«Dios, después de haber previsto y permitido la caída del primer hombre, la cual lo conducía irremisiblemente a su pérdida eterna y a la de su posteridad, no quiso que esta caída quedase sin remedio, como lo había quedado la de los ángeles rebeldes, antes bien resolvió repararla de un modo doblemente ventajoso para su gloria y para nuestra salud».
Tomado del «El interior de Jesús y de María», de Juan Grou, Editorial Angustam Portam.
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