SANTA CUNEGUNDA
Emperatriz de Alemania, virgen y viuda
Queridísimos, os conjuro a que os abstengáis
de los deseos de la carne,
que combaten contra el alma.
(1 Pedro 2,11)
Santa Cunegunda dio un espectáculo verdaderamente digno de los ángeles observando, en medio de las delicias de la corte, castidad perpetua con san Enrique su esposo. La calumnia se empeñó en hacer que su virtud se hiciese sospechosa ante los ojos de este príncipe; mas Cunegunda, llena de confianza en Dios, probó su inocencia caminando descalza, sin quemarse, sobre rejas de arado calentadas al rojo. Después de la muerte de san Enrique, esta purísima paloma se retiró a un monasterio como buscando asilo para su virginidad. Murió en el año 1039.
MEDITACIÓN SOBRE LA CASTIDAD
I. Es muy difícil vivir castamente en medio de las delicias del mundo; no te creas que conservarás sin esfuerzo ese precioso tesoro de tu pureza. Serás atacado día y noche, en todo tiempo, en todo lugar, a toda edad de tu vida; mas esta virtud, que te hace semejante a los ángeles, bien merece que se realicen los mayores esfuerzos para conservarla. Reguemos este hermoso lirio de nuestros desvelos, con nuestras lágrimas y nuestra sangre si fuese necesario antes que dejarlo marchitar.
II. Lo que es difícil para la fragilidad humana se hace fácil con el auxilio del Cielo. Es verdad que nadie podría ser casto si Dios no le diera esa gracia; pero Dios no deja de hacer esta merced a quienes se la piden y trabajan seriamente en su adquisición. Desconfía de ti mismo, humíllate, implora el auxilio del Cielo y Dios te dará las gracias necesarias para someter la carne al espíritu. Evita sobre todo las faltas menores: todo es peligroso; el tesoro que llevas se encierra en vaso de arcilla: una nonada te lo puede hacer perder.
III. Huye prontamente de las ocasiones en las que peligra la santa virtud. Apenas san Enrique hubo dado su último suspiro, dejó Cunegunda la corte para refugiarse en un monasterio. Huye si quieres vencer; no te confíes en las victorias pasadas: basta una mirada para perderte; no eres más sabio que Salomón ni más santo que David, que fueron vencidos por el demonio de la impureza. En fin, si el fuego de las pasiones arde en tus huesos, date prisa a apagarlo con el recuerdo del fuego eterno (San Pedro Damián).
La castidad
Orad por las vírgenes
ORACIÓN
Escuchadnos, oh Dios nuestro Salvador, a fin de que la fiesta de nuestra virgen Cunegunda, al regocijar nuestra alma, desarrolle en ella los sentimientos de una tierna devoción. Por J. C. N. S. Amén.
Tomado: de Meditaciones del P. Grosez