22 de abril
Los santos Sotero y Cayo, pontífices y mártires
(† 170, † 296)
El venerable pontífice y glorioso mártir de Cristo san Sotero o Soter nació al fin del siglo primero en Fondi que está en el reino de Nápoles, y vivía en Roma al tiempo en que los fieles romanos que habían recibido la doctrina celestial de mano de los príncipes de los apóstoles, eran modelos de virtud para toda la cristiandad.
Y como resplandeciese san Sotero en aquella santa Iglesia por su sabiduría y celo apostólico, fue elegido por sucesor de san Aniceto en la silla de san Pedro.
Bien fue menester aquella caridad de Cristo que ardía en las entrañas del nuevo pastor de la Iglesia; porque arreciaba a la sazón la persecución de Marco Aurelio Antonino, el cual imitó la bárbara crueldad de Nerón contra los inocentes cristianos; y así unos eran enterrados vivos y cargados de cadenas en cárceles subterráneas, otros condenados a las minas, otros arrojados a los tigres y leones del anfiteatro, otros despedazados y muertos a puros tormentos en las plazas y patíbulos.
Mas san Sotero como buen pastor que no temía perder la vida por sus ovejas, les visitaba en las cárceles y en las cavernas, les socorría con limosnas, les alentaba con cartas y saludables instrucciones, con tanta gracia del Señor, que todo el mundo fue testigo de la constancia admirable con que innumerables fieles dieron la vida por la fe, antes que el santísimo pastor mereciese también la corona de su ilustre martirio.
Celebramos hoy también la fiesta de otro pontífice mártir, llamado Cayo, el cual era originario de Dalmacia y pariente de Diocleciano; y semejante a san Sotero en los trabajos, persecuciones y gloriosa muerte.
Veíanse los cristianos obligados a esconderse en los bosques y cavernas; en las plazas, esquinas y encrucijadas de las ciudades mandaban los tiranos poner unos idolillos, con bando riguroso que nadie pudiese comprar, ni vender sin haberlos antes incensado, ni aun podían sacar agua de las fuentes y pozos públicos sin hacer antes aquel impío sacrificio.
Es imposible decir lo que hizo el santísimo pontífice Cayo para que triunfase la ley de Cristo en esta horrible persecución; y no poco le ayudaron Cromacio, antiguo prefecto de Roma, convertido a la fe, y san Sebastián, que era el capitán de la guardia imperial, y un oficial del emperador, llamado Cástulo, fervoroso cristiano, en cuyo palacio tenía su oculta iglesia el santo pontífice.
Y allí en lo más alto de la casa se juntaban secretamente los fieles todos los días, y san Cayo les apacentaba con la palabra de Dios, celebraba la misa y les distribuía el pan de los fuertes. Finalmente, después de haber enviado delante de sí al cielo gran muchedumbre de valerosos mártires, a los doce años de su pontificado, que pasó en los montes, cuevas y casas de los cristianos, selló también con su sangre la fe de nuestro Señor Jesucristo.
Reflexión: ¡Qué trabajosa y azarosa vida la de aquellos cristianos! Por no ser infieles al santo Bautismo, por no quemar un granito de incienso en el ara de los falsos dioses se condenaban a un destierro voluntario, moraban en los bosques, en las cuevas y catacumbas, y ponían mil veces a riesgo la hacienda y la vida. Pues, ¿qué hacemos nosotros por nuestra fe? ¿No es por ventura, tan preciosa como la suya? ¿No tenemos el mismo Dios, la misma fe y el mismo bautismo? ¡Ah! cubrámonos de vergüenza y temamos a Dios, que puede castigar nuestra culpable incredulidad, o nuestra torpísima indolencia en su servicio.
Oración: Suplicámoste, Señor, que nos proteja la festiva memoria que celebramos de tus santos mártires y pontífices Sotero y Cayo, y que su venerable intercesión nos recomiende ante el acatamiento de tu divina Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)
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