16 de octubre
San Galo, abad
(† 646)
El glorioso abad san Galo, fue de nación irlandés, e hijo de padres tan ilustres por su nobleza como por sus cristianas virtudes. Pusiéronle desde niño en el monasterio de Bencor bajo la disciplina de san Columbano, donde hizo grandes progresos en la virtud, en la poesía y en las letras sagradas.
Siguió como fiel discípulo a san Columbano cuando este pasó de Irlanda a Inglaterra, y después a Francia, donde fueron muy bien recibidos, como varones de Dios, del rey Sigeberto, y fundaron el monasterio de Anegroy en una selva de la diócesis de Besanzón, y dos años después el de Luxenil.
Habiendo sido desterrado de este monasterio san Columbano por el rey Thierry cuyas liviandades había reprendido, se retiró con san Galo a los estados de Teodoberto a la sazón rey de Austrasia, y pusieron su asiento en una soledad horrorosa cerca del lago de Costanza.
Encontraron en él una capilla dedicada a san Aurelio, pero profanada por los gentiles, los cuales habían colgado algunos de sus ídolos en las paredes. Encendióse el celo de san Galo a vista de aquella abominación y determinó trabajar en la conversión de aquellas gentes con la esperanza de encontrar la corona del martirio.
Llegó el día de la fiesta principal de aquel lugar, y concurriendo mucho gentío, predicóles el santo con tanto fervor y eficacia contra las supersticiones del paganismo, que redujo a muchos a la fe cristiana. Pasando después de las palabras a las obras, derribó las estatuas de sus dioses, y arrojó al lago los pedazos que hizo de ellas.
San Columbano purificó la capilla, bendíjola, puso un ara sobre el altar y celebró el santo sacrificio de la misa. Fue creciendo aquella comunidad, levantáronse celdas alrededor de la capilla, y aquella colonia de santos religiosos hizo triunfar la vida monástica en medio del paganismo.
Curó san Galo una doncella hija del duque de Cunzón, que estaba poseída del demonio, y que no había podido curarse con los exorcismos: y reconocido el duque, hizo cuanto pudo para que el santo admitiese el obispado de Constanza que en aquella sazón había vacado; pero san Galo se resistió a aceptarlo. Por muerte de san Eustaquio, abad de Luxeu, todos los monjes eligieron por sucesor suyo a san Galo, pero éste renunció también aquella abadía, y nunca quiso salir de su soledad.
Finalmente habiéndole convidado el santo presbítero Willimar a la fiesta de su parroquia, predicó el santo con grande fruto delante de un numerosísimo concurso de gentes, y tres días después, pasó de esta vida a los ochenta años de su edad, y recibió la recompensa de sus méritos y virtudes.
Reflexión: No se puede hacer elogio más honorífico de un hombre, que el decir que fue amado de Dios. ¿Puede, en efecto, aspirar a más la ambición del corazón humano, que a ser favorecido de Dios con su amistad, como lo fue san Galo? Por esto los santos despreciaron siempre las honras y dignidades terrenas, abrazándose únicamente con la humildad y bajeza, persuadidos de que así agradaban de veras al Señor, y entraban por lo tanto a formar parte del número de sus amigos predilectos. O Cristo se engaña, dice san Bernardo, al abrazarse con la humildad’y las deshonras, o el mundo yerra, al correr desolado en pos de las honras y dignidades: pero Cristo no se puede engañar, porque es sabiduría infinita: luego el mundo yerra miserablemente.
Oración: Rogámoste, Señor, que nos recomiende delante de tu divino acatamiento la intercesión del bienaventurado abad Galo, para que lo que no podemos conseguir por nuestros méritos, lo alcancemos por su patrocinio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)