20 de octubre: SAN JUAN CANCIO

Meditaciones

SAN JUAN CANCIO

Confesor

Mis amados, os conjuro a que os abstengáis
como extranjeros y peregrinos,
de los deseos carnales que combaten contra el alma.
(1 Pedro 2, 11)

Llevaba este santo la caridad hasta el extremo de despojarse de sus propias vestiduras para cubrir a los indigentes. Viajó cuatro veces a Roma para visitar las tumbas de los santos Apóstoles y dar testimonio de su adhesión a la Santa Sede. En una de estas peregrinaciones, topó con unos ladrones que, después de haberle tomado su dinero, le preguntaron si no tenía nada más. Respondió él que no; pero, recordando enseguida que tenía algunas monedas de oro cosidas en su manto, llamó a los malhechores y se las entregó. Impresionados éstos por su candor y su generosidad, le devolvieron lo que le habían tomado. Habitualmente llevaba cilicio, dormía y comía lo menos posible. Murió a la edad de 83 años, en 1473. Su memoria es objeto de gran veneración en Polonia y Lituania.

MEDITACIÓN SOBRE LO DULCE QUE ES SERVIR A DIOS

I. El camino de la virtud no es tan difícil como uno se lo cree. Dios no pide de nosotros cosas imposibles. Examina cada uno de los mandamientos en particular, y verás cuán leve es la carga que nos impone. Además, todo lo que prescribe es conforme a razón; todo es para nuestro bien. Los príncipes de la tierra, el mundo, nuestras pasiones, a menudo nos mandan cosas imposibles, contrarias a la razón, dañosas; ¡a pesar de ello obedecemos a estos exigentes señores, y rehusamos obedecer a nuestro amable Salvador! Lo que Él manda no es duro ni penoso, y su gracia nos ayuda a ejecutarlo. (San Agustín).

II. Dios nos concede generosamente sus gracias para ayudarnos a servirle; y si alguna amargura existe en la observancia de sus mandamientos, es singularmente suavizada por los consuelos celestiales que acompañan a la práctica de la virtud. Los ejemplos de los santos cuyas vidas leemos, y el de las personas piadosas que nos rodean, nos hacen más fácil la guarda de los mandamientos.

III. La recompensa que se nos ha prometido disminuye en mucho la pena anexa al trabajo. Con la esperanza de una recompensa, trabaja el obrero con alegría y ardor, el soldado se expone a la muerte y el mercader al peligro de naufragar. La gloria que yo espero es segura, es Dios quien me la promete: es fiel a su palabra, no engaña jamás. Esta gloria perdurará lo que la eternidad. Piensa en ello seriamente. Levanta tu mirada al cielo y di, de cuando en cuando: No depende sino de mí el entrar un día en ese palacio de luz. Lo puedo si lo quiero. ¡Qué livianos son mis trabajos, comparados con el peso de la recompensa!

La observancia de los mandamientos
Orad por los peregrinos

ORACIÓN

Haced, os lo suplicamos Señor, que avanzando a ejemplo de san Juan en la ciencia de los santos y dando testimonio como él de una gran misericordia para con el prójimo, obtengamos, por sus méritos, hallar gracia ante Vos. Por J. C. N. S. Amén.

Tomado: de Meditaciones del P. Grosez

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