22 de diciembre
San Isquirión, mártir
(† 253)
Imperando Decio, levantose una terrible persecución que hizo grandes estragos en la cristiandad, y señaladamente en la iglesia de Egipto, a la sazón harto floreciente: y como al paso que iba multiplicándose la muchedumbre de los fieles, y creciendo en fervor, se encendiese también la saña de los gentiles, que por sus vicios y liviandades se hacían indignos de la luz de la fe; no podían sufrir los buenos ejemplos de los cristianos, y se aprovechaban de la licencia que los edictos de los tiranos les concedían, no sólo para delatarlos ante los tribunales, mas también para maltratarlos con grande inhumanidad.
Servía por este tiempo en la casa de un magistrado gentil, el siervo de Cristo, Isquirión, el cual cumplía con gran diligencia cuanto su amo le mandaba, y por esta causa era de él muy estimado y tenido como criado de su confianza.
Guardábase de los vicios que solían acompañar a los criados de otros señores; era sufrido y respetuoso, y tan inclinado a la caridad y misericordia, que de su mismo salario, socorría las necesidades de los pobres, y consolaba con gran caridad y gracia a los afligidos.
Estas virtudes parecían bien a su amo, aunque idólatra y de malas costumbres; lo que no podía ver con buenos ojos, era que se apartase Isquirión de todas las fiestas y sacrificios que se hacían en honra de los dioses, y nunca quisiese asistir a los regocijos de tales días; negábase también a comer carnes sacrificadas a los ídolos, por los cual sospechó el amo que Isquirión era cristiano.
Comenzó pues a amonestarle que se sacrificase y se conformase con los demás criados de su condición, que en todo obedecían a la voluntad de sus dueños; a lo cual respondió Isquirión que la ley que profesaba, le obligaba a dar a los hombres lo que se debe a los hombres, y a Dios lo que es de Dios.
“¿Eres por ventura cristiano?”, le preguntó el amo lleno de cólera. “Sí, cristiano soy”. A lo que replicó el amo: “Yo te arrancaré de las entrañas esa superstición cristiana, que te obliga a quebrantar las órdenes del César, a blasfemar de los dioses inmortales, y a faltar a la obediencia que me debes”.
Así amenazaba el amo muchas veces al siervo fidelísimo de Cristo, hasta que viéndole tan constante, que no hacía caso de ninguna clase de promesas y amenazas, tomó un día un palo agudo que halló a la mano, y se lo metió en el vientre. Hincose de rodillas Isquirión, y rogando a Jesucristo que perdonase a su inhumano señor, recibió en aquel suplicio la corona de los mártires.
Reflexión: Hasta a los mandatos de los gentiles e idólatras debe extenderse nuestra obediencia, cuando legítimamente constituidos, nos exigen actos conformes a la ley divina. Sólo a Dios se le debe incondicional obediencia. A todas las demás autoridades, por respetables que sean, condicional; en cuanto no ordenan algo contrario a la ley de Dios. Esto muchas veces nos acarreará disgustos, privaciones, suma necesidad como a los mártires: pero se trata de perder a Dios o a los hombres, y ningún cristiano debe vacilar en perder antes todo el mundo por conservar la gracia de su Creador. Los amos y superiores jamás deben constituirse en tiranos del gentilismo, exigiendo de sus súbditos actos que sin pecado no los pueden practicar. Pero si alguno tuviese la desgracia de caer debajo de alguno de éstos, debe decirle resueltamente que entre Dios y el César escoge a Dios, y no dude de su especialísima ayuda en la lucha.
Oración: Rogámoste, oh Dios todopoderoso, que por la intercesión de tu bienaventurado mártir Isquirión, nos libres de las aflicciones del cuerpo y de los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)