18 de febrero
San Flaviano, patriarca de Constantinopla
(† 449)
El ilustre defensor de la fe católica san Flaviano servía al Señor en su ministerio sacerdotal, y tenía a su cargo los tesoros de la Iglesia de Constantinopla, cuando por muerte del patriarca Proclo, fue elegido para aquella dignidad, con singular aplauso de los fieles católicos y grande enojo de los herejes.
Uno de sus mayores enemigos era Crisafio, favorito del emperador Teodosio el Joven, y árbitro de la débil voluntad del príncipe, a quien indujo a pedir a Flaviano algunos presentes con ocasión de su elevación al patriarcado.
El santo pastor, conforme a la costumbre de su Iglesia, envió al emperador no más que algunos panes bendecidos en señal de paz y comunión con la Iglesia de Cristo.
Indignose al verlos Crisafio, y mandó a decir al santo que debía enviar otra cosa; a cuya demanda respondió Flaviano con grande entereza, que él era enemigo hasta de toda sombra de simonía, y que los bienes de la Iglesia no habían de emplearse en obsequio del emperador, sino en la honra de Dios y alivio de los pobres.
Rugió de coraje el cortesano al recibir esta respuesta del santo pontífice, y juró que había de perderle a todo trance.
Mas no temió sus fieros y amenazas el valeroso defensor de la fe de Cristo, y antes condenó solemnemente en concilio al heresiarca Eutiques, que era pariente de aquel mayordomo de palacio, y apeló al Papa León contra el conciliábulo de los herejes, que se juntaron para deponerle de su Silla.
Entonces, como lobos carniceros y ajenos a toda humanidad y respeto, se arrojaron contra el santo Patriarca, le hirieron con sus varas, le acocearon y maltrataron de suerte que, al llegar desterrado a Epiro, murió de los malos tratamientos que había recibido.
El emperador, abrió finalmente les ojos y reconoció su culpa, pero su mayordomo Crisafio, que fue el autor de toda aquella trama sacrílega, perdió el favor del príncipe y acabó su vida criminal condenado a una vergonzosa muerte.
El Papa san León había escrito una carta a Flaviano para consolarle y animarle a sufrir por amor de Cristo las persecuciones y trabajos que padecía, pero cuando llegó la carta a su destino, ya había pasado de esta vida nuestro santo, y recibido en el cielo la recompensa de su invencible entereza y de sus grandes méritos.
Reflexión: No han sido pocas, sino muchas las persecuciones que ha sufrido la Iglesia de Cristo, sin más razón que la codicia de sus perseguidores. Murmuraban un día de las sagradas Órdenes religiosas algunos corifeos de la política liberal, ponderando con grande encarecimiento la relajación de algunos monasterios y conventos, los cuales, decían, merecían ser quemados como lo fueron. Al oír esto un buen católico que se hallaba presente, replicó diciendo: Todavía no habéis dicho cuál fue el mayor pecado de los frailes para que merecieran ser exterminados y tan bárbaramente degollados. No fue, añadió, la relajación ni otro vicio, que fácilmente tolera estas cosas el gobierno liberal. El mayor pecado que tenían aquellos frailes era que estaban ricos. Esta fue la causa principal de la quema de los conventos, y suele serlo también de las murmuraciones y calumnias con que los enemigos de la Iglesia no cesan de combatirla. Si logran despojarla y reducirla a suma miseria, entonces la afrentan y menosprecian.
Oración: Rogámoste, Señor, que oigas benignamente las súplicas que te dirigimos en la solemnidad de tu confesor y pontífice Flaviano, y que por su intercesión y merecimientos nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)