26 de mayo
San Felipe Neri, fundador
(† 1595)
El glorioso fundador de la Congregación del Oratorio san Felipe Neri nació en Florencia de padres nobles y temerosos de Dios. Mostró desde la infancia grande inclinación a la virtud, por lo cual le llamaban comúnmente Felipe el bueno.
Tocado de Dios, se fue a Roma, y en aquella corte del mundo comenzó una vida tan penitente como si estuviera en el yermo.
Unos mancebos atrevidos le encerraron una vez con dos mujercillas livianas para que le provocasen al mal; mas él cuando se vio en tan gran peligro, no hizo sino hincarse de rodillas, orando con tal reverencia, que ni aun mirarle a la cara se atrevieron.
Terminados sus estudios de filosofía y teología, vendió hasta los libros para entregarse todo a Dios, del cual recibía tan grandes consuelos, que le decía amorosamente: “Señor, no puedo más, apartaos de mí, que siendo yo mortal, no puedo ya llevar esta avenida de vuestros celestiales deleites”.
Un día, poco antes de la fiesta de Pentecostés, vino sobre él un fuego de amor tan grande que le derribó en el suelo con una grande palpitación del corazón que le duró toda su vida, quebrándosele dos costillas de encima del pecho; y sentía en aquella parte un calor tan excesivo, que por más frío que hiciese y siendo él ya un viejo era fuerza desabrigarse el pecho para templar aquellos ardores.
Conversaba con gente muy perdida y la ganaba para Jesucristo, visitaba los hospitales, y servía a los enfermos; fundó la cofradía de la santísima Trinidad de peregrinos y convalecientes, y por su ejemplo instituyó san Camilo de Lelis la religión de clérigos regulares, ministros de los enfermos.
Habiendo mandado su confesor que se ordenase de sacerdote eran perpetuos los éxtasis y ardores de amor que sentía en la misa, y algunas veces le veían levantado en el aire muchos codos en alto. Era muy familiar de san Ignacio de Loyola, el cual le llamaba la campana por los muchos que por su medio llamaba Dios a las religiones, y no le quiso admitir en la Compañía, porque sabía que el Señor le tenía guardado para fundador de la Congregación del Oratorio.
Solía visitar las siete iglesias de Roma, y a veces pasaban de dos mil los que le acompañaban. Obraba innumerables prodigios y parecía que tenía en la mano la vida y la muerte, la salud y la enfermedad.
Finalmente después de haber perpetuado su espíritu de piedad y celo de las almas en la Congregación del Oratorio, a los ochenta años de su vida preciosa y en el día de Corpus Christi, recibió del Señor la eterna recompensa de sus trabajos y virtudes.
Reflexión: Llegándose a san Felipe una persona que había cometido un pecado grave, le dijo el santo: “¡Qué mala cara tenéis!”. Ella se retiró e hizo algunos actos de contrición, y tornó a ponerse delante del siervo de Dios, el cual le dijo: “Desde que os apartasteis de mi habéis mudado de rostro”. Era también cosa muy rara y notada que san Felipe Neri echaba de sí un olor suavísimo y celestial que confortaba a los que trataban con él, y que conocía a los que estaban en pecado por un hedor insoportable, y les avisaba que se confesasen y enmendasen. ¿Qué olor sintiera en ti el santo glorioso? ¿Había de avisarte también para que purificases tu alma? ¿Se alegraría percibiendo en ti el aroma de las virtudes y de la gracia de Dios?
Oración: Oh Dios, que encumbraste a la gloria de tus santos a tu bienaventurado confesor Felipe, concédenos benignamente que los que celebramos su solemnidad, imitemos sus ejemplos y virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)
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