14 de noviembre
San Diego de Alcalá, confesor
(† 1463)
El humilde y bienaventurado san Diego, religioso de la Orden del seráfico padre san Francisco, fue de un lugar pequeño de Andalucía, llamado San Nicolás. Vivió algún tiempo en su tierra, cerca de una iglesia antigua y solitaria, en compañía de un devoto sacerdote, ermitaño, trayendo el mismo hábito, cultivando una huerta para sustentar su vida, y ocupándose en santos ejercidos de oración y meditación.
Volviendo un día del pueblo a su recogimiento, halló cerca de él una bolsa con dineros, y no quiso ni aun tocarla: y cuando quería afirmar mucho una cosa decía: “Así me cumpla Dios los deseos, que son de ser pobre fraile de san Francisco”. Cumplióselos el Señor; y Diego recibió el hábito de los Menores en el convento llamado San Francisco de Arrizafa, a media legua de Córdoba, escogiendo el estado humilde de fraile lego.
Hecha su profesión, fue a las islas Canarias en compañía del padre Fr. Juan de Santorcaz, que iba a plantar la fe entre aquella gente idólatra. Aportaron a una de las islas, en donde el santo Fr. Diego labró un convento; y aunque fraile lego, fue de él guardián.
Mas, con el fervoroso deseo que tenía de derramar su sangre por la fe, se embarcó para ir a la Gran Canaria, qué aún estaba poblada de gentiles. No se atrevieron los que gobernaban el navío a saltar a tierra, por temor de aquella gente feroz y bárbara, y sólo saltó el santo; el cual después de convertir muchos idólatras a la fe, por obediencia de sus prelados volvió a Andalucía.
Estuvo en varios monasterios de la orden y resplandeció en todas las demás virtudes. No tenía otra voluntad que la del Señor, en cuya cruz se gloriaba; trataba su cuerpo con extremada aspereza, y traía en sus manos una cruz de palo, para que nunca se apartase de su memoria la pasión de Jesucristo, y la recordase a los demás.
Despedía de su cuerpo una fragancia y olor suave y maravilloso; y oraba con tan fervoroso afecto, que muchas veces fue visto levantado en el aire, por la fuerza del alma que estaba arrebatada y absorta en Dios. De la sacratísima Virgen María fue devotísimo; y acostumbraba con el aceite de su lámpara ungir los enfermos que venían a él, haciendo sobre ellos la señal de la cruz, con la cual muchos quedaban sanos.
Una vez, estando en Sevilla, se encontró en la calle con una mujer que venía dando gritos como loca y fuera de sí, porqué un hijo suyo se había escondido en un horno de pan, y sin saberse que estaba allí, habían encendido el horno. Compadecióse el santo de la triste madre; y le dijo que se fuese luego a la iglesia mayor a encomendarse a la Virgen, y que esperase en Dios, que su hijo sería libre. Hízolo así la mujer; y su hijo salió del horno encendido, sin lesión alguna.
Finalmente, cargado ya el santo de años y méritos, y besando la santa cruz, dio sil espíritu al Señor.
Reflexión: Preguntarás ¿por qué en las religiones, y especialmente en la del seráfico padre san Francisco, ha habido tantos religiosos legos, que han florecido con extremada santidad? La causa es porque la bajeza de su estado los dispone y hace más hábiles para la humildad; y las ocupaciones en ayudar a los otros, para alcanzar la caridad; las cuales por ser más de manos que de estudio, no distraen ni derraman el corazón, de manera que pueden juntamente trabajar y orar.
Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, que con admirable disposición eliges lo más flaco del mundo para confundir a lo más fuerte: concédenos benigno, a nuestra humildad, que por los ruegos de tu confesor san Diego merezcamos ser sublimados a la gloria eterna y celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)