22 de octubre
Santa María Salomé, viuda
Fue santa María Salomé mujer del Zebedeo y madre de los gloriosos apóstoles Santiago el Mayor y San Juan Evangelista, llamado por otro nombre el Discípulo amado. Era parienta de la Virgen santísima, por cuyo motivo se trata a sus hijos en el Evangelio como consanguíneos de Jesús: y puede presumirse que sería oriunda de Nazaret en donde sabemos que tenían su casa los padres de la Madre de Dios.
Estaba casada con Zebedeo, que era pescador de oficio aunque con barca propia. En el tiempo que el Señor llamó a sus dos hijos al apostolado, estaban ellos remendando las redes, y luego le siguieron: cosa que no sólo no llevó a mal la santa madre, sino que también imitó después, siguiendo ella misma al Salvador con otras piadosas mujeres galileas, como se lee en el Evangelio.
Llevada un día del amor de madre y de la confianza que tenía con el Salvador, le dijo: “Quiero que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu siniestra en tu reino”. Respondió el Señor: “No sabéis lo que os pedís: ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber (en mi pasión y muerte)?” A cuya pregunta respondieron san Juan y Santiago confiados más de lo justo: “Sí, Señor, podemos”.
Entonces les dijo Jesús: Beberéis en efecto mi cáliz: pero el sentaros a mi diestra o a mi siniestra, no está en mi mano concedéroslo a vosotros, sino que será para aquellos a quienes está preparado por mí Padre: queriendo significar que tales dignidades no se habían de dar por respetos de parentesco, sino por solas razones de mérito, y profetizándoles al mismo tiempo que padecerían el martirio.
Sabemos también por el Evangelio que santa Salomé con otras mujeres piadosas siguió a Jesucristo hasta el Calvario, sin que el temor de los soldados la amedrentase, ni el verle padecer en la cruz entre los ladrones entibiase su fe.
También acompañó el sagrado cadáver del Señor cuando le llevaron al sepulcro: y en la tarde del sábado compró gran cantidad de aromas con ánimo de ir por la mañana con sus compañeras a ungir el santísimo cuerpo de Jesucristo; mas cuando llegaron al sepulcro, lo encontraron ya abierto y vacío; y luego vieron dos ángeles vestidos de blanco que las aseguraron de la resurrección, y les dijeron que diesen cuenta de ello a los demás discípulos.
Volviéndose presurosas con tal encargo, se les apareció Jesús resucitado y glorioso y les dijo: Dios os guarde: y Salomé y sus compañeras se postraron y abrazaron sus pies sacratísimos y el Señor les encargó que anunciasen su resurrección a sus hermanos, y les dijesen que fuesen a Galilea, donde le verían. Finalmente, con estos divinos regalos, creció santa Salomé en piedad y divino amor hasta que llegada la hora de su dichoso tránsito, pasó a gozar la eterna gloria de Jesucristo en los cielos.
Reflexión: Era consiguiente a los grandes beneficios que ha recibido España de su primer apóstol y patrón Santiago, que nuestra Iglesia hiciese gloriosa memoria de su santa madre, tantas veces celebrada en los Evangelios. Veneremos, pues, a esta dichosa parienta de Jesús, a esta madre de dos de sus apóstoles y fidelísima sierva de nuestro divino Redentor: y cuando rogamos por nuestra amada patria, imploremos su patrocinio juntamente con el de su hijo Santiago, para que nos alcancen la ayuda de Dios para vencer a los enemigos de nuestra fe, y ser fieles siervos de Jesucristo, Señor nuestro.
Oración: ¡Oh Señor Jesús! por cuyo amor la bienaventurada Salomé entre las primeras mujeres fieles, lo dejó todo por ti, y cuidó de venerar tu cuerpo en el sepulcro, concédenos propicio, que a su ejemplo sepultados contigo merezcamos participar de la eterna resurrección. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)