27 de septiembre
Los santos Cosme y Damián, mártires
(† 303)
Los ilustres mártires de Cristo san Cosme y san Damián fueron hermanos, naturales de Egea, ciudad de Arabia, e hijos de padres cristianos.
Diéronse al estudio de las letras y ciencias humanas, y especialmente al de la medicina, en que salieron muy excelentes, y no pocas veces por arte divina sanaban dolencias incurables. No tenían puestos los ojos en interés temporal ni curaban por dineros, sino sólo por misericordia y puro amor de Dios, y valiéndose de su arte para dar a los enfermos conocimiento de la ley de Cristo y de su santo Evangelio.
A esta sazón tomó las riendas del imperio romano aquel gran perseguidor de la Iglesia, que inundó el orbe con sangre de mártires, y se llamaba Diocleciano. Este envió de procónsul de Egea a Lisias, hombre cruelísimo y por extremo enemigo de los cristianos, con orden de que los exterminase.
Al tener Lisias noticia de los dos santos hermanos, mandólos traer a su presencia, y procuró, con todo el artificio que pudo, persuadirles que sacrificasen a los dioses del imperio; y como viese que perdía tiempo, los mandó atar de pies y manos, azotarlos cruelísimamente, atormentarlos con otros muy atroces suplicios, y luego, así como estaban atados, que los echasen en la mar; pero un ángel los desató y libró y puso en la ribera.
Súpolo el procónsul, y atribuyéndolo a arte mágica, los mandó poner en la cárcel, y al día siguiente los hizo echar en una hoguera encendida; y los dos santos salieron ilesos de las devoradoras llamas. Espantado Lisias, mas no rendido, mandólos colgar en el ecúleo y descoyuntar sus. sagrados miembros: mas el ángel del Señor, que los había librado ya del agua y del fuego, los amparó también entonces, y los sacó de aquel tormento sin lesión alguna.
Corrido y avergonzado Lisias, no acababa de entender la virtud y poder de Dios y de la religión que los dos hermanos profesaban: y así, lleno de furor y enojo, dio orden de que los atasen en sendas cruces, los levantasen en alto y que allí fuesen apedreados hasta que acabasen la vida; todo lo cual no tuvo más efecto que los tormentos pasados, y solamente sirvió para demostrarle que nada puede la fuerza del hombre contra el todopoderoso brazo de Dios.
Quiso aún tentar otro suplicio además de los referidos, para convencerse de que todo lo pasado era pura obra de magia y hechicería; y fue mandarlos asaetear con agudas y aceradas saetas hasta destrozar los cuerpos de los santos confesores de Cristo; y al ver la inutilidad de este postrer tormento, los hizo degollar. De esta manera acabaron gloriosamente sus vidas los dos santos mártires, y con ellos otros tres hermanos suyos, llamados Ántimo, Leónico y Euprepio, cuyos cuerpos fueron sepultados fuera de la ciudad de Egea.
Reflexión: Solían decir los santos médicos Cosme y Damián a los enfermos que visitaban: “Mirad que la medicina que cura las enfermedades del cuerpo, no puede preservarle de la muerte: pero la medicina de la fe de Jesucristo, no sólo tiene maravillosa virtud para curar las dolencias del cuerpo, mas también da la salud y vida eterna del alma”. Imiten este ejemplo los médicos cristianos, procurando sanar a la vez, como san Cosme y Damián, los cuerpos y las almas de los enfermos: y aprendamos todos a tener en mayor estima la salud y vida inmortal del alma, que la sanidad y vida frágil, de nuestro cuerpo mortal y corruptible.
Oración: Haz, te rogamos, oh Dios todopoderoso, que pues honramos el nacimiento a la gloria de tus santos mártires Cosme y Damián, por intercesión de ellos nos veamos libres de todos los males que nos- amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)