20 de febrero: San Euquerio

San Euquerio
San Euquerio

20 de febrero

San Euquerio, obispo y confesor

(† 743)

El bienaventurado san Euquerio nació en Orleans, ciudad principal de Francia, de padres nobles, ricos y piadosos, y aunque estaba dotado de los dones naturales que el mundo estima, mucho mayor era el adorno y atavío de su alma, y así huyendo de las tempestades del siglo, se acogió al puerto seguro de la Religión, y en el monasterio Cemético tomó el hábito de monje.

Fue tan grande la luz de su santa vida, que muriendo en aquella sazón el obispo de Orleans, que era su tío, todo el pueblo envió una embajada a Carlos Martel (que, aunque no era rey, gobernaba el reino de Francia como si lo fuera) suplicándole que les diese a Euquerio por obispo.

No se puede creer la pena que recibió el santo cuando lo supo, pero bajó la cabeza y llorando él, y llorando los monjes, se partió del monasterio y vino a Orleans, donde fue consagrado de los obispos y colocado en su cátedra con extraño regocijo de todo el clero y pueblo. Hizo el santo su oficio de pastor con gran vigilancia y cuidado, y todos le querían y reverenciaban como a padre, y publicaban sus alabanzas por todas partes.

Mas todo esto no bastó para que no padeciese muchos trabajos, porque como reprendiese a Carlos Martel porque se metía en los bienes de la Iglesia como si fuera señor de ellos, mal aconsejado el príncipe por ministros codiciosos y lisonjeros, desterró al santo obispo a la ciudad de Colonia.

Aquí fue recibido como un ángel venido del cielo, y regalado y servido tanto, que Martel, temiéndole, le envió al duque Roberto, amigo suyo, para que le guardase, y el duque, conociendo los méritos de Euquerio, le recibió con suma alegría y le entregó su hacienda para que la repartiese a los pobres a su voluntad.

Mas el santo no quiso del duque sino que le dejase libremente en la iglesia de san Trudón, donde olvidado de todos los cuidados de la tierra, se entregó enteramente a las cosas del servicio divino.

Seis años pasó en aquel retiro, llevando una vida enteramente celestial; multiplicó sus penitencias, austeridades y vigilias, y pasaba los días y gran parte de las noches en la oración. Fue tanta la fuerza de su buen ejemplo, que con su vida santísima se movieron los monjes del monasterio de aquel lugar, a la imitación de las heroicas virtudes del santo prelado, porque no les parecía sino ver en él un venerable anacoreta venido del desierto, o un ángel revestido de carne humana.

Finalmente, queriendo el Señor premiar los trabajos de su siervo fidelísimo, le llamó para sí, del destierro a la patria feliz de los bienaventurados por una muerte preciosa. Fue su dichoso tránsito el día 20 de febrero, y al poco tiempo ilustró el Señor el sepulcro del santo con muchos y estupendos milagros.

Reflexión: No hay duda sino que nuestro Señor ha dado severísimos castigos a muchos que han metido las manos en los tesoros de la Iglesia, y de esto hay grandes y numerosos ejemplos así pasados como presentes, y puesto caso que Carlos Martel no se condenase, aunque lo piensan algunos por una revelación que citan de san Euquerio, con todo es lo cierto que padeció una pena temporal de angustias y aflicciones durísimas que le acabaron la vida, como dice el cardenal Baronio. Y así, no sin mucha razón ha sido celebrada la expresión de un hombre político de nuestros tiempos que decía: “Yo no sé lo que tiene la carne del Papa, que quien la come, revienta”.

Oración: Rogámoste, Señor, que oigas nuestras súplicas en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Euquerio, y por los méritos e intercesión de este santo que dignamente te sirvió, absuélvenos de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)

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