15 de marzo
San Raimundo de Fitero
(† 1163)
El bienaventurado abad san Raimundo, honor de España, gloria de la reforma del Císter, y esclarecido fundador de la sagrada y militar Orden de caballería de Calatrava, nació de padres ilustres en la ciudad de Tarazona del reino de Aragón.
Llamole el Señor al célebre monasterio de Scala Dei situado en la Gascuña, donde profesó el instituto de la reforma del Císter con tan grande ejemplo de virtud, que los venerables maestros de la Orden le enviaron con el santo monje Durando a fundar el magnífico monasterio de Santa María de Fitero.
Murió en esta sazón Alfonso VII, llamado comúnmente el Emperador de España, el cual peleando siempre las batallas del Señor, había abatido el orgullo de los agarenos, y cedido la villa y fortaleza de Calatrava a los caballeros Templarios: los cuales no pudiendo ya resistir a las fuerzas muy superiores de los infieles, hicieron dimisión de la plaza al rey don Sancho el Deseado.
Entonces fue cuando por instinto de Dios el abad san Raimundo con el monje Diego Velázquez, se ofreció al rey para defender aquella ciudad y fortaleza; y aceptó el monarca aquel ofrecimiento con general aplauso de las cortes.
Llenose de júbilo todo el reino, y disponiéndose ya a la empresa el esforzado abad, siguiéronle con extremado contento los próceres, y no quedó alguno que no le ayudase con soldados, armas, caballos y dinero. El arzobispo don Rodrigo puso en su mano crecidos caudales, y publicó muchas indulgencias en favor de los que se alistasen en sus banderas.
Juntose pues un ejército de veinte mil combatientes, y poniéndose al frente de todos el santo abad, dirigiose a Calatrava, donde consoló a los afligidos habitantes, fortaleció la plaza de todos modos, y rechazó a los árabes valerosamente poniéndolos en tan precipitada fuga que perdieron del todo las esperanzas de volverla a conquistar.
No satisfecho san Raimundo con esta retirada de los moros, quiso además escarmentarlos, y aunque se hallaba ya viejo tomó el bastón de general, y se puso cota de malla, morrión, y demás fornituras militares, y embistió a los enemigos en su mismo campo, los derrotó, los venció y los arrojó hasta de sus más inexpugnables fortalezas.
Creció prodigiosamente su ejército triunfante, y el número de fieles que le prestaban su ayuda: de los cuales hizo dos congregaciones religiosas, una de la reforma del Císter, y otra de solos militares con el mismo hábito de la Orden: las cuales fueron aprobadas por Alejandro III, y favorecidas de otros muchos Pontífices y reyes católicos, con grande acrecentamiento de la religión cristiana.
Finalmente, habiendo triunfado san Raimundo de los enemigos de la fe, se retiró de Calatrava para morir en un pueblo de su dominio, y añadir a sus innumerables triunfos, la corona inmortal de la gloria.
Reflexión: ¿Dónde se hallará valor semejante al que infunde en los corazones la religión cristiana? ¿Por ventura hay causa más santa y sublime que la causa de la verdad, de la fe, de la virtud, del cielo y de la gloria de Dios? “En efecto —dice el mismo infame Voltaire— un ejército de hombres que abrigan tales sentimientos es invencible”. Por el contrario, escribe el otro jefe de la moderna impiedad, Rousseau: “La irreligión y en general el espíritu filosófico, pone en los ánimos un desordenado amor de la vida, los deprime, los afemina y ablanda, y hace que todas las pasiones del hombre no sirvan más que a sus propios intereses y comodidades”. (Emile, I, 3.)
Oración: Señor Dios nuestro, que concediste al bienaventurado abad Raimundo pelear tus batallas, y vencer a los enemigos de la fe; concédenos por su intercesión que nos veamos libres de los enemigos del alma y del cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)