Levate, Pío IX, 27 de octubre de 1867

Pío IX
Pío IX

CARTA ENCÍCLICA

LEVATE

DEL SUMO PONTÍFICE

PÍO IX

SOBRE DIVERSAS CALAMIDADES QUE AFLIGEN A LA IGLESIA

 

Venerables Hermanos, Salud y Bendición Apostólica

1. El cuadro de calamidades.

Levantad, Venerables Hermanos, los ojos a vuestro alrededor y veréis, y juntamente con Nosotros vehementemente lamentaréis, las pésimas abominaciones con las que sobre todo la pobre Italia está actualmente perturbada; Nosotros en verdad adoramos humildemente los inescrutables juicios de Dios a quien plugo que viviéramos en estos luctuosísimos tiempos en los cuales las obras de algunos hombres y sobre todo de aquellos que en la infelicísima Italia rigen y gobiernan la república, desprecian enteramente los venerables mandatos de Dios y las leyes de la Santa Iglesia, mientras la impiedad levanta en alto impunemente la cabeza, y triunfa. De lo cual provienen todas las iniquidades, males y castigos que contemplamos con suma aflicción de Nuestro ánimo. De aquí aquellas múltiples falanges de hombres que caminando en la impiedad, militan bajo el estandarte de Satanás, en cuya frente está escrito: “Mentira”, los cuales convocados en nombre de la rebelión y poniendo su boca en el cielo blasfeman de Dios, infaman y desprecian todo lo sagrado, y pisotean todos los derechos divinos y humanos, semejantes a lobos rapaces, anhelan la presa, derraman la sangre, pierden las almas con sus gravísimos escándalos, buscan con suma injusticia el lucro de la propia malicia, y arrebatan violentamente lo ajeno, contristan al pequeño y al pobre, aumentan el número de las viudas y huérfanos, y después de haber recibido mercedes, conceden venias a los impíos, mientras niegan la justicia al justo y lo despojan, y con el corazón corrompido, se esfuerzan torpemente en llevar a cabo los más depravados deseos con máximo daño de la misma sociedad civil.

2. El gobierno de Piamonte y la Santa Sede.

Estamos actualmente, Venerables Hermanos, rodeados visiblemente de este género de hombres perdidos. Estos hombres del todo animados por el espíritu diabólico pretenden colocar la bandera de la mentira en esta misma alma Urbe Nuestra, junto a la Cátedra de Pedro, centro de la verdad y la unidad católica. Pero los que dirigen el gobierno del Piamonte, que deberían reprimir semejantes hombres, no se avergüenzan en fortalecerlos con todo empeño y en proporcionarles armas, y todo lo necesario, facilitándoles el camino a esta urbe. Pero estremézcanse todos estos hombres por más que estén colocados en el suprema grado y lugar de la potestad civil, como quiera que con esta inicua manera de proceder se ligan con nuevos lazos de penas si bien en la humildad de Nuestro corazón no desistimos de rogar y obsecrar a Dios, rico en misericordia para que se digne hacer volver a todos estos hombres muy desgraciados a la penitencia saludable y al recto camino de la justicia, religión y piedad, con todo no podemos callar los gravísimos peligros a los que estamos expuestos en estas horas de tinieblas. Por más que se Nos excite con malvados fraudes, calumnias, insidias y mentiras, esperamos con ánimo enteramente tranquilo la marcha de los acontecimientos, como quiera que colocamos toda Nuestra esperanza y confianza en Dios Salvador Nuestro, que es Nuestra ayuda y fortaleza en todas Nuestras tribulaciones y que no tolera que sean confundidos los que esperan en El, y vuelve sobre ellos las insidias de los impíos y quebranta las cervices de los pecadores. Mientras tanto no podemos dejar de denunciar a vosotros, Venerables Hermanos, y a todos los fieles encomendados a vuestro cuidado, el tristísimo estado y los gravísimos peligros en que actualmente nos hallamos por obra del gobierno piamontés. Puesto que, si bien estamos defendidos por la valentía y devoción de Nuestro fidelísimo ejército, que habiendo realizado preclaras hazañas demostró una fortaleza casi heroica, es evidente que el mismo no puede resistir largo tiempo a un número mucho mayor de injustísimos agresores. Y si bien no nos depara pequeña consolación la piedad filial que Nos demuestra el resto de Nuestros súbditos reducido a un pequeño número por los criminales usurpadores, Nos vemos, sin embargo, obligados a dolernos vehementemente de que ellos no puedan dejar de sentir los gravísimos peligros que provienen de los desenfrenados escuadrones de hombres criminales, que continuamente los aterrorizan con amenazas, los despojan y los vejan de todas maneras.

3. La Iglesia en Rusia y Polonia.

Pero Nos vemos obligados a deplorar otros males, nunca bastante llorados, Venerables Hermanos. Sobre todo por Nuestra alocución consistorial tenida el día 29 del mes de octubre del año pasado y luego por la narración provista de argumentos, que fue dada a la imprenta, conocisteis muy bien con cuantas calamidades se están vejando e hiriendo, de un modo lamentable, la Iglesia Católica y sus hijos en el imperio ruso y en el reino de Polonia.

Puesto que los sagrados obispos católicos, los varones eclesiásticos y los fieles laicos, han sido arrojados al destierro, encerrados en cárceles y de mil maneras perseguidos, despojados de los propios bienes y afligidos y oprimidos con severísimas penas y cómo han sido transgredidos enteramente los cánones y leyes de la Iglesia. No contento con todo esto, el gobierno de Rusia se empeña en proseguir violando, según el propósito de sus antepasados, la disciplina de la Iglesia y en romper los vínculos de unión y comunión de aquellos fieles con Nosotros y esta Santa Sede, y maquinar y procurar todo cuanto tienda a destruir radicalmente la Religión católica y a arrancar a todos aquellos fieles del seno de la Iglesia Católica arrastrándolos al funestísimo cisma. Con increíble dolor de Nuestro ánimo os damos noticia de dos decretos que fueron promulgados por aquel gobierno después de Nuestra última alocución arriba mencionada. Por el decreto publicado el día 22 del pasado mes de mayo con horrendo atrevimiento, casi fue enteramente extinguida la Diócesis poliachense en el reino de Polonia juntamente con su colegio de Canónigos, Consistorio General y Seminario Diocesano, y el Obispo de la misma Diócesis separado de su grey, fue obligado a alejarse inmediatamente del territorio de su diócesis. Este decreto es semejante a aquel del día 3 de junio, publicado el mismo año pasado, del que no pudimos hacer mención, como quiera que lo ignorábamos. Por este decreto el mismo gobierno no vaciló en suprimir por su propio arbitrio y autoridad la diócesis Cameneciense y en dispersar el colegio de Canónigos, el Consistorio y el Seminario y en arrebatar violentamente su Obispo a aquella diócesis.

Y como se Nos cerrara todo camino y manera de comunicarnos con aquellos fieles, para no exponer a nadie a la cárcel, destierro u otras penas, Nos vimos obligados a insertar en Nuestras Efemérides el acto por el que juzgamos proveer al ejercicio de la legítima jurisdicción de aquellas dilatadas diócesis y a las necesidades de los fieles, de modo que por medio de la imprenta llegara hasta allá la noticia de Nuestras decisiones. Cualquiera puede fácilmente entender con qué fin pública el gobierno de Rusia estos decretos, por qué a la ausencia de muchos obispos añade la supresión de las diócesis. Pero lo que colma Nuestra amargura, Venerables Hermanos, es otro decreto promulgado por el mismo gobierno el día 22 del pasado mes de mayo, por el que fue constituido en Petrópolis el Colegio, llamado eclesiástico católico romano, presidido por el Arzobispo Mohiloviense. O sea que todas las peticiones, aun las referentes a asuntos de fe y de conciencia, que son remitidas a Nosotros y a esta Sede Apostólica por los Obispos, Clero y pueblo fiel del Imperio Ruso y del Reino de Polonia, deben ser enviadas primero a ese Colegio y ese mismo Colegio debe primero examinarlas y discernir si las peticiones no sobrepasan las potestades de los Obispos y en este caso hacer que lleguen a Nosotros. Y luego que llegare allá Nuestra decisión, el presidente del predicho Colegio debe remitirla al Ministerio de Relaciones Internas, quien considerará si se encuentra en ella algo contrario a las leyes del Estado y a los derechos del Supremo Príncipe, y cuando no suceda así la cumplirá según su arbitrio y voluntad.

Bien veis, Venerables Hermanos, cuan vehementemente reprobable y condenable sea tal decreto emanado de una potestad laica y cismática, por el que se destruye la divina constitución de la Iglesia Católica, y se echa por tierra la disciplina eclesiástica y se infiere una máxima injuria a Nuestra suprema Pontificia potestad y autoridad, a la de esta Santa Sede y a la de los Obispos, y los fieles son impelidos a un funestísimo cisma y hasta se viola y conculca el mismo derecho natural en los negocios que respectan a la fe y a la conciencia.

Además de esto, ha sido suprimida la Academia Católica de Varsovia; una triste ruina amenaza a la Diócesis. Y lo deplorable sobre todo es que en Chelmense y Beltiense entre los Rutenos se haya encontrado cierto Presbítero Woiciki de sospechosa fe, quien despreciando todas las penas y censuras eclesiásticas y menospreciando el terrible juicio de Dios, de ninguna manera temió recibir del poder civil el régimen y cuidado de la misma diócesis y publicar ya varias ordenaciones que son contrarias a la disciplina eclesiástica y favorecen al funestísimo cisma.

4. Exhortación a la oración

En tantas calamidades y angustias Nuestras y de la Iglesia, como no hallamos otro que luche por Nosotros sino el Señor Dios Nuestro, os rogamos vehementemente una y otra vez, Venerables Hermanos, que según vuestro singular amor y celo por la causa católica y vuestra egregia piedad para con Nosotros, queráis unir vuestras ferventísimas preces con las Nuestras y a una con todo vuestro clero y pueblo fiel rogar e implorar a Dios sin intermisión, para que, acordándose de sus misericordias que son desde los siglos de los siglos, aleje su indignación de Nosotros y libre a su Santa Iglesia y a Nosotros de tantos males; y que a los hijos de la misma Iglesia, para Nos queridísimos, mortificados con tantas insidias y afligidos con tantas calamidades, casi en todas partes, pero sobre todo en Italia, en el Imperio Ruso y en Polonia, los ayude con su virtud omnipotente, los defienda, los conserve cada día más estables en la profesión de la fe católica y saludable doctrina, los confirme y robustezca, y desbarate todas las impías maquinaciones de los hombres enemigos, los llame del abismo de iniquidad al camino de la salud y los lleve por la senda de sus mandamientos.

Triduo universal e indulgencias que se ganan

Por lo tanto, queremos que se reciten durante un triduo, públicas plegarias según vuestro arbitrio dentro de seis meses, y para los países ultramarinos dentro de un año. Y para que los fieles asistan con más ardiente afecto a estas plegarias públicas e imploren a Dios, a todos y cada uno de los fieles cristianos de ambos sexos, que en los predichos tres días asistan devotamente a las mismas preces y rueguen a Dios según Nuestras intenciones por las presentes necesidades de la Iglesia, y purificados con la Confesión Sacramental se reconforten con la Sagrada Comunión, concedemos misericordiosamente en el Señor la indulgencia plenaria y remisión de sus pecados. Empero aquellos fieles, que por lo menos con corazón contrito, en cualquiera de los mencionados días cumpliesen con las demás obras predichas, perdonamos en la forma acostumbrada por la Iglesia siete años y el mismo número de cuarentenas de las penitencias a ellos aplicadas o que de cualquier modo debían. Todas las cuales indulgencias y cada una de ellas, remisiones de pecados y supresiones de penitencia, concedemos que puedan también en el Señor ser aplicadas a modo de sufragio a las almas de los fieles cristianos que unidas en caridad con Dios hayan emigrado de esta vida. No obstando a lo cual nada de cuanto le sea contrario.

5. Conclusión.

Por último, nada ciertamente más grato a Nosotros que usar gustosísimamente también de esta ocasión para atestiguaros y confirmaros una vez más la particular benevolencia con que os abrazamos en el Señor. Recibid como certísima prenda de ella la bendición apostólica que os impartimos amorosamente en la efusión de Nuestro cordial afecto, a vosotros, Venerables Hermanos, a todos los clérigos y fieles laicos confiados a la vigilancia de cada uno de vosotros.

Dado en Roma junto a San Pedro, el día 27 de octubre del año 1867, de Nuestro Pontificado el año vigésimo segundo.

PÍO PP. IX

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