24 de diciembre
San Gregorio, presbítero y mártir
Movieron los emperadores Diocleciano y Maximiano, a principios del siglo III, una de las más crueles persecuciones que ha padecido la Iglesia; pues habiéndoles persuadido Flaco, hombre cruelísimo, que levantasen en todas partes simulacros de los dioses romanos, a quienes todos los vasallos del imperio debiesen ofrecer sacrificios, fácilmente se podrían descubrir así los que eran cristianos.
Agradó esta diabólica invención a los emperadores, y Maximiano encomendó al mismo Flaco que la pusiese por obra.
Entró pues este tirano en Espoleto, y sentado en un gran tribunal levantado en medio de la plaza, donde había concurrido todo el pueblo, preguntó a Tircano, juez de la ciudad, si todos adoraban a los dioses del imperio. Respondiole el juez: “Todos adoran a Júpiter, a Minerva y a Esculapio, nuestros inmortales dioses que miran propicios a todo el universo”, con lo cual quedó Flaco satisfecho, y mandó retirar al pueblo.
Pero había a la sazón en la ciudad un presbítero cristiano llamado Gregorio, admirable por los muchos portentos que obraba todos los días, curando a los enfermos, librando a los endemoniados, y reduciendo a muchos a la fe de Cristo.
Delatado a Flaco, mandó éste a cuarenta soldados que le trajesen preso al santo presbítero, y luego que lo tuvo a su presencia le preguntó con grande enojo: “¿Eres tú el Gregorio de Espoleto, rebelde a los emperadores y a los dioses?” Respondió el santo: “Yo’ soy Gregorio, siervo del Dios verdadero; no de tus dioses que fueron criaturas torpes y abominables, como se acredita por vuestras mismas historias”. Fuera de sí el tirano al oír tal respuesta, mandó que le deshiciesen la cara a bofetadas; amenazole luego con grandes suplicios si se negaba a sacrificar a los dioses; a lo que contestó el santo: “Yo no sacrifico a los demonios”.
Entonces ordenó Flaco apalearle con varas nudosas como a vil esclavo, y echarle después en medio de una grande hoguera. Rogó el mártir al Señor que le librase de las llamas, como libró a los tres mancebos del horno de Babilonia, y así lo hizo, sucediendo en aquellos instantes un espantoso terremoto que arruinó gran parte de la población, en la que murieron más de quinientos cincuenta idólatras.
El mismo impío Flaco huyó precipitadamente, encargando a Tircano que volviese al mártir a la cárcel. El día siguiente mandó que le quebrantasen las piernas, que le aplicasen a los costados hachas encendidas, y finalmente mandó que le degollasen en medio del anfiteatro.
Ejecutada la sentencia de muerte, soltaron las fieras para que devorasen el sagrado cadáver pero éstas, olvidadas de su natural crueldad, le veneraron inclinando delante de él las cabezas sin osar tocarle; por cuyas maravillas todo el pueblo comenzó a clamar a grandes voces: ¡Grande es el Dios de los cristianos! y se convirtieron a la fe muchos gentiles.
Aquel mismo día murió Flaco desastrosamente, vomitando las entrañas por la boca.
Una señora cristiana llamada Abundancia, compró a Tircano el cadáver de Gregorio, y lo embalsamó con preciosos aromas. Sus reliquias se veneran en la iglesia de Colonia.
Reflexión: Así castiga Dios aun en esta vida a los que afligen a sus siervos. No se engañe tu corazón con prometerse por lo menos aquí una vida toda llena de placeres, dudando, como los impíos, de la futura. En medio del festín le alcanzó a Baltasar la ira de Dios: a Flaco cuando menos lo pensaba. ¿Quién te ha asegurado que no te pasará lo mismo al primer mandamiento que quebrantes?
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para el cielo, de tu bienaventurado mártir Gregorio, por su intercesión se acreciente en nosotros el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)