7 de marzo
Santo Tomás de Aquino, doctor
(† 1274)
El bienaventurado santo Tomás de Aquino, doctor angélico y luz de la iglesia católica, fue hijo de los nobilísimos condes, de Aquino, y nació en la ciudad de Nápoles. A los cinco años de su edad fue enviado al monasterio de Monte Casino; a los diez, volvió a Nápoles, en donde aprendió las letras humanas, y a los catorce tomó el hábito de santo Domingo.
No es posible decir ni casi imaginar lo que su madre, sus dos hermanas y dos hermanos hicieron para rendir al santo mancebo y estorbar su santo propósito: porque le maltrataron, pusieron las manos en él, y por fuerza quisieron quitarle el hábito y se lo rasgaron.
Mandáronle llevar preso con buena guardia a la fortaleza de Rocaseca donde le apretaron sobremanera, no sólo con la cárcel penosa, sino con otros medios infernales, concertándose con una mujer recién casada y lasciva para que le trajese a mal; mas el purísimo joven, viendo que las razones no bastaban con ella, echó mano de un tizón de fuego que estaba en la chimenea, y arrojó aquel demonio del infierno, por cuya victoria mereció que dos ángeles del cielo le pusiesen un cíngulo de perpetua castidad.
Pasados dos años de prisión, oyó Teología en la ciudad de Colonia, donde sus condiscípulos, viendo que siempre callaba, y que de su complexión era grueso y abultado, le llamaban el Buey mudo; mas su maestro, que era el famoso Alberto Magno, les dijo: ¿A éste me llamáis buey mudo? Pues yo os aseguro que ha de dar tales mugidos que se oigan por toda la tierra. Y en efecto, cumpliose este pronóstico, desde que santo Tomás fue graduado de doctor en la universidad de París, porque así en las cátedras como en los libros, asombró al mundo con su maravillosa sabiduría.
Acudía siempre a Dios en sus duras, y estando en Nápoles orando en la capilla de san Nicolás, se comenzó a arrebatar y a levantarse una braza en alto, y le habló el crucifijo que está en el altar, y le dijo: “Bien has escrito de mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres?”. Y él respondió: “Ninguna cosa quiero, Señor, sino a Vos”.
Finalmente, después de haber escrito la Suma Teológica y otros muchos libros, y predicado como apóstol el santo Evangelio, y edificado con sus excelentes virtudes a toda la Iglesia de Dios, a los cincuenta años de su edad, recibió el premio suspirado de sus merecimientos, resplandeciendo eternamente como sol y guía segura de las escuelas.
Reflexión: Entre las excelencias que tuvo el ingenio del santo, fue una encerrar en breves palabras grandes sentencias. Preguntole una vez su hermana cómo se podría salvar, y él respondió: Queriendo. Otra vez le preguntó cuál era la cosa que más se había de desear en esta vida, y respondió: Morir bien. Decía que la ociosidad era el anzuelo con que el demonio pescaba, y que con él cualquier cebo era bueno. Aseguraba que no entendía cómo un hombre que sabe que está en pecado mortal, podía reírse ni alegrarse en ningún tiempo. Preguntado cómo se conocería si un hombre era perfecto, respondió: Quien en su conversación habla de niñerías y burlas; quien huye de ser tenido en poco y le pesa si lo es, aunque haga maravillas, no le tengáis por perfecto, porque todo es virtud sin cimientos, y quien no quiere sufrir, cerca está de caer. Recoge, pues, hijo mío, alguna de estas sentencias, en las cuales está encerrada la verdadera sabiduría.
Oración: Señor Dios, que con la admirable erudición de tu bienaventurado confesor, Tomás de Aquino, esclareces a tu Iglesia, y con sus santos ejemplos la fecundizas, rogámoste nos concedas tu divina gracia así para entender su doctrina, como para imitar sus buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)