VIERNES DESPUÉS DE LA DOMÍNICA III DE CUARESMA
Simple
(ornamentos morados)
“Inclina, Señor, tu oído y escúchame:
porque miserable soy y pobre.”
(Salmos LXXXV, 1)
Epístola
En aquellos días: Reuniéronse los hijos de Israel contra Moisés y Aarón y amotinados dijeron: Dadnos agua para beber. Con esto, Moisés y Aarón retirándose del pueblo fueron a la entrada del Tabernáculo de la Reunión, donde se postraron sobre sus rostros; y se les apareció la gloria del Señor. Y el Señor Dios habló a Moisés, diciendo: “Toma la vara, y reúne al pueblo, tú y Aarón tu hermano; y en presencia de ellos hablad a la peña, y ella dará sus aguas. Así les sacarás agua de la peña, y darás de beber al pueblo y a sus ganados”. Tomó Moisés la vara de delante del Señor, como Él se lo había mandado. Y congregando Moisés y Aarón al pueblo frente a la peña, les dijo (Moisés): “Escuchad, rebeldes. ¿Por ventura podremos sacaros agua de esta peña?”. Y alzó Moisés la mano, y después de herir la peña dos veces con su vara salieron aguas abundantes; y bebió el pueblo y su ganado. Mas el Señor dijo a Moisés y a Aarón: “Por cuanto no habéis tenido fe en Mí y no me habéis santificado ante los hijos de Israel, no introduciréis este pueblo en la tierra que Yo les he dado”. Éstas son las aguas de Meribá, donde se querellaron los hijos de Israel contra Yahvé; y Él les dio una prueba de su santidad.
Números XX, 3, 6-10
Evangelio
En aquel tiempo: Llegó Jesús a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la posesión que dio Jacob a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, pues, fatigado del viaje, se sentó así junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dijo: “Dame de beber”. Entretanto, sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar víveres. Entonces la samaritana le dijo: “¿Cómo Tú, judío, me pides de beber a mí que soy mujer samaritana?”. Porque los judíos no tienen comunicación con los samaritanos. Jesús le respondió y dijo: “Si tú conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: ‘Dame de beber’, quizá tú le hubieras pedido a Él, y Él te habría dado agua viva”. Ella le dijo: “Señor, Tú no tienes con qué sacar, y el pozo es hondo; ¿de dónde entonces tienes esa agua viva? ¿Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él mismo, y sus hijos y sus ganados?” Respondiole Jesús: “Todos los que beben de esta agua, tendrán de nuevo sed; mas quien beba el agua que Yo le daré, no tendrá sed nunca, sino que el agua que Yo le daré se hará en él fuente de agua surgente para vida eterna”. Díjole la mujer: “Señor, dame esa agua, para que no tenga más sed, ni tenga más que venir a sacar agua”. Él le dijo: “Ve a buscar a tu marido, y vuelve aquí”. Replicole la mujer y dijo: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Bien has dicho: ‘No tengo marido’; porque cinco maridos has tenido, y el hombre que ahora tienes, no es tu marido; has dicho la verdad”. Díjole la mujer: “Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres adoraron sobre este monte; según vosotros, en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Mujer, créeme a Mí, porque viene la hora, en que ni sobre este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros, adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ya ha llegado, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre desea que los que adoran sean tales. Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad”. Díjole la mujer: “Yo sé que el Mesías –es decir el Cristo– ha de venir. Cuando Él venga, nos instruirá en todo”. Jesús le dijo: “Yo lo soy. Yo que te hablo”. En este momento llegaron los discípulos, y quedaron admirados de que hablase con una mujer. Ninguno, sin embargo, le dijo: “¿Qué preguntas?” o “¿Qué hablas con ella?” Entonces la mujer, dejando su cántaro, se fue a la ciudad, y dijo a los hombres: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿no será éste el Cristo?”. Y salieron de la ciudad para ir a encontrarlo. Entretanto los discípulos le rogaron: “Rabí, come”. Pero Él les dijo: “Yo tengo un manjar para comer, que vosotros no conocéis”. Y los discípulos se decían entre ellos: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Mas Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió y dar cumplimiento a su obra. ¿No decís vosotros: Todavía cuatro meses, y viene la siega? Y bien, Yo os digo: Levantad vuestros ojos, y mirad los campos, que ya están blancos para la siega. El que siega, recibe su recompensa y recoge la mies para la vida eterna, para que el que siembra se regocije al mismo tiempo que el que siega. Pues en esto se verifica el proverbio: ‘Uno es el que siembra, otro el que siega’. Yo os he enviado a cosechar lo que vosotros no habéis labrado. Otros labraron, y vosotros habéis entrado en (posesión del fruto de) sus trabajos”. Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer que testificaba diciendo: “Él me ha dicho todo cuanto he hecho”. Cuando los samaritanos vinieron a Él, le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron a causa de su palabra, y decían a la mujer: “Ya no creemos a causa de tus palabras; nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Juan IV, 5-42
Visto en: Santo Evangelio del Día (https://santoevangeliodia.blogspot.com/)