17 de septiembre
San Pedro de Arbués, mártir
(† 1485)
El valeroso mártir de la fe, y decoroso ornamento de la Inquisición de España, san Pedro de Arbués, fue hijo de don Antonio Arbués, y de doña Sancha Ruiz y nació en la villa de Epila, como a seis leguas de Zaragoza.
Alcanzó en la universidad de Bolonia gran renombre de sabio, y leyó en una de las dos cátedras del insigne colegio que había allí fundado don Egidio Albornoz, arzobispo de Toledo y cardenal de la Iglesia romana. El grado de doctor que recibió hállase acompañado de singular mención honorífica de sus virtudes, por estas palabras: “Los multiplicados dones de virtudes con que el Altísimo engrandeció la persona del maestro en artes y filosofía Pedro de Arbúes, etc.”.
Recibiéronle después con grande honra en la iglesia metropolitana de san Salvador de Zaragoza los canónigos reglares de la orden de san Agustín, y como llegase a oídos de los reyes católicos la fama de sus grandes letras y virtudes, le nombraron inquisidor del reino de Aragón, en cuyo santo oficio mostró admirable discreción, celo y entereza.
Mas habiendo juzgado reos de ciertas horrendas abominaciones a algunos judíos ricos que por sola hipocresía se habían bautizado, juntáronse en concilio y enviaron a Córdoba procuradores que se quejasen a los reyes católicos del rigor que con los judíos usaba Pedro de Arbués.
No hicieron caso los católicos monarcas de aquellas falsas acusaciones, porque estaban tan satisfechos de la prudencia y santidad del inquisidor, como cansados de las traiciones de los moros y de la perfidia de los judíos. Entonces dieron éstos buena suma de oro a un hombre facineroso llamado Juan de Labadía el cual la repartió con otros dos asesinos llamados Juan Esperan y Vidal Duran.
Algunos amigos del santo le avisaron de su peligro; y él les respondió sin turbarse: “Ya que no soy buen sacerdote, al menos seré buen mártir.” Escondiéndose los tres asesinos una noche en la iglesia, al tiempo que solía venir a ella el santo vestido con los hábitos de coro para asistir a los Maitines, así que se hincó de rodilla ante el altar mayor para hacer una breve oración, cayeron sobre él, y le dieron con sus espadas tantas cuchilladas, que le dejaron muerto.
Cuando los malvados judíos le daban la muerte, cantábase en el coro aquel verso que dice: “Cuarenta años me hallé con esta gente y dije: yerran siempre por la ceguedad de su corazón”: y al caer mortalmente herido, exclamó: Muero por Jesucristo, pues muero por su santa fe. Fue llevado luego a su casa, y al cabo de dos días, pidiendo perdón por sus enemigos, y recibidos con grande devoción los Sacramentos, dio su espíritu al Creador, a la edad de cuarenta y tres años.
Hizo toda Zaragoza gran sentimiento de su muerte, y por espacio de tres días no se celebraron en la catedral los divinos oficios, y se vistieron de luto los altares hasta que se purificó el templo de aquella sacrílega violación, y por un año entero se cantaron los oficios en tono fúnebre.
Reflexión: Muy honrado es de Dios con prodigios, y de la Iglesia con universal veneración, el gloriosísimo inquisidor san Pedro de Arbués, el cual murió a manos de los pérfidos judíos, por el celo de conservar la fe católica, que es el mayor beneficio que Dios puede hacer a una nación. Tengamos pues en grande estima esta prenda del cielo: y ya que los gobiernos liberales la posponen a los intereses de la tierra, procuremos guardarla con todo cuidado en nuestras almas. Antes perder la vida que la fe.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que sigamos con la debida devoción la fe de tu bienaventurado mártir san Pedro de Arbués, el cual mereció alcanzar la palma del martirio por la confesión de la misma fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)