16 de abril
Santa Engracia y sus compañeros, mártires
(† 303)
La gloriosa virgen y fortísima mártir de Cristo santa Engracia era hija de un gran caballero y señor muy principal de Portugal, y habiendo concertado de casarla con un duque del Rosellón, o capitán de aquella frontera de Francia, la enviaba para celebrar las bodas muy bien acompañada de diez y ocho caballeros, parientes y familiares suyos, cuyos nombres eran Lupercio, Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturio, Casiano, Fausto y Jenaro: y estos cuatro últimos tenían por sobrenombre Saturninos.
Hallábase esta ilustre comitiva en Zaragoza, cuando Daciano como tigre fiero y cruel se relamía en la sangre de los cristianos de aquella ciudad principalísima y les afligía con los más horribles tormentos. Entonces armada de Dios, la virgen santa Engraciarse presentó con sus diez y ocho compañeros cristianos, ante el tribunal del inicuo juez, y le reprendió severamente por haberse despojado de la razón de hombre y vestídose de la crueldad de fiera, vertiendo tanta sangre de hombres inocentes, que no tenían otra culpa sino adorar al solo Dios verdadero.
Quedó Daciano pasmado, y pensativo sobre lo que había de hacer con aquella nobilísima y hermosísima doncella que así le hablaba; pero al fin pudo en él más su cruel naturaleza, que la humanidad, ni otro algún buen respeto; y mandó prender y azotar rigurosamente a la santa virgen y a aquellos diez y ocho caballeros; y para escarmiento de los demás cristianos de Zaragoza, hizo arrastrar a Engracia atada a la cola de un caballo por toda la ciudad.
Despedazáronle después sus virginales carnes con uñas de hierro, dislocáronle los miembros, cortáronle el pecho izquierdo, y cuando todo su santo cuerpo estuvo hecho una llaga, la cubrieron con una larga vestidura, y la dejaron así para que con los dolores de sus heridas se prolongase su martirio y se dilatase la muerte.
Y como ella perseverase en la confesión de Jesucristo, Daciano, irritado por aquella invencible constancia, mandó que le hincasen un clavo en la frente. Todavía se muestra en la cabeza de la santa el agujero de aquel clavo, en cuyo tormento la fidelísima esposa del Señor acabó de recibir la corona del martirio.
Finalmente a los diez y ocho caballeros mandó el procónsul degollar fuera de la ciudad, y en el mismo día recibieron con santa Engracia la palma de gloriosos mártires de Jesucristo. Consérvanse con gran veneración las preciosas reliquias de la santa en la cripta del templo de su nombre, magníficamente restaurado en nuestros días en la capital de Aragón. En un depósito del mismo sepulcro están las de san Lupercio, y en otro sepulcro de mármol las de los otros santos compañeros cuyos huesos son de color de rosa y despiden fragante olor.
Reflexión: Pues ¿quién no ve en el martirio de la gloriosa virgen Engracia y de los otros mártires, la omnipotencia y fortaleza de Dios, la desventura del hombre y la vana astucia y crueldad de Satanás? El cual inflamó a Daciano para que atormentase con exquisitas penas a una tierna doncella, y procurase extinguir el culto del verdadero Dios; mas el demonio quedó burlado, Daciano confuso, la virgen triunfando, Dios glorificado, propagada su santa religión, y la ciudad de Zaragoza ilustrada con los trofeos de tantos y tan gloriosos mártires con los cuales están ennoblecida y amparada de los encuentros de sus enemigos.
Oración: Vuelve, Señor, tus ojos benignos sobre la familia de tus fieles siervos, y concede, que amparada por la intercesión de la bienaventurada Engracia y sus compañeros mártires, sea defendida de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)