28 de julio
Los santos Nazario y Celso, mártires
(† 68)
El apostólico predicador y mártir de Cristo, san Nazario, nació en Roma y fue hijo de un caballero africano y de una señora romana celebrada en la Iglesia con el nombre de santa Gaudencia. Recibió el bautismo de manos de san Lino, coadjutor a la sazón del príncipe de los apóstoles san Pedro.
Por inspiración del Señor determinó salir de Roma para predicar a Jesucristo; y socorrer con sus limosnas a los pobres necesitados, juntando en uno la misericordia espiritual y corporal, vino a Placencia, y de allí a Milán donde fue preso por mandato del presidente Anolino; el cual queriendo persuadirle que adorase a sus falsos dioses y no habiéndolo podido acabar con él, mandó darle en su venerable rostro muchas bofetadas y echarle de la ciudad.
Tuvo el santo esta afrenta por grande honra, por haberla padecido por Cristo; y pasó a Francia derramando por todas partes las semillas del Evangelio.
En una población de aquel reino, llamada Melia una mujer principal por nombre Marionila, le trajo un niño llamado Celso, para que le instruyese y le bautizase. Hízole así el santo, y viendo que resplandecía mucho en el jovencito la gracia del Señor, se lo pidió a su madre por inseparable compañero de su vida apostólica; y ella, aunque era viuda, hizo aquel sacrificio, y encomendó el hijo a san Nazario, el cual le trajo siempre consigo y padeció con él muchos trabajos.
Obraron en la ciudad de Tréveris muchos milagros con que ganaron innumerables almas a Jesucristo; mas arrestados los dos y puestos en la cárcel, fueron condenados a muerte, y para ello los arrojaron en la confluencia de los ríos Sarra y Mosela; pero al tiempo que los ministros del tirano pensaban que los dos santos habían ido al fondo, los vieron andar sobre las aguas, con grande admiración, y movidos de este prodigio los veneraron y tomaron por maestros, recibiendo de su mano la fe y el bautismo.
Con esto, viéndose libres, volvieron a predicar por las ciudades de Italia, y vinieron a parar a Milán, donde fueron presos del mismo presidente Anolino, el cual habiéndolo primero consultado con y el emperador Nerón (por ser Nazario ciudadano romano y hombre principal) los mandó conducir a la plaza mayor de la ciudad, donde fueron juntamente degollados, siendo aquella su preciosa sangre fecundísima semilla de gran número de fieles y mártires que dio al cielo aquella bendita tierra.
Reflexión: Trescientos años después del martirio de estos gloriosos santos Nazario y Celso, fue revelado a san Ambrosio (como él mismo lo escribe) el lugar donde estaban sus sagrados cuerpos: y pasando a él acompañado de su clero, halló el cadáver de san Nazario tan entero como si lo hubieran sepultado aquel mismo día: y junto a él una ampollita de sangre tan fresca y roja como si acabara de derramarse. La cabeza del santo estaba cortada y separada del cuerpo, pero tan entera que parecía estar viva. Añade el diácono Paulino, testigo presencial de este suceso, que el sepulcro exhalaba un olor suavísimo, y más agradable que todos los aromas. En otra parte de la misma huerta hallaron luego el cuerpo de san Celso, el cual juntamente con el de san Nazario fue trasladado a la iglesia de los Apóstoles. De este entonces acá no ha menguado un punto la devoción de los milaneses a los santos Nazario y Celso, cuya piedad todos hemos también de imitar, ya que nuestro Señor ha querido ilustrar a estos santos con tantas maravillas, y hacerlos tan gloriosos en la santa Iglesia.
Oración: Rogámoste, Señor, que fortalezca nuestra fe la santa confesión de los bienaventurados mártires Nazario y Celso, para que consigamos de tu bondad el auxilio de tu gracia que sustente nuestra flaqueza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)