San Máximo, obispo de Riez
(† 480)
El humildísimo siervo de Dios san Máximo, obispo de Riez, nació en un lugar llamado Decomer, hoy Cháteau-Redon, en la Provenza. Criáronle sus padres en santo temor de Dios y en la práctica de todas las virtudes.
Pasó muchos años, en el retiro de su casa, olvidado del mundo, y ocupado en el estudio y meditación de las letras sagradas, y en su propia mortificación, como si viviese en la soledad. Llamado del Señor a vida más perfecta, tomó el hábito en el monasterio de Lerins, que es una pequeña isla junto a las costas de la Provenza.
Allí encontró una numerosa comunidad de santos religiosos, cuyas heroicas virtudes daban gran celebridad al monasterio. Con tales ejemplos, hizo el santo tan grandes progresos en la virtud, que aventajándose sobre todos en santidad, parecía resplandecer como el sol entre las estrellas, y habiendo sido escogido para la cátedra de Arles el abad san Honorato, todos los monjes pusieron los ojos en Máximo, y a una voz lo aclamaron por sucesor.
Quiso nuestro Señor manifestar la heroica virtud de su siervo, obrando por él grandes milagros, y curando toda suerte de enfermedades. Concurrían, pues, al monasterio, tropas de gente, considerando al Santo como depositante del divino poder; y por huir de los aplausos del mundo, fue a esconderse en un bosque de la misma isla.
Pasáronse tres días y tres noches sin poderle descubrir, hasta que, al fin, le encontraron, y le volvieron al monasterio. Poco después, habiendo perdido su obispo la iglesia de Riez, en la Provenza, mandó sus comisarios al monasterio de Lerins, para ofrecer al santo la silla de aquella diócesis. Pero huyendo él de aquella dignidad, navegó hasta las costas de Italia, donde los comisarios le alcanzaron: y a pesar de su resistencia, le condujeron a Riez.
Allí fue recibido con extraordinarias demostraciones de júbilo: y todo el tiempo de su gobierno fue amado como padre, y reverenciado como santo, por las maravillas que obraba, entre las cuales se refieren dos muertos resucitados. Asistió a varios concilios que se celebraron en su provincia y en las comarcanas: y fue uno de los prelados que aprobaron la célebre epístola del papa san León a Flaviano de Constantinopla contra los herejes Eutiquianos: y firmó asimismo la epístola sinodal que los obispos escribieron en respuesta a la del papa.
Finalmente, después de haber gobernado santísimamente su iglesia, descansó en la paz del Señor; y fue sepultado con gran solemnidad, en la iglesia de San Pedro, que él mismo había edificado.
Reflexión: ¿De dónde proviene nuestra negligencia en practicar la humildad, y con ella las demás virtudes cristianas, siendo así que los santos tanto se desvelaron en el ejercicio heroico de los actos virtuosos? Muy fácil es descubrir la causa. Para apreciar debidamente las virtudes, debemos hacer de ellas la ocupación principal de nuestro espíritu: y para ponerlas en práctica, debemos desearlas con todo nuestro corazón. Mas, ¿qué hacemos? Con el pretexto de obligaciones fingidas, nos vamos olvidando de nuestro fin: y empleando todo el tiempo en buscar y cuidar los bienes perecederos, no nos queda espacio para los eternos. ¡Deplorable error, que si no lo enmendamos en tiempo oportuno, lo lloraremos perpetuamente!
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu venerable confesor y pontífice Máximo acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)