8 de julio
Santa Isabel, reina de Portugal
(† 1336)
La gloriosa reina de Portugal doña Isabel, espejo de reinas y vivo retrato de princesas casadas, fue hija de don Pedro, tercero de este nombre, noveno de Aragón, y de la reina doña Constancia, y nació reinando en Aragón su abuelo don Jaime, llamado el Conquistador.
Desde la edad de ocho años rezaba el oficio divino, y a la edad de once la pidió y consiguió por mujer don Dionisio, rey de Portugal.
No se envaneció ella por verse sentada en el trono, antes acrecentó los ejercicios de oración y de caridad que en casa de sus padres le habían enseñado. Era muy templada en el comer, modesta en el vestir, benigna en el conversar, y en gran manera dada al divino servicio.
Por la mañana rezaba maitines y oía misa cantada en su capilla, que tenía muy adornada de ricos y preciosos ornamentos, y mucho más de virtuosos capellanes y excelentes cantores, y cada día iba a ofrecer en la misa al tiempo que cantaban la ofrenda, y puesta de rodillas besaba la mano al sacerdote y recibía su bendición.
Labraba con sus damas cosas que sirviesen al culto divino, socorría a las doncellas pobres y huérfanas y ponía a muchas en estado, porque no corriese peligro su castidad: visitaba a los enfermos, y curábalos con sus propias manos sin asco ni pesadumbre, y el Jueves Santo lavaba los pies a algunas mujeres pobres y con grande devoción se los besaba.
No se hacía iglesia, hospital, puente u otra cosa en beneficio público, a que ella no extendiese la mano. En Santarén puso en perfección el hospital de los inocentes; en Coimbra junto a sus palacios reales edificó el de los pobres enfermos; en la villa de Torresnovas el recogimiento para las mujeres arrepentidas.
Fue el rey su marido en su mocedad liviano con gran deshonor suyo y agravio de la santa, mas ella lo llevó todo con tan grande paciencia que rindió el corazón del rey, y le sacó de aquel mal estado, y cuando su hijo el príncipe don Alonso se armó contra su mismo padre, y estaban los dos con ejércitos para darse batalla, sólo la santa logró ponerles en paz y restituir la paz a todo el reino.
En la hora que el rey su marido falleció se recogió ella a un aposento, y se cortó los cabellos y se vistió el hábito de santa Clara; acompañó el cadáver al monasterio de monjas de san Bernardo, en que el rey se había mandado enterrar, y habiendo estado allí tres meses, partió a pie en romería para Santiago e hizo al santo apóstol una ofrenda riquísima de muchas piezas de oro, piedras preciosas, sedas y brocados.
Finalmente después de una vida tan santa fue visitada en su muerte por la Reina de los ángeles, y diciendo aquellas palabras: «María, madre de gracia y madre de misericordia, defiéndenos tú del maligno enemigo y recíbenos en la hora de la muerte» dio su alma al Creador.
Reflexión: La santa y piadosísima doña Isabel, supo juntar con la grandeza y majestad de su estado, la pequeñez y humildad de Cristo. Por estas raras virtudes mereció ser tenida y reverenciada por santa, no solamente en su tiempo, sino también en todos los siglos posteriores; para que las grandes señoras se miren en ella como en un clarísimo espejo, y conformen su vida con la de la santa; y las mujeres de más baja condición se corran, considerando que no hacen ellas lo que hizo tan gloriosa reina.
Oración: Oh clementísimo Dios, que entre otros dones con que enriqueciste a la santa reina Isabel, la favoreciste con la gracia singular de aplacar el furor de las guerras; concédenos por su intercesión la paz de esta vida mortal, que humildemente pedimos, y después los dichosos gozos de la eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)