26 de enero
San Policarpo, obispo de Esmirna y mártir
(† 160)
El glorioso obispo de la edad apostólica fue discípulo de san Juan evangelista y maestro de san Ireneo, el cual dice de él: “Policarpo no sólo fue enseñado por los apóstoles, y conversó con muchos que habían visto y conocido al Señor, sino que los mismos apóstoles le eligieron por obispo de Esmirna, en Asia. Yo le traté en el tiempo de mi mocedad, porque murió muy viejo, y tenía ya muchos años cuando pasó de esta vida después de un glorioso e ilustre martirio. Enseñó siempre aquella misma doctrina que había aprendido de los apóstoles, la que enseña la Iglesia, y la que es únicamente doctrina verdadera. En tiempo de Aniceto vino a Roma y reconcilió con la Iglesia de Dios a muchos seguidores de los herejes, publicando que la doctrina que él había aprendido de los apóstoles no era otra sino la que la Iglesia enseñaba”. Hasta aquí san Ireneo (Lib. de haeres.).
Fue también muy amigo de san Policarpo, el fervorosísimo mártir san Ignacio, obispo de Antioquía, el cual, cuando era conducido a Roma, y condenado a las fieras del anfiteatro, tuvo grande consuelo al pasar por Esmirna para dar su último abrazo a Policarpo, a quien escribió todavía dos cartas llenas de celo apostólico.
También fue a Roma san Policarpo, siendo de edad de ochenta años, para consultar con el Papa Aniceto algunos puntos de disciplina eclesiástica, y allí topó con el famoso hereje Marción; y preguntándole éste: ¿Me conoces? Respondiole el varón apostólico: Sí; te conozco; eres el hijo primogénito del diablo.
Ochenta y seis años tenía, cuando en la sexta persecución de la Iglesia le prendieron y llevaron al anfiteatro de Esmirna. Al entrar en aquel lugar de su martirio, oyó una voz del cielo que le decía: ¡Buen ánimo, Policarpo, y persevera firme!
Exhortándole luego el procónsul a maldecir a Jesús, respondió el venerable anciano: Ochenta y seis años ha que sirvo a mi Señor Jesucristo, jamás me ha hecho ningún mal, antes, cada día he recibido de él nuevas mercedes; ¿cómo quieres, pues, que le maldiga?
Enojose con esta respuesta el tirano, y clamaron los gentiles con grandes voces diciendo: ¡Al fuego! ¡al fuego! Entonces hicieron con grande prisa una hoguera, en la cual arrojaron al santo obispo; mas el fuego no tocó al santo, ni le quemó, antes estaba a manera de una vela de nave que navega hinchada de próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del santo, no como carne quemada, sino como oro resplandeciente en el crisol, y las mismas llamas, para mayor milagro, echaba de sí un olor suavísimo como de incienso quemado en las brasas.
Finalmente, viendo los ministros que no se podía acabar la vida de aquel santo con fuego, determinaron acabarle pasándole el cuerpo con una espada, y en este martirio voló aquella alma dichosa al cielo para gozar eternamente de Dios.
Reflexión: Así morían los santos obispos de la primitiva Iglesia y los inmediatos discípulos de los apóstoles. Después de haber enseñado con palabras y ejemplos la santísima doctrina del Señor, la sellaban con la sangre del martirio, única recompensa que llevaban de este mundo, pero magnífica prenda de alta gloria por toda la eternidad. ¿Te cuesta algún trabajo el ser cristiano de veras? Anímate, pues, recordando que mucho más padecieron los maestros de nuestra santa fe, y nunca te olvides de lo que dice san Pablo, a saber: Que todas las penas de esta vida no son nada en comparación con la futura gloria con que Dios recompensa a sus escogidos.
Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu bienaventurado mártir y pontífice Policarpo, concédenos tu gracia, a fin de que mientras honramos su nacimiento en la gloría, nos holguemos mereciendo en la tierra su protección celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)