19 de febrero
San Álvaro de Córdoba, confesor
(† 1430)
Uno de los varones ilustres que florecieron en España en el siglo XIV fue san Álvaro, el cual nació en la ciudad de Córdoba de la excelentísima casa de los duques de este título, y fue decoroso ornamento de la Orden Dominicana.
Dedicose a un mismo tiempo que san Vicente Ferrer al ministerio apostólico de la predicación, para combatir el desorden general, causado en toda la cristiandad por el dilatado cisma de tres antipapas, y extendió sus conquistas evangélicas a varias provincias de España, Portugal e Italia, no habiendo pecador tan obstinado que pudiese resistirse a su triunfante elocuencia.
Obligole la reina Catalina a dirigir su conciencia, y a expensas de su infatigable actividad y con la ayuda de san Vicente Ferrer calmó las tempestades que agitaban el ánimo generoso de la soberana, y los reinos de Aragón y de Castilla, y se retiró después a su amada soledad en el convento de Scala coeli, que labró a una legua de Córdoba.
Aquí soltó el santo las riendas a su fervor. Desnudábase las espaldas, y azotándose con una cadena de hierro, subía de rodillas por una agria cuesta, sembrada de puntas penetrantes de la misma roca, y en llegando a una cueva, donde estaba una imagen de Nuestra Señora de las Angustias, en todo semejante a la del convento de san Pablo, continuaba la disciplina con tanto rigor, que dejaba el suelo y las paredes bañadas en sangre.
Viéronle muchas veces en ese santo ejercicio, sostenido de los brazos por los ángeles, los cuales le alumbraban y separaban del camino las piedras para que no le lastimasen.
Y entre otros regalos que recibió de su Amor crucificado este abrasado serafín, uno fue que pasando un día a su convento de Córdoba, y viendo en el camino a un pobre enfermo tan desnudo y tan lastimoso que moviera a piedad al pecho más duro, cargándolo sobre sus hombros, partió con él al convento, y entrando en la portería con la piadosa carga, y acudiendo los religiosos a bajar de los hombros del santo al enfermo, luego que lo descubrieron hallaron una imagen de Cristo crucificado. Espantáronse a la vista de aquel soberano espectáculo, y el santo, prorrumpiendo en expresiones amorosas, le adoró postrado y bañado en tiernas lágrimas.
Así vivió san Álvaro crucificado con Cristo, hasta que entendiendo que era llegada la hora de unirse con Él en la gloria de su reino, recibió el sagrado Viático, y quedándose en una agradable suspensión, entregó su alma al Creador a la edad de setenta años.
Reflexión: Al leer la vida de este varón tan santo, por ventura te has inquietado al verte tan miserable y sin ningún mérito. Haz, pues, lo que buenamente puedas para satisfacer por tus culpas y agradar a aquel benignísimo Señor a quien ofendiste, y pon toda tu esperanza en sus divinos e infinitos merecimientos, y no temas, que no te condenará ni te privará de la gloria de su reino. Mira lo que dice el apóstol: “Doctrina fiel y verdadera es que Jesucristo vino a este mundo a salvar a los pecadores. Diose a sí mismo por nosotros para librarnos de toda maldad, y por su misericordia nos redimió, para que renovados con su gracia, esperemos ser herederos de la vida eterna”. (I, Tit. I.) ¿Quién no se anima con tales promesas? ¿Quién con tal esperanza podrá desmayar y caer en la desesperación?
Oración: Atiende, Señor, a las súplicas que te dirigimos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Álvaro, para que los que no confiamos en nuestros méritos, seamos ayudados por las oraciones de aquel santo que fue de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)