VIERNES DENTRO DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
Simple
(ornamentos morados)
“Pregonan los cielos la gloria de Dios y
el firmamento anuncia las obras de sus manos”.
(Salmos XV, 2)
Epístola
En aquellos días: Enfermó el hijo de la mujer, dueña de la casa, y fue su enfermedad muy grave, de suerte que quedó sin espiración. Dijo entonces ella a Elías: “¿Qué tengo yo que ver contigo, oh varón de Dios? ¿Has venido a mi casa para traer a la memoria mi pecado y matar a mi hijo?”. Contestó él: “Dame tu hijo”, y tomándolo del regazo de ella, lo llevó a la cámara alta donde él habitaba y lo acostó sobre su cama; e invocando a Yahvé dijo: “¡Oh Yahvé, Dios mío! ¿Cómo es que has hecho mal a la viuda que me ha dado hospedaje, haciendo morir a su hijo?”, tendiéndose tres veces sobre el niño e invocando a Yahvé dijo: “¡Oh Yahvé, te ruego, haz que vuelva el alma de este niño a su cuerpo!”. Oyó Yahvé la voz de Elías, y volvió el alma del niño a entrar en su cuerpo y revivió. Luego Elías tomó al niño, y bajándolo de la cámara alta a la casa, lo entregó a su madre, y le dijo Elías: “¡Mira, tu hijo vive!”. Entonces dijo la mujer a Elías: “Ahora conozco que eres varón de Dios, y que la palabra de Yahvé en tu boca es verdad”.
III Reyes XVII, 17-24
Evangelio
En aquel tiempo: Había uno que estaba enfermo, Lázaro de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana. María era aquella que ungió con perfumes al Señor y le enjugó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro estaba, pues, enfermo. Las hermanas le enviaron a decir: “Señor, el que Tú amas está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea por ella glorificado”. Y Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro. Después de haber oído que estaba enfermo se quedó aún dos días allí donde se encontraba. Sólo entonces dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”. Sus discípulos le dijeron: “Rabí, hace poco te buscaban los judíos para lapidarte, ¿y Tú vuelves allá?”. Jesús repuso: “¿No tiene el día doce horas? Si uno anda de día, no tropieza, porque tiene luz de este mundo. Pero si anda de noche, tropieza, porque no tiene luz”. Así habló Él; después les dijo: “Lázaro nuestro amigo, se ha dormido; pero voy a ir a despertarlo”. Dijéronle los discípulos: “Señor, si duerme, sanará”. Mas Jesús había hablado de su muerte, y ellos creyeron que hablaba del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: “Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí a causa de vosotros, para que creáis. Pero vayamos a él”. Entonces Tomás, el llamado Dídimo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con Él”. Al llegar, oyó Jesús que llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania se encuentra cerca de Jerusalén, a unos quince estadios. Muchos judíos habían ido a casa de Marta y María para consolarlas por causa de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús llegaba, fue a su encuentro, en tanto que María se quedó en casa. Marta dijo, pues, a Jesús: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero sé que lo que pidieres a Dios, te lo concederá”. Díjole Jesús: “Tu hermano resucitará”. Marta repuso: “Sé que resucitará en la resurrección en el último día”. Replicole Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque muera, revivirá. Y todo viviente y creyente en Mí, no morirá jamás. ¿Lo crees tú?”. Ella le respondió: “Sí, Señor. Yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene a este mundo”. Dicho esto, se fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en secreto: “El maestro está ahí y te llama”. Al oír esto, ella se levantó apresuradamente, y fue a Él. Jesús no había llegado todavía a la aldea, sino que aún estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, al verla levantarse tan súbitamente y salir, le siguieron, pensando que iba a la tumba para llorar allí. Cuando María llegó al lugar donde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies, y le dijo: “Señor, si Tú hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Y Jesús, viéndola llorar, y llorar también a los judíos que la acompañaban, se estremeció en su espíritu, y se turbó a sí mismo. Y dijo: “¿Dónde lo habéis puesto?”. Le respondieron: “Señor, ven a ver”. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: “¡Cuánto lo amaba!”. Algunos de entre ellos, sin embargo, dijeron: “El que abrió los ojos del ciego, ¿no podía hacer que éste no muriese?”. Jesús de nuevo estremeciéndose en su espíritu, llegó a la tumba: era una cueva; y tenía una piedra puesta encima. Y dijo Jesús: “Levantad la piedra”. Marta, hermana del difunto, le observó: “Señor, hiede ya, porque es el cuarto día”. Repúsole Jesús: “¿No te he dicho que, si creyeres, verás la gloria de Dios?”. Alzaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias por haberme oído. Bien sabía que siempre me oyes, mas lo dije por causa del pueblo que me rodea, para que crean que eres Tú quien me has enviado”. Cuando hubo hablado así, clamó a gran voz: “¡Lázaro, ven fuera!”. Y el muerto salió, ligados los brazos y las piernas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo, y dejadlo ir”. Muchos judíos, que habían venido a casa de María, viendo lo que hizo, creyeron en Él.
Juan XI, 1-45