15 de julio
San Enrique I, emperador de Alemania
(† 1024)
El admirable emperador de Alemania san Enrique, por sobrenombre “el piadoso”, nació en el castillo de Abaudia, sobre el Danubio, y fue hijo de Enrique, duque de Baviera, y de Gisela, hija de Conrado, rey de Borgoña.
Bautizole el santo obispo de Ratisbona, Wolfango, el cual tomó a su cuenta la educación del niño y le hizo letrado, y aficionado a toda virtud.
Habiendo heredado el santo príncipe los estados de su padre, fue elegido con gran conformidad por emperador de Alemania, sucediendo en el imperio a Otón III.
Consultaba con Dios todo lo que había de disponer en el gobierno de sus vasallos, orando fervorosamente, dando largas limosnas, y tomando el parecer de los varones más santos y prudentes. Estando un día para asistir a unos espectáculos o fiestas públicas que parecieron mal a san Popón, abad, el cristiano príncipe luego las dejó y mandó que no se hiciesen.
Reparó muchas iglesias que estaban destruidas de los esclavones y otros bárbaros, y amplificó en todo su imperio la religión católica y el culto divino.
Habiendo vencido a Roberto, rey de Francia, y hecho paces con él, juntó un buen ejército contra los infieles, especialmente los polacos, bohemios, moravos y esclavones, y ciñéndose la espada que había sido de san Adriano mártir, salió a campaña, haciendo voto a san Lorenzo de reedificar su iglesia de Merseburgo si le alcanzaba victoria.
Y cuando le salieron al encuentro los príncipes enemigos con un formidable ejército de gente innumerable, mandó que todas sus tropas se confesasen y comulgasen, como solían hacer, en semejantes ocasiones, y les exhortó a pelear animosamente, esperando el favor del cielo.
Dio el Señor entera victoria de sus enemigos al santo emperador, el cual hizo tributarias a Polonia, Bohemia y Moravia, y declaró luego guerra a los borgoñones, que aunque estaban muy poderosos y armados, se le rindieron sin querer pelear.
Pasó más tarde a Italia para restituir, como lo hizo, a la silla de san Pedro a Benedicto VIII, de la cual había sido injustamente despojado. Recobró con gran valor la provincia de la Pulla, que le habían usurpado los griegos, y fue coronado en Roma con gran solemnidad por el papa Benedicto.
Cuando volvió a Alemania, quiso pasar por Francia y visitar el monasterio cluniacense que florecía con gran fama de santidad, y estando allí oyendo misa de la Cátedra de san Pedro, llevado de un gran fervor ofreció en ella su corona de oro llena de preciosísimas piedras.
Finalmente, después de tantas; victorias y obras heroicas de virtud, viendo que llegaba su última hora, llamó a los príncipes del imperio, y tomando por la mano a su mujer, santa Cunegunda, se la encomendó encarecidamente, declarando que estaba virgen, y que ambos habían, guardado castidad y vivido como hermanos. Murió el santo emperador a la edad de cincuenta y dos años.
Reflexión: Grande es la obligación que tienen los príncipes y gobernantes cristianos de amparar nuestra santísima religión. Del cumplimiento de este sagrado deber depende, como has leído, la prosperidad de los estados, porque la religión inspira así a los gobernantes como a los pueblos gobernados sentimientos de toda virtud y justicia que son la mejor garantía de la paz y felicidad de las naciones. Pero ¿qué ha de suceder si en la corte y en el reino imperan la irreligión, el egoísmo, la inmoralidad y la falta de toda justicia y temor de Dios?
Oración: ¡Oh Dios! que en este mismo día trasladaste al bienaventurado Enrique, tu confesor, desde el trono de la tierra al reino de la gloria; rogámoste humildemente que nos des tu ayuda para despreciar como él los halagos de este mundo, y llegar a ti por la inocencia de nuestras costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)