LUNES DESPUÉS DE LA DOMÍNICA IV DE CUARESMA
Simple
(ornamentos morados)
“Sé para mí, Dios y protector y un alcázar de
refugio para ponerme en salvo”.
(Salmos XXX, 3)
Epístola
En aquellos días: Vinieron entonces al rey dos mujeres rameras, y presentándose delante de él, dijo la primera: “¡Óyeme, señor mío! Yo y esta mujer habitábamos en la misma casa; y di a luz un niño, junto a ella en la casa. Tres días después de mi parto, dio a luz también esta mujer. Permanecíamos juntas; ninguna persona extraña se hallaba con nosotras en casa, sino que tan sólo nosotras dos estábamos en casa. Una noche murió el niño de esta mujer, por haberse ella acostado sobre él. Y levantándose ella a medianoche, quitó mi niño de junto a mí, estando dormida tu sierva, y lo puso en su seno, en tanto que a su hijo muerto lo puso en mi seno. Cuando me levanté por la mañana a dar el pecho a mi hijo, vi que estaba muerto. Mas mirándole con mayor atención, a la luz del día; reconocí que no era el hijo mío, el que yo había dado a luz”. Respondió la otra mujer: “¡No, sino que mi hijo es el vivo, y tu hijo el muerto!”. La primera, empero, decía: “¡No, sino que tu hijo es el muerto, y el mío el Vivo!”. Y así altercaban ante el rey. Entonces dijo el rey: “Esta dice: Mi hijo es el vivo, y tu hijo el muerto; y aquélla dice: No, sino que tu hijo es el muerto, y el mío el vivo”. Y ordenó el rey: “Traedme una espada”, y trajeron la espada ante el rey, el cual dijo: “Partid el niño vivo en dos, y dad la mitad a la una, y la otra mitad a la otra”. En este momento la mujer cuyo niño era el vivo, habló al rey —porque se le conmovían las entrañas por amor a su hijo— y dijo: “¡Óyeme, señor mío! ¡Dadle a ella el niño vivo, y de ninguna manera lo matéis!”; en tanto que la otra decía: “¡No ha de ser ni mío ni tuyo, sino divídase!”. Entonces tomó el rey la palabra y dijo: “¡Dad a la primera el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre!”. Oyó todo Israel el fallo que había dictado el rey; y todos tuvieron profundo respeto al rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios para administrar justicia.
III Reyes III, 16-28
Evangelio
En aquel tiempo: La Pascua de los judíos estaba próxima, y Jesús subió a Jerusalén. En el Templo encontró a los mercaderes de bueyes, de ovejas y de palomas, y a los cambistas sentados (a sus mesas). Y haciendo un azote de cuerdas, arrojó del Templo a todos, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas. Y a los vendedores de palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”. Y sus discípulos se acordaron de que está escrito: El celo de tu Casa me devora”. Entonces los judíos le dijeron: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces estas cosas?”. Jesús les respondió: “Destruid este Templo, y en tres días Yo lo volveré a levantar”. Replicáronle los judíos: “Se han empleado cuarenta y seis años en edificar este Templo, ¿y Tú, en tres días lo volverás a levantar?”. Pero Él hablaba del Templo de su cuerpo. Y cuando hubo resucitado de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron a la Escritura y a la palabra que Jesús había dicho. Mientras Él estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los milagros que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque a todos los conocía, y no necesitaba de informes acerca del hombre, conociendo por sí mismo lo que hay en el hombre.
Juan II, 13-25
Visto en: Santo Evangelio del Día (https://santoevangeliodia.blogspot.com/)