SAN JOAQUÍN
Padre de la Bienaventurada Virgen María
Todos cuantos son movidos por el Espíritu de
Dios, éstos son hijos de Dios.
(Romanos VIII, 14)
San Joaquín, padre de la Santísima Virgen, hizo tres partes de sus bienes, dedicó la primera al templo, la segunda a los pobres y reservó la tercera para el mantenimiento de su familia. Él creyó sin vacilación en la palabra del ángel que le dijo que su esposa daría a luz a un niño, a pesar de que ella había sido estéril durante veinte años y avanzada ya en edad. Después del nacimiento de María, quien debía ser la Madre de Jesús, él la condujo al templo para consagrarla al servicio del Señor.
MEDITACIÓN SOBRE LOS HIJOS ADOPTIVOS DE DIOS
I. Jesucristo es el Hijo de Dios por naturaleza; todos los cristianos son sus hijos por adopción y gracia. Tienen a Dios por padre, a Jesucristo por hermano, al cielo por herencia. Alma mía, elevémonos a Dios y despreciemos todo lo que no es Dios. He nacido para grandes cosas, puesto que soy hijo de Dios; no debo, pues, rebajarme hasta amar los bienes del mundo. Puedo poseer a Dios y reinar en el cielo: ¿no es bastante, acaso, para satisfacer mis ambiciones y colmar la totalidad de mis deseos? Hijos y herederos del Padre celestial, no os dejéis seducir por las riquezas de este mundo, ni por el brillo mentiroso de sus grandezas. En lo que a mí se refiere, he aprendido a pisotear la tierra y no a adorarla (San Clemente de Alejandría).
II. Para mantener dignamente este carácter de hijo de Dios, impreso en mi alma por el santo bautismo, es menester que todas mis acciones estén animadas del espíritu de Dios. Dios no trabaja sino por su gloria; mis acciones no deben tener otra finalidad que la gloria de mi Padre celestial. Descaezco si tengo en vista un fin menos elevado. Examinemos nuestras acciones: ¿por quién trabajamos? Si es por los hombres, perdemos nuestro tiempo. El mundo, de ordinario, es demasiado ingrato para que nos recompense dignamente de nuestros afanes; ¿acaso es agradecido?, y aunque lo fuere no puede hacerlo (Santo Tomás Moro).
III. Si estás animado del espíritu de Dios, trabajarás con celo por su gloria, sin temer el menosprecio de los hombres, sin buscar su estima. Te bastará tener por testigo de tus acciones a Dios que debe recompensarte. En todo tiempo y lugar serás fiel al Señor, porque Él te ve siempre en cualquier parte que estés. Sea cual fuere el resultado de tus empresas, ello no te turbará; te será suficiente que Dios conozca tu buena intención. ¿Cuál es el espíritu que te anima? ¿El del mundo, es decir, el deseo de riquezas? ¿El del demonio, es decir, el orgullo? ¿El espíritu de la carne, es decir, el amor de placeres y de comodidades de la vida? Todo esto es incompatible con el espíritu de Dios.
La obediencia a los superiores
Orad por los padres fallecidos
ORACIÓN
Oh Dios, que elegiste al Bienaventurado Joaquín entre todos tus Santos para ser el padre de la Madre de tu Hijo, te lo ruego, que al celebrar su fiesta sintamos los efectos de su protección incesante. Por J. C. N. S. Amén.
Tomado: de Meditaciones del P. Grosez