7 de enero: San Raimundo de Peñafort

San Raimundo de Peñafort
San Raimundo de Peñafort

7 de enero

San Raimundo de Peñafort

(† 1275)

Nació san Raimundo de nobles padres, señores del castillo de Peñafort, en el principado de Cataluña. Manifestó su grande ingenio en las cátedras de Barcelona y de Bolonia, y siendo canónigo de la catedral de Barcelona edificó y reformó con su ejemplo a todo el cabildo.

Tomó el hábito de santo Domingo ocho meses después de la muerte del santo patriarca.

Una visión maravillosa que tuvieron en una misma noche san Raimundo, san Pedro Nolasco y el rey D. Jaime de Aragón, puso a los tres de acuerdo para fundar la gloriosísima orden de Nuestra Señora de la Merced, para la redención de los cristianos cautivos.

De este admirable instituto, tan célebre en toda la cristiandad, san Pedro Nolasco se considera como el fundador, el rey de Aragón como el apoyo, y san Raimundo como el alma.

Predicó el santo una cruzada contra los moros con tan feliz suceso de las armas cristianas, que el mismo Papa le quiso por su capellán y confesor y le confió la famosa compilación de las Decretales pontificias; mas no pudo persuadirle de que aceptase el arzobispado de Tarragona ni otras dignidades.

Cuando volvió a España para restaurar su salud, quebrantada con sus penitencias, se había retirado en su convento como el último de sus hermanos. Más habiendo fallecido por este tiempo Luis Jordán, que había sucedido a santo Domingo en el gobierno de su religión, con grande concordia de pareceres eligieron a san Raimundo por tercer general de la orden; y el santo, después de visitar a pie todos los conventos de ella, renunció a su dignidad.

Es imposible decir cuánto trabajó este varón admirable; era confesor del rey de Aragón, entendió en gravísimos negocios que cinco pontífices le encomendaron, y en breve tiempo convirtió a la fe a más de diez mil judíos y gentiles. Y para sacar más fácilmente a éstos de sus errores, y convencerles de la verdad de Dios que resplandece en la doctrina de la Iglesia católica, rogó a santo Tomás de Aquino que escribiese y publicase la Suma contra los gentiles.

Un suceso maravilloso acreditó su santidad en los postreros años de su vida; y fue que habiendo ido a Mallorca, llamado por el rey, que a la sazón tenía allí la corte, supo que el monarca vivía mal con una dama de palacio; y así quiso volverse a Barcelona. Mas no lo consintió el rey y aún puso pena de muerte al que le prestase la nave. Entonces el santo extendió su capa sobre las aguas, y atando el cabo de ella a su báculo, en menos de seis horas hizo aquel viaje que es de cincuenta y tres leguas.

Terminó en este día su preciosa vida en Barcelona a los noventa y nueve años de su edad, y honraron sus funerales los reyes de Aragón y de Castilla, y los príncipes y princesas de las dos casas reales.

Reflexión: Fue san Raimundo uno de los hombres más grandes de su siglo, y en nada estimó toda la humana grandeza. Una sola cosa tuvo en grande aprecio: la virtud; y ésta fue la que le hizo grande a los ojos de Dios. ¿Qué son todas las demás cosas, si se comparan con ella? Vale más un acto de virtud que toda la sabiduría y que todos los cetros y riquezas del mundo. Un solo pensamiento bueno (decía ya un filósofo gentil con mucha verdad), vale más que toda la máquina del universo. Esfuérzate, pues, por alcanzar tan gran tesoro, que puede hacerte grande eternamente.

Oración: Oh Dios, que escogiste al bienaventurado Raimundo para que fuese insigne ministro del sacramento de la Penitencia y con singular maravilla le hiciste pasar por las olas del mar, concédenos que por su intercesión hagamos frutos dignos de penitencia y arribemos al puerto deseado de la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)

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