9 de mayo
San Gregorio Nazianzeno
(† 389)
San Gregorio Nazianzeno, llamado por excelencia el Teólogo, fue natural de Nazianzo, ciudad de Capadocia. Su padre fue obispo de su misma ciudad, su hermano fue san Cesáreo, y su hermana santa Gorgonia.
Estudió la elocuencia y filosofía en Atenas, donde trabó tal amistad con san Basilio, condiscípulo suyo, que parecían los dos un alma y un corazón. Mas no quiso acompañarse jamás con Juliano el Apóstata, que había venido a aquella universidad al estudio de las buenas letras, porque desde entonces adivinó cuán pernicioso había de ser a toda la república si Dios le daba el cetro de ella.
Después de haber enseñado elocuencia con grande loa, retirose con su amigo Basilio al desierto del Ponto, donde los dos vivían como ángeles; mas al fin dejaron su amada soledad para defender la religión católica; y Gregorio procuró que eligiesen a Basilio por obispo de Cesárea.
Pasando a Constantinopla, empleó todo su gran caudal de sabiduría en la conversión de los herejes, los cuales trataron muchas veces de darle la muerte. Mas al fin venció la causa de Dios, refloreció la fe y Gregorio fue nombrado arzobispo de Constantinopla con aplauso del emperador de Oriente, el gran Teodosio, español, el cual le dio el templo patriarcal que poseían aún los herejes.
Todo el favor que el emperador hacía a san Gregorio era tósigo para los herejes; los cuales determinaron acabarle, y para salir con su intento se concertaron con un mozo hereje como ellos, que entrase a visitar al santo que a la sazón estaba enfermo y hallase ocasión de cometer la maldad.
Hízolo así, mas cuando se vio en el aposento del santo, al tiempo que le podía herir, se echó a sus pies pidiéndole perdón con muchos sollozos y lágrimas; y como san Gregorio le preguntase qué quería, uno de los que estaban presentes le dijo: “Este mozo, padre, ha entrado aquí inducido de los herejes para matarte, y ahora arrepentido llora su pecado”. Entonces el santo abrazando al mozo le dijo: “Dios te perdone y te guarde como a mí me ha guardado; deja pues, hijo mío, la herejía, y sirve al Señor con sincero corazón”.
Viendo después muy turbada aquella iglesia por los bandos y herejías pidió licencia al emperador para renunciar a su dignidad arzobispal, y volviendo a su patria se retiró a una heredad de sus padres; donde cargado de años y dolores escribió en prosa y en verso algunas obras de rara elegancia.
Finalmente habiendo este glorioso doctor ilustrado la Iglesia con su vida, doctrina y escritos, a los noventa años de su edad fue a recibir el galardón de sus largos y dichosos trabajos.
Reflexión: Hablando el mismo san Gregorio en uno de sus libros de la vida que hizo en Atenas en el tiempo de su juventud, dice: “Yo con mis continuos trabajos quebranté mi carne, que con la flor de la edad tiraba coces y hervía; vencí la glotonería del vientre y la tiranía que está cerca de él; mortifiqué mis ojos, reprimí el ímpetu de mi ira, y todas mis cosas consagré a Cristo. El suelo fue mi cama, el velar mi sueño, y las lágrimas mi descanso. Este fue mi instituto de vida, cuando era mozo; porque la carne y la sangre echaban llamaradas y me apartaban de la sabiduría del cielo”. Aprendan los jóvenes a refrenar sus apetitos, poniendo los ojos en este modelo; y no digan que es imposible la victoria de sí mismos, después que los mismos santos han luchado también y triunfado con tanta gloria de la rebeldía de sus pasiones.
Oración: Oh Dios, que concediste a tu Iglesia por ministro de su eterna salvación al bienaventurado Gregorio, haz que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que logramos por maestro en la tierra. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)