22 de noviembre
Santa Cecilia, virgen y mártir
(† 230)
La esclarecida virgen y mártir santa Cecilia, nació en Roma, de padres muy nobles; los cuales, aunque eran gentiles, no estorbaron que su hija fuese criada en la verdadera fe. Traía siempre consigo el libro de los Evangelios, y procuraba poner por obra las palabras de Jesucristo, a quien consagró su virginidad.
Casáronla sus padres, contra toda su voluntad, con un caballero mozo, llamado Valeriano. Vino el día en que se habían de celebrar las bodas; y estando todos con gran fiesta y regocijo, sólo Cecilia, vestida de seda y oro, estaba triste y llorosa; y llamando a parte a su esposo, le dijo: “Te hago saber que tengo en mi compañía un ángel que guarda mi virginidad; el cual quiere que me respetes”. Respondió Valeriano: “Hazme ver a este ángel que dices que está en tu compañía”. Díjole Cecilia: “Menester será, si lo quieres ver, que primero creas en Jesucristo, y te bautices”.
Y como Valeriano mostrase gana de hacerlo, y le preguntase quién le había de enseñar y bautizar, ella le envió a la Vía Apia al papa san Urbano, de cuya mano recibió el bautismo: y luego vio un ángel que llevaba dos espléndidas coronas.
Volvió Valeriano a Cecilia, y le dio cuenta del suceso: lo cual habiendo referido también a Tiburcio, su hermano, le redujo a la fe, y le hizo bautizar con Máximo, su compañero de armas. Súpolo el prefecto Almaquio; y habiendo mandado prenderlos y atormentarlos, alcanzaron la corona de un ilustre martirio.
Los sagrados cuerpos de estos mártires los recogió secretamente la virgen Cecilia y los enterró en el cementerio de Pretextato. Y como socorriese a los mártires que estaban en las cárceles, y públicamente predicase a Jesucristo, la hizo prender Almaquio: y traída al templo de los dioses, la instó con halagos, promesas y amenazas, a ofrecerles sacrificio; mas viendo que todo era en vano, mandola encerrar en un baño de la misma casa de la santa, y poner fuego debajo, para que, respirando ella el aire caliente, se ahogase. Guardola el Señor todo un día y una noche: y ella, no sólo no recibió detrimento alguno, antes, llena de gozo, cantaba con los ángeles las alabanzas de Cristo.
Al saber esto Almaquio, dio orden que allí mismo le cortasen la cabeza: y aunque el verdugo la hirió tres veces, no se la pudo cortar. Los que presentes estaban recogieron la sangre con esponjas y lienzos, para guardarla por reliquias. Pasados así tres días, en que ella consolaba a los que la visitaban, entregó su alma al divino Esposo.
Reflexión: Cuando los ministros que prendieron a la santa y la llevaban al tribunal del prefecto, la rogaban que mirase por sí, y gozase de su hermosura, nobleza y riquezas, ella les dijo: “No penséis que el morir por Cristo será daño para mí, sino inestimable ganancia: porque confío en mi Señor, que, con esta vida frágil y caduca, alcanzaré otra bienaventurada y perdurable. ¿No os parece que es bien dejar una cosa vil, por ganar otra preciosa y de infinito valor; y trocar el lodo, por el oro; la enfermedad, por la salud; la muerte, por la vida, y lo transitorio, por lo eterno?”. ¡Cómo se endulzarían con estos cristianos sentimientos las amarguras de nuestra vida, y, sobre todo, del trance de nuestra muerte!
Oración: Oh Dios, que nos alegras cada año con la festividad de tu virgen y mártir, la bienaventurada Cecilia; concédenos la gracia de imitar, con nuestras buenas obras, a la que con nuestros religiosos obsequios veneramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)