Etsi multa, Pío IX, 21 de noviembre de 1873

Papa Pío IX
Papa Pío IX

CARTA ENCÍCLICA

ETSI MULTA

DEL SUMO PONTÍFICE

PÍO IX

SOBRE LOS ATAQUES A LA IGLESIA EN LOS DIFERENTES PAÍSES

 

Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica

1. Las presentes terribles calamidades vejámenes a la libertad de la Iglesia

Si bien por diversos motivos hayamos padecido desde los comienzos de Nuestro ya largo pontificado tristes y lamentables cosas, las que en las frecuentes cartas encíclicas enviadas a vosotros detallamos, en estos últimos tiempos se ha agigantado de tal manera esta montaña de pesadumbre que indefectiblemente sucumbiéramos si no nos sustentará la divina Bondad. Mas aun las cosas han llegado a tal punto, que sea preferible la muerte a una vida zarandeada por tantas tempestades, y con los ojos vueltos a lo alto, nos sintamos obligados a exclamar: Preferible es morir a contemplar las calamidades de los Santos [1].

Desde que Nuestra amada ciudad, permitiéndolo el Señor, sojuzgada por las armas, fue sujeta al régimen de los hombres despreciadores del derecho, hostiles a la religión, que indiferentemente confunde lo divino con lo humano, ni un solo día ha transcurrido en que no se suman una nueva herida a Nuestro corazón sangrante por causas de las injusticias y vejámenes sin cuento. Resuenan aun en nuestros oídos el llanto y los gemidos de varones y mujeres de las familias religiosas violentamente despojados de sus bienes; ellos están empobrecidos, brutalmente arruinados y desbaratados, como suele acontecer, en estas regiones, donde gobiernan las banderías políticas afanadas en convulsionar todo equilibrio social conforme a lo que afirme el gran Antonio citado por Atanasio, el diablo odia a todos los cristianos, pero no sufre de ningún modo a los santos monjes y a las vírgenes de Cristo. Además, lo que nunca hubiésemos imaginado siquiera, la Universidad Gregoriana fue suprimida y deshecha, cuya finalidad, según el dicho del viejo autor que escribía del colegio romano de los anglosajones, consistió en formar en doctrina y fe católica a los jóvenes provenientes de las más apartadas regiones para que así confortados en un ambiente santo regresaran a sus naciones sin peligro de que en sus diócesis se enseñara nada nocivo o adverso a la unidad católica. De modo que, mientras con criminales estratagemas se nos van retirando todos los auxilios y recursos con los que podríamos regir y guiar a la Iglesia universal, se patentiza sin ambigüedad alguna, cuán lejos esté de la verdad lo que recientemente se ha afirmado que habiéndosenos quitado el gobierno de la Santa Ciudad no se había disminuido en nada la libertad del Pontífice en el ejercicio de su espiritual ministerio y en los asuntos concernientes al orbe católico; y conforme cada día adquiere más relieve lo que en tantas ocasiones y con tanta verdad ha sido declarado e inculcado por Nos, que la usurpación sacrílega de nuestra jurisdicción temporal no llevaba otros miramientos que la de resquebrajar la fuerza y eficacia del Primado Pontífice y destruir radicalmente, si fuera posible, a la misma Religión Católica.

2. Libertades de la Iglesia suiza atacadas por la Confederación suiza

Pero no es precisamente Nuestro propósito en las presentes letras poner ante vuestros ojos las miserias por las que no solo Roma, sino también Italia integra se halla asolada; aun estas tribulaciones las encubriríamos con doloroso silencio si la Providencia nos permitiera aligerar con ella las aflicciones profundísimas por las que en otras regiones pasan tantos venerables hermanos en el apostolado, obispos con su clero y pueblo. Vosotros venerables Hermanos, no ignoráis tampoco que en los Cantones de la Confederación suiza, impulsados algunos, no ya por los heterodoxos de los cuales no pocos han repudiado tales atentados, sino por los entusiastas adeptos de las modernas sectas que en todas partes, apoderándose de los gobiernos, han revolucionado todo orden, han socavado los fundamentos mismos de la constitución de la Iglesia Propia de Cristo. Y esto no solo hallando las más elementales normas de toda justicia, sino en abierta oposición a las promesas publicas que habían dado, cuando por pactos solemnes, respaldados por el sufragio y autoridad de las leyes de la Confederación, debía quedar sin menoscabo alguno la libertad religiosa para los católicos. En nuestra alocución habida el 23 de diciembre del pasado año Nos lamentamos de la violencia inferida a la Religión por los gobernantes de los pueblos, ya fuese legislando acerca de los dogmas de la fe católica, ya favoreciendo a las apostasías, ya impidiendo el ejercicio de la potestad episcopal. Pero nuestras justísimas quejas manifestadas al mismo Consejo Federal por Nuestro Delegado, fueron completamente desatendidas; ni cupo mejor suerte a las reclamaciones de los católicos de los diversos órdenes, insistentemente repetidas por el episcopado suizo; y tanto más cuanto que se han renovado nuevas y más afrentosas injusticias a las muchas ya inferidas. Pues, después de desterrar de un modo inicuo a Nuestro Venerable Hermano, Obispo de Hebrón y Vicario Apostólico en Ginebra, lo que redundó en tanta mayor honra y gloria de la víctima, cuanta mayor fue la ignominia y afrenta para quienes lo mandaron y perpetraron. El Gobierno de Ginebra, el 23 de marzo y el 27 de agosto de este mismo año, ha publicado dos leyes en completa conformidad con el Edicto propuesto en el mes de octubre del año pasado, condenado por Nos en la referida alocución. En efecto, el mismo gobierno se arrogó el derecho de reformar la Constitución de la Iglesia Católica en su territorio, amoldándola a las formas democráticas, sometiendo a la ley civil al Obispo, ya en lo que respecta al ejercicio de su jurisdicción y administración, ya en la delegación de su potestad; negándole domicilio en su territorio; circunscribiendo el número y límites de las parroquias; imponiendo la forma y manera de elección de los párrocos y vicarios, las causas y circunstancias para su revocación o suspensión de su oficio; autorizando a los laicos para nombrar a los mismos, poniendo también en manos de los laicos la administración temporal del culto, y en general, colocando a éstos como censores al frente de las cosas eclesiásticas. Por estas mismas leyes se proveyó que sin autorización del gobierno, -y ésta revocable-, los párrocos y vicarios no pudieran ejercer ministerio alguno; que tampoco aceptaran ninguna otra dignidad extraña a la que el mismo pueblo les confiriera, y que los mismos fueran impelidos por la potestad civil a prestar juramento en fórmulas que contienen verdaderas apostasías.

3. Invalidez de todas esas leyes. Condenación de las mismas

Quién no ve que tales leyes no sólo son nulas y de ningún efecto por falta absoluta de autoridad en los legisladores laicos, las más de las veces heterodoxos; sino sobre todo porque mandan combatir los dogmas de la fe católica y la disciplina eclesiástica decretada por el Ecuménico Concilio Tridentino y por las Constituciones pontificias; por lo que nos vemos precisados a reprobarlas y condenarlas.

De modo que, Nos, en cumplimiento de Nuestro oficio, con Nuestra autoridad apostólica solemnemente las reprobamos y condenamos; declarando al mismo tiempo ser ilícito y en toda forma sacrílego el juramento contenido en las mismas; en consecuencia todos aquellos que en la ciudad de Ginebra o en cualquier otro Estado, que conforme a los decretos de dichas leyes, o lo que es lo mismo, elegidos por sufragio popular con la aprobación de la autoridad civil, se atrevan a desempeñar los oficios del ministerio eclesiástico, ipso facto, incurren en Excomunión Mayor, reservada a esta Sede Apostólica, y en las demás penas canónicas; debiendo los fieles abstenerse de su trato, conforme al aviso divino, como extraños y ladrones que no vienen sino a robar, matar y perder.

4. Dolorosos sucesos en otros cantones suizos

Son dolorosas y funestas las cosas que acabamos de recordar; pero cosas aún más lamentables han ocurrido en cinco de los siete Cantones de que consta la diócesis de Basilea, a saber, Solothura, Berna, Basilea del Campo, Argovia, Turego. En ellos también se han dado leyes sobre las parroquias y revocación de los párrocos y vicarios, destructivas del régimen y constitución divina de la Iglesia, sujetando los ministerios eclesiásticos a una potestad secular y ante todo cismática; a todas, por lo tanto, especialmente la que ha sido publicada por el Gobierno de Solothur el 23 de diciembre de 1872, los reprobamos y condenarnos, y como reprobadas y condenadas decretamos se tengan a perpetuidad.

5. Valerosa actitud del Obispo de Basilea. Protesta por su injusto destierro

Cuando, en fin, el Venerable Hermano Obispo de Basilea, con justa indignación y apostólica entereza, rechazase algunos artículos preparados y a él presentados en la reunión o conferencia diocesana como la llamaban, a la que asistieron los delegados de los cinco cantones arriba mencionados, diciendo que era del todo punto imprescindible repelerlos por el motivo de que dañarían a la autoridad episcopal, derribarían todo el régimen jerárquico y favorecían abiertamente a la herejía. Por tal motivo ha sido arrojado del episcopado, apartado de sus fieles y violentamente desterrado. Desde ese momento no se ha omitido ningún género de falsías o vejaciones con el fin de inducir a escisión al clero y al pueblo de los cinco Cantones, prohibición absoluta al clero para cualquier comunicación con el Pastor desterrado, y mandato impuesto al Capítulo catedralicio de Basilea para que se resolviera a la elección de un nuevo Vicario Capitular o Administrador, lo mismo que si realmente hubiera sede vacante; tal atentado fue, con valentía y en pública protesta, rechazado por el Capítulo.

Mientras tanto, por decreto y sentencia de los Magistrados civiles de Berna, se comunicó a 69 párrocos de la región del Jura, que se abstuvieran de ejercer los oficios de su ministerio. Después fueron exonerados de sus puestos por la única causa de haber dicho en público que únicamente reconocían como legitimo Pastor al Venerable Hermano Eugenio. En otras palabras, porque no querían separarse torpemente de la unidad católica. Con esto se consiguió que toda esa región que con tanta fidelidad había mantenido la fe católica, y que hace tiempo fue unida al Cantón de Berna con la condición y promesa que mantendría libre e incólume el ejercicio de su religión, fuera privada de los sermones parroquiales, de los bautismos, de los matrimonios y sepelios solemnes ante las inútiles reclamaciones de la muchedumbre de fieles por una serie de injusticias reducida al dilema: o aceptar los pastores cismáticos y herejes designados por la autoridad política o verse privada de todo auxilio y ministerio sacerdotal.

6. Gracias al Señor por la constancia de los fieles católicos suizos

Nos, ciertamente bendecimos al señor que con la misma gracia con que en otros tiempos alentaba y fortalecía a los mártires, mantiene ahora y fortalece a aquella porción predilecta de la grey católica que virilmente sigue a su obispo levantando vallados en la casa de Israel para que se mantengan de pie en las batallas del Señor y, desconocedora del miedo, avanza por las huellas del mismo capitán de los Mártires Cristo Jesús mientras ardiente y tenazmente defiende su fe oponiendo mansedumbre de cordero a la ferocidad de los lobos.

7. Persecuciones en el reino de Prusia

El clero y pueblo fiel de Alemania con no menor mérito emula la noble constancia de los fieles de Suiza, pues también ellos siguen el preclaro ejemplo de sus Prelados. Estos, en efecto, han atraído las miradas del mundo, de los Ángeles y de los hombres, que los contemplan integralmente revestidos de la coraza de la verdad católica y con el yelmo de la salud, pelear esforzadamente las batallas del Señor, y tanto más admiran su fortaleza de ánimo e invicta constancia y las celebran con eximios elogios, cuanto que cada día se vuelve más cruel la persecución contra ellos, desatada en el Imperio de Alemania, con particularidad en Prusia.

8. Constitución civil del clero alemán

Además de las muchas injurias inferidas a la Iglesia católica en el pasado año, el gobierno de Prusia con durísimas e injustas leyes en abierta contradicción con la antigua tradición, ha sometido toda la formación y educación de los clérigos a la potestad civil: examinar y dictaminar en qué forma los clérigos se han de preparar e instruir para la vida sacerdotal y pastoral. Pasando aun más adelante, a la misma corresponde el indagar y juzgar sobre la colación de cualquier oficio o beneficio eclesiástico, y aún de apartar de sus puestos y beneficios a los pastores sagrados. Por encima de todo esto, para que fuera demolido el régimen eclesiástico y el orden de la sumisión jerárquica instituida por Nuestro Señor Jesucristo, con las mismas leyes se han puesto a los Obispos una serie de impedimentos canónicos. No pueden velar por la santidad de la doctrina en las escuelas católicas, ni por la salud de las almas ni por el respeto que les corresponde por parte de los clérigos; según las tales leyes no queda a los Obispos otro recurso que amoldarse a la opinión de la autoridad civil y a los planes por la misma propuestos. En fin, para que no quedara nada por hacer para la plena destrucción de la Iglesia católica, ha sido instituido un tribunal real para los asuntos eclesiásticos, ante el cual puedan ser citados los Obispos y Pastores sagrados, ya por los mismos hombres privados que les están sujetos, ya por los magistrados públicos, para afrontar un juicio al igual que los criminales, y ser reprimidos en el ejercicio del cargo espiritual.

9. Causas de la persecución al clero en Alemania

De modo que la Iglesia santísima de Cristo, a la que se había asegurado la necesaria amplia libertad de religión a sus Príncipes supremos en públicos congresos, gime ahora en estas regiones expoliada de todos sus derechos y oprimida por fuerzas criminosas que la amenazan con su destrucción total, ya que la finalidad de las nuevas leyes es no dejarla subsistir más. No es extraño, por lo tanto, que la antigua tranquilidad religiosa se haya visto gravemente perturbada en el Imperio por semejantes leyes y demás asambleas y actos del gobierno prusiano tan funestos para la Iglesia. Pero algunos temerariamente han pretendido culpar a los católicos de esta perturbación en el Imperio germánico. Porque si a éstos se les acusa de que no se sujetan a aquellas leyes, a las que no pueden someterse sin menoscabo de sus conciencias, por igual causa y motivo habrían de ser reprochados Jesucristo y los mártires que prefirieron afrontar los más crueles tormentos y la misma muerte, que traicionar a sus obligaciones y quebrantar los derechos de su religión, obedeciendo a los mandatos nefandos de los príncipes perseguidores. En efecto, Venerables Hermanos, si además de las leyes del gobierno civil, no existieran otras, que colocadas en un plano completamente superior, habría que acatar, siendo punible el no hacerlo y en limpia consecuencia aquellas leyes civiles constituyeran la suprema norma humana, como algunos absurda y perversamente pretenden, dignos más bien de reproche fueran los primeros mártires que de encomios y de alabanza, y todos los que después de ellos los imitaron vertiendo su sangre por la fe de Cristo y la libertad de su Iglesia; más aún, no sería permitido contra las leyes civiles y contra la voluntad de los príncipes, enseñar la religión cristiana y constituir la Iglesia.

10. Dos poderes: el religioso y el civil

Pero la fe enseña, y lo demuestra la humana razón, que existen dos clases de ordenes y que se han de distinguir dos jerarquías simultáneas de potestades en la tierra, la una natural que vela por la seguridad de los negocios seculares y la tranquilidad de la sociedad humana, la otra, empero, que tiene un origen sobrenatural, dirige a la ciudad de Dios, esto es, a la Iglesia de Cristo divinamente establecida para la paz y salud eterna de las almas.

Los deberes de estas dos potestades están sabiamente determinados, para que se den a Dios las que son de Dios, y por Dios al César las cosas que son del César; quien por Aquél es grande, por lo que es menor que el cielo; pues él pertenece a Aquél de quien es el cielo y todas las criaturas. La Iglesia nunca se ha desviado de este divino mandato, que se ha esmerado siempre y en todas partes por infiltrar en el ánimo de sus fieles este respeto que inviolablemente deben guardar para con los príncipes supremos y para con sus derechos civiles; y con el Apóstol mantiene que los que imperan no son de temer para la buena obra sino para la mala, mandando a sus súbditos fieles que obedezcan no sólo por temor de la ira, porque el príncipe tiene la espada justiciera en ira para el que obra mal sino también por la conciencia, porque en su oficio es ministro de Dios. Ella disminuye este temor de los príncipes para el mal obrar, excluyéndolo de la observancia de la ley divina, que recuerda lo que San Pedro ordenó a los fieles: Porque ninguno de nosotros ha de padecer como homicida, o ladrón, o malhechor, como entrometido en lo ajeno; pero padece como cristiano, no se avergüence, antes glorifique a Dios con este nombre [2].

11. Falsas e injustas acusaciones de desobediencia a las leyes contra los católicos alemanes

Siendo esto así, fácilmente comprenderéis, amados Hermanos; que Nos llenara, como era natural, de profunda amargura al leer en la carta que acaba de enviarnos el emperador de Alemania la acusación, no menos atroz que inesperada, contra los católicos súbditos suyos, como se expresa, especialmente contra el clero católico y los Obispos de Alemania. La causa de tal acusación no es otra, que el haberse negado éstos a obedecer a las predichas leyes, menospreciando las cárceles y las tribulaciones, y estimando en nada sus vidas, con la misma constancia con que antes de que dichas leyes fueran sancionadas, levantaron su voz en protesta contra los abusos de las mismas, expuestos en graves, solidísimas y luminosas reclamaciones, las que todo el orbe católico ha recibido con entusiasmo y no pocos entre los heterodoxos las han presentado a sus príncipes, a sus ministros y a las supremas asambleas del Estado. Por tal motivo son acusados públicamente de criminales, como si en un solo haz se unieran y conspiraran con aquellos que se esfuerzan únicamente en destruir toda jerarquía social, despreciando multitud de argumentos que atestiguan a todas luces su incondicional respeto para con el príncipe y su fogueado amor por la patria. Más aún, a Nosotros mismos se Nos solicita que exhortemos a aquellos católicos a la observancia de aquellas leyes, lo que implicaría el que Nosotros cooperáramos con Nuestra obra a la destrucción y dispersión de la grey de Cristo. Pero esperamos, confiados en Dios, que el serenísimo emperador, mejor informado y meditadas más las cosas, rechace tan fútiles e increíbles sospechas contra sus súbditos fidelísimos, y que no consentirá en adelante que su honor sea destrozado por tan horrible detracción y que perdure acerca de los mismos tan inmerecida calumnia. Por lo demás, no habríamos puesto aquí el comentario a esta carta imperial, si ésta hubiera sido publicada por un órgano oficial berlineses, ignorándolo completamente Nos. Y, siendo en absoluto fuera de lo acostumbrado, conjuntamente con esta escrita por Nuestra mano, en la que recurrimos a la justicia del serenísimo emperador en favor de la Iglesia católica.

12. La justicia protege Nuestra causa

Todo lo que hasta ahora hemos rechazado es manifiesto al mundo entero. Por lo tanto, mientras los religiosos y las santas vírgenes dedicadas a Dios son despojados de la libertad común a todos los ciudadanos y desalojados de sus conventos con inaudita crueldad, mientras son cada vez más sustraídos de la vigilancia y saludable magisterio, mientras se disuelven las congregaciones instituidas para el fomento de la piedad y los mismos seminarios de los clérigos, mientras se coarta la libertad a la predicación evangélica, mientras en algunas regiones del Imperio se impide que los fundamentos de la instrucción religiosa sean expuestos en lengua patria, mientras son arrancados de sus parroquias los párrocos colocados a su frente por los Obispos, mientras los mismos Obispos son privados de sus rentas, mientras los católicos son vejados con todo género de crueldades, ¿puede concebirse que Nos resolvamos a lo que se Nos insinúa y que no invoquemos en favor de Nuestra causa la religión de Jesucristo y la verdad?

13. Condenación de la secta de los “Viejos Católicos”

Ni terminan aquí las injurias que se han inferido a la Iglesia católica. Porque se añade a aquello la protección del gobierno de Prusia y de los demás gobiernos del imperio alemán a aquellas sectas nuevas que por un abuso de nombre se llaman “Los Viejos Católicos”, lo cual realmente en sí, no pasaría de lo ridículo si la multitud de los más groseros errores contra los principales principios de la fe católica, tantos sacrilegios cometidos con las cosas divinas y en la administración de los sacramentos, tan gravísimos escándalos, tanto mal, en fin ocasionado a las almas redimidas con la sangre de Cristo, no arrancaran más bien lagrimas de Nuestros Ojos.

14. Impíos fines y métodos de esta secta

Y en efecto, lo que pretenden estos desgraciados hijos de la perdición, se hace patentísimo ya por otros de sus escritos, ya principalísimamente por el que recién se acaba de publicar, impío y desvergonzado escrito por el que ellos han constituido su pseudo obispo. Puesto que corrompen y pervierten la verdadera potestad de jurisdicción en el Romano Pontífice y en los Obispos, sucesores de san Pedro y los Apóstoles, la que así transmiten al pueblo, o como ellos dicen, a la comunidad, obstinadamente rechazan e impugnan el magisterio infalible, ya del Romano Pontífice, ya de toda la Iglesia docente, y contra el mismo Espíritu Santo prometido por Cristo a su Iglesia para que permaneciera con ella hasta el fin de los tiempos. Afirman con increíble audacia, que el Romano Pontífice, hasta los Obispos, los sacerdotes, y el pueblo reunido con Él en unidad y comunión de fe, cayeron en herejía cuando aprobaron y profesaron las definiciones del Ecuménico Concilio Vaticano. Por lo mismo niegan la indefectibilidad de la Iglesia, y con tremenda blasfemia afirman, que la misma ha perecido en todo el mundo y en consecuencia su cabeza visible y los Obispos han dejado de existir; de donde se impone la obligación de restaurar el legítimo episcopado en su seudo obispo, quien no entrando por la puerta sino por los muros del redil, como ladrón y salteador, se vuelve en contra de la misma cabeza de Cristo.

15. Nada podrá el infierno contra la Iglesia de Cristo

A pesar de todo, estos infelices, que socavan los fundamentos de la Religión Católica, que confunden todas sus notas y propiedades, que tan múltiples y nefandos errores han cometido, o para mejor decir, sustraído de la vieja despensa de los herejes, revestidos a su modo, los han presentado a la luz pública, no avergonzándose de llamarse católicos. Más aun, “viejos católicos”, cuando por su novedad y clase de doctrina se despojan por completo de las notas de antigüedad y catolicidad. Con más derechos ahora que otrora por medio de San Agustín contra los Donacianos, se levanta la Iglesia expandida ya por el mundo universo, a la que Cristo Hijo de Dios vivo edificó sobre piedra: contra la que no podrán las puertas del infierno, y con la cual el mismo que afirmó de sí poseer toda potestad en el cielo y en la tierra, prometió permanecer todos los días hasta la consumación de los siglos. Clama la Iglesia a su esposo eterno ¿Que acontece, pues no entiendo, que los que se apartan de mí se quejan contra mí? ¿por qué los perversos se esmeran en perderme? Dímelo, pues afirman: fue pero ya no es. Ellos decantan: se han realizado las Escrituras, todos los pueblos se han convertido, pero apostató y pereció la Iglesia de todas las gentes. Pero a la Iglesia fue manifestando que no salió fallida la oración, ¿Cómo se lo reveló? He aquí que yo estaré todos los días hasta la consumación de los tiempos [3]. Impulsada por vuestras voces y por vuestros erróneos pensamientos, se vuelve a Dios preguntando sobre la brevedad de sus días; y encuentra que el Señor le dice: He aquí que yo estaré todos los días hasta la consumación de los tiempos [4]. Pero vosotros decís: de nosotros se dice que estamos y estaremos hasta la consumación de los tiempos. Sea entonces preguntado el mismo Cristo: Y este evangelio, nos dice, será predicado por todo el mundo, como testimonio para todos los pueblos, y entonces vendrá el fin [5]. Por lo tanto, hasta el final de los tiempos permanecerá la Iglesia entre todos los pueblos. Mueran pues los herejes, pierdan lo que tienen, y se den cuenta de que son como si no existieran.

16. José Huberto Reinkens falso y apóstata obispo

Pero estos hombres progresando con mayor audacia por los caminos de la perdición y de la iniquidad, como suele acontecer a los herejes por justo castigo de Dios, como insinuamos, han elegido y constituido como seudo-obispo a un bien conocido apóstata de la fe católica: Humberto Reinkens. Y para que nada faltara a este descaro, ha acudido para su consagración episcopal a los jansenistas de Utrech, a los que antes de su separación de la Iglesia tenía, con los demás católicos, por herejes cismáticos. A pesar de todo, el mencionado José Huberto se atreve a llamarse obispo y lo que parece increíble, por público decreto es reconocido y nombrado como obispo católico por el serenísimo emperador de Alemania y propuesto a los fieles todos como a quien han de reconocer y obedecer en lugar del verdadero obispo. Hasta los principios más rudimentarios de la doctrina católica enseñan que ningún obispo puede ser legítimo si no está en comunión de fe y caridad con la Piedra, sobre la que ha sido edificada la única Iglesia de Cristo; si no está en unión con el Supremo Pastor, a quien han sido confiadas para su gobierno todas las ovejas de Cristo; si no está unido con quien defiende y garantiza la fraternidad que existe en el mundo. Y en verdad a Pedro habló el Señor: a uno, para que la unidad fuera cimentada sobre uno; a Pedro confirió la divina Misericordia, la grande y admirable participación de su potestad, y si dispuso que alguna cosa tuviese en común con los demás Príncipes, lo concedió mediante el mismo, nunca por otro camino. En consecuencia, de esta Sede Apostólica, en la que el bienaventurado San Pedro vive, preside y reparte la fe a todos los que la buscan, brotan para todos los derechos de la santa Comunión; y está fuera de toda duda que esta misma Sede constituye para todas las demás Iglesias expandidas por el orbe entero lo que es la cabeza para el resto de los miembros, de la que si alguno se separa o se aparta de la Religión cristiana, pues ha roto la trabazón con la misma.

17. El Obispo católico ha de estar en comunión con la Santa Sede

Por esto, el Santo Mártir Cipriano hablando del seudo-obispo cismático Novaciano, le niega la misma comunión como a un separado y escindido de la Iglesia de Cristo. Quienquiera que sea, y cualquiera que sea, dice, no es Cristiano si no está en la Iglesia de Cristo. Pagado de si mismo, puede vanagloriarse con soberbio tono de su filosofía y elocuencia. Quien no mantuvo ni la fraterna caridad ni la unidad eclesiástica, perdió aun lo que antes era. Como la Iglesia fundada por Cristo es una, multiplicada en sus miembros por todo el mundo, el episcopado es uno, difundido por la multitud grande y concorde de los obispos. Aquél, más allá de la tradición divina, y de la unidad compacta y todo armónica de la Iglesia católica, se esfuerza en construir una iglesia humana. Quien, por lo tanto, ni guarda la unidad de espíritu ni la vinculación la paz y se desliga de las ataduras de la Iglesia y del colegio sacerdotal no puede tener la potestad del Obispo ni su honor, no ha querido la unidad del episcopado ni la paz.

18. Excomunión del obispo hereje y de todos los que lo eligieron y obedecen

Nos por lo tanto, que hemos sido constituidos en esta suprema Cátedra de Pedro para custodia de la fe católica y para conservar y defender la unidad de la Iglesia universal, siguiendo los ejemplos y costumbres de Nuestros predecesores y de las sagradas leyes, con Nuestra potestad conferida por el cielo, no sólo declaramos, rechazamos y detestamos la elección del mencionado José Huberto Reinkens llevada a cabo contra los decretos del Derecho Canónico, como ilícita, irrita y completamente nula, y su consagración como sacrílega; sino que al mismo José Huberto, y a los que lo pretendieron elegir, y a los que le confirieron sacrílegamente su consagración, y a los que con ellos se le adhirieron, y a quienes se comprometieron a prestarle ayuda, auxilio protección o consentimiento, en nombre de Dios omnipotente, los excomulgamos y anatematizamos, y declaramos, ordenamos y mandamos que sean separados de la comunión de la Iglesia y que sean tenidos entre el número de aquellos, cuyo trato y conversación de tal manera prohíbe el Apóstol a todos los fieles cristianos, que ni siquiera les permiten saludarlos.

19. Persecuciones en América

Por todas estas cosas a las que Nos hemos referido, más bien para lamentarlas que para contarlas, Venerables Hermanos, os es bien conocido, cuán triste y lleno de peligro es el estado de los católicos en todas aquellas regiones de Europa que hemos mencionado. No mejor se encuentran estos asuntos ni más tranquilos son los tiempos en América; en algunos son tan molestos para los católicos, que sus gobiernos parecen negar con sus hechos la fe que profesan. Pues allí se emprendió hace algunos años una guerra tenaz contra la Iglesia y comenzáronse a destruir sus instituciones y los derechos de esta Apostólica Sede. Contaríamos con material abundante si quisiéramos continuar esta materia, pero como la gravedad de los asuntos no permite el tratarlos ligeramente, volveremos sobre ellos con más detenimiento en mejor oportunidad.

20. Amplitud de esta guerra contra la Iglesia. La masonería

Admirará tal vez, a alguno de vosotros, Venerables Hermanos, la amplitud que ha tomado esta guerra que en Nuestros tiempos se lleva y cabo contra la iglesia Católica. Pero a la verdad, si alguien con detención examina la índole, las pretensiones, la finalidad de las sectas, ya sea que se llamen masónicas o con cualquier otro nombre, y las compara con la índole, modalidad, y amplitud de esta contienda en la que está empeñada la Iglesia casi en igual forma en todas partes del mundo, no quedará la menor duda de que todas las presentes perturbaciones se deben en gran parte a los engaños y maquinaciones de una misma secta. De ellas se forma la sinagoga de Satanás que contra la Iglesia de Cristo ejercita sus fuerzas, las lanza a su ataque, y las cierra en combate. Tiempo ha que fueron denunciadas por predecesores, los vigías de Israel, ante reyes y pueblos y con repetidas condenaciones derribadas por tierra. Nos tampoco desfallecimos en este oficio, ¡Ojalá se hubiera prestado mayor fe a los Pastores de la Iglesia, por parte de aquellos que podían haber apartado una peste tan perniciosa! Pero ésta, deslizándose siempre por sinuosos cauces, jamás interrumpiendo su tarea, seduciendo a muchos con sus engaños arteros, ha adquirido al presente tales proporciones que, abandonando ya sus escondrijos, se manifiesta potente y dominadora. Multiplicadas indefinidamente en el número de sus secuaces, piensan estas sectas execrandas que casi han conseguido su objetivo, pero todavía no alcanzan la meta final. Conseguido el fin que por tanto tiempo han ansiado, apoderadas del gobierno en muchas regiones y conquistadas la fuerza y el favor de la autoridad, se proponen audazmente a reducir a esclavitud durísima a la Iglesia de Dios, socavan los fundamentos sobre que descansa, procuran especialmente despojarla del esplendor de sus notas divinas por las que brilla de un modo especial, y aún más, aniquilarla por completo en todo el mundo, si fuese posible, tras de herirla con repetidos golpes, arruinarla, destronarla y destruirla.

21. Exhortación a luchar contra todos los errores actuales

Siendo esto así, mis Venerables Hermanos, emplead toda diligencia para protegeros contra las insidias de estas sectas, para librar del contagio a los fieles que han sido encomendados a vuestro cuidado, y para sacar de los lazos de perdición a los que se hayan afiliados a ellas. Manifestad y combatid los errores de quienes tramando y programando artificios en sus reuniones secretas, no tienen reparo en asegurar que la única finalidad que persiguen es el progreso y utilidad social y el ejercicio de la ayuda mutua. Demostradles con frecuencia y grabadles en lo más profundo de su ánimo las enseñanzas pontificias acerca de esta materia, y decidles que no solamente se refieren a las sociedades masónicas de Europa, sino también las que se hallan en América y aun diseminadas por todo el mundo.

22. Tener esperanza en mejores tiempos

Por lo demás, Venerables Hermanos, ya que Nos ha tocado vivir tiempos en que, si hay mucho que sufrir, también se multiplicaron las ocasiones de merecer, esforcémonos como buenos soldados de Cristo, para que no decaiga el ánimo; más aun, en las mismas luchas combatamos, con la esperanza cierta de la futura tranquilidad y de mejores tiempos para la Iglesia. Alentémonos a Nosotros mismos, al clero y al pueblo, confiados en el divino auxilio y en aquella nobilísima recomendación del impetuoso Crisóstomo: “nos apremian muchos gemidos, y graves tempestades; pero no tenemos hundimiento, porque estamos sobre una piedra. Enfurézcase el mar; no podrá acabar con la piedra; levántense las olas, no podrán cubrir la nave de Jesús; nada más fuerte que la Iglesia; la Iglesia es más fuerte que el mismo cielo. El cielo y la tierra pasarán, pero las palabras de Cristo no pasarán. ¿Qué palabras? ‘Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’. Si no creéis a las palabras, persuadios viendo los hechos ¡Cuantos tiranos ensayaron estrangular a la Iglesia! ¡Cuántas calderas, cuántos hornos, fauces de fieras, espadas relucientes! Y nada se logra ¿Dónde están aquellos enemigos? Yacen en completo olvido y abandono. ¿Dónde está la Iglesia? Refulge como el sol. Las cosas que pertenecían a aquellos se han desvanecido: ¡las de la Iglesia permanecen inmortales! Si no prevalecieron cuando los cristianos no eran más que un puñado de hombres: ahora que todo el mundo está repleto de la religión santa, ¿con que medios la podrán vencer? El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Por lo tanto, sin dejaros intimidar por ninguna clase de peligros, y sin la menor perplejidad, continuemos en la oración, procurando apaciguar las iras del cielo provocada por las maldades de los hombres hasta que levantándose en su misericordia el Omnipotente domine las tempestades y vuelva la bonanza.

Entre tanto, muy afectuosamente os impartimos la Bendición Apostólica como gran testimonio de nuestra benevolencia para con todos vosotros, Venerables Hermanos, al clero y a todo el pueblo confiado a vuestro cuidado.

Dada en Roma, junto a San Pedro, el 21 de noviembre del año del Señor 1873, de Nuestro Pontificado el vigésimo octavo.

PÍO PP. IX

 NOTAS

  1. 1 Macab. 3, 59.
  2. 2 Pedro 4, 15-16.
  3. Mat. 28, 20.
  4. Mat. 28, 20.
  5. Mat. 24, 14; Marc. 13, 10.

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