, corrieron allá por la puerta excusada para ver lo que era. Mas después que los viejos hubieron hablado, quedaron los criados sumamente avergonzados; porque nunca tal cosa se había dicho de Susana. Al día siguiente concurrió el pueblo a la casa de Joaquín, su marido, y vinieron también los dos viejos, llenos de perversos pensamientos contra Susana, para condenarla a muerte. Dijeron en presencia del pueblo: “Envíese a llamar a Susana, hija de Helcías, mujer de Joaquín”. Y enviaron por ella. La cual vino con sus padres e hijos y todos sus parientes. Entretanto lloraban los suyos y cuantos la conocían. Luego se levantaron los dos viejos en medio del pueblo y pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, empero, llorando alzó sus ojos al cielo; porque su corazón estaba lleno de confianza en el Señor. Y dijeron los viejos: “Estándonos paseando solos en el jardín, entró ésta con dos criadas; y cerró las puertas del jardín, enviando fuera a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido, y pecó con ella. Nosotros que estábamos en un lado del jardín, viendo la maldad fuimos corriendo adonde estaban, y los hallamos en el mismo acto. Mas al joven no pudimos prenderlo, porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó corriendo, pero habiendo apresado a ésta, la preguntamos quién era el joven, y no nos lo quiso manifestar. De esto somos testigos”. La asamblea les dio crédito, como a ancianos que eran y jueces del pueblo, y la condenaron a muerte. Entonces Susana clamó en alta voz, y dijo: “Oh Dios eterno, que conoces las cosas ocultas, que sabes todas las cosas aun antes que sucedan, Tú sabes que éstos han levantado contra mí testimonio falso; y he aquí que yo muero sin haber hecho nada de lo que éstos han inventado maliciosamente contra mí”. Y oyó el Señor su oración. Pues cuando la conducían al suplicio, el Señor suscitó el santo espíritu de un tierno jovencito por nombre Daniel; el cual, a grandes voces, comenzó a gritar: “Inocente soy yo de la sangre de ésta”. Y volviéndose hacia él toda la gente, le dijeron: “¿Qué es lo que dices?”. Mas él, estando de pie en medio de ellos, dijo: “¿Tan insensatos sois, oh hijos de Israel, que sin examinar y sin conocer la verdad, habéis condenado a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque éstos han dicho falso testimonio contra ella”. Volvió el pueblo, a toda prisa; y los ancianos le dijeron (a Daniel): “Ven, y siéntate en medio de nosotros e instrúyenos; ya que te ha concedido Dios la honra de ancianía”. Y dijo Daniel al pueblo: “Separad a éstos lejos el uno del otro, y yo los examinaré”. Cuando estuvieron separados el uno del otro, llamó a uno de ellos y le dijo: “Envejecido en la maldad, ahora caerán sobre ti los pecados que has cometido antes, cuando pronunciabas injustas sentencias, oprimías a los inocentes y librabas a los malvados, a pesar de que el Señor tiene dicho: ‘No harás morir al inocente y justo’. Ahora bien, si la viste, di: ¿Bajo qué árbol los viste confabular entre sí?”. Respondió él: “Debajo de un lentisco”. A lo cual replicó Daniel: “Ciertamente que contra tu cabeza has mentido; pues he aquí que el ángel del Señor, por sentencia que ha recibido de Él, te partirá por medio”. Y habiendo hecho retirar a éste, hizo venir al otro, y le dijo: “Raza de Canaán, y no de Judá, la hermosura te fascinó, y la pasión pervirtió tu corazón. Así os portabais con las hijas de Israel, las cuales por miedo condescendían con vosotros; pero esta hija de Judá no sufrió vuestra maldad. Ahora bien, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste tratando entre sí?”. Él respondió: “Debajo de una encina”. A lo que repuso Daniel: “Ciertamente que también tú mientes contra tu cabeza; pues el ángel del Señor está esperando con la espada en la mano para partirte por medio y así exterminaros”. Entonces toda la asamblea exclamó en alta voz, bendiciendo a Dios que salva a los que ponen en Él su esperanza. Y se levantaron contra los dos viejos, a los cuales Daniel había convencido por su propia boca de haber proferido un falso testimonio, y les hicieron el mal que ellos habían intentado contra su prójimo; y cumpliendo la Ley de Moisés los mataron, con lo que fue salvada en aquel día la sangre inocente.
Daniel XIII, 1-9, 15-17, 19-30, 33-62
Evangelio
En aquel tiempo: Jesús se fue al Monte de los Olivos. Por la mañana reapareció en el Templo y todo el pueblo vino a Él, y sentándose les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos llevaron una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. Ahora bien, en la Ley, Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Y Tú, qué dices?”. Esto decían para ponerlo en apuros, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir en el suelo, con el dedo. Como ellos persistían en su pregunta, se enderezó y les dijo: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, tire el primero la piedra contra ella”. E inclinándose de nuevo, se puso otra vez a escribir en el suelo. Pero ellos, después de oír aquello, se fueron uno por uno, comenzando por los más viejos, hasta los postreros, y quedó Él solo, con la mujer que estaba en medio. Entonces Jesús, levantándose, le dijo: “Mujer, ¿dónde están ellos? ¿Ninguno te condenó?”. “Ninguno, Señor”, respondió ella. Y Jesús le dijo: “Yo no te condeno tampoco. Vete, desde ahora no peques más”.
Juan VIII, 1-11
Visto en: Santo Evangelio del Día (https://santoevangeliodia.blogspot.com/)