14 de julio
San Buenaventura, obispo y doctor
(† 1274)
El seráfico doctor de la Iglesia san Buenaventura, nació de padres esclarecidos por su linaje en una pequeña ciudad de Toscana, llamada Bagnarea.
Siendo muy niño tuvo una tan recia enfermedad, que le desahuciaron los médicos; y su madre prometió a san Francisco que, si alcanzaba la salud de su hijo, procuraría que tomase el hábito de su santa religión, como lo hizo en efecto Buenaventura a la edad de veintidós años.
Hecha su profesión religiosa, tuvo por maestro en París al famosísimo Alejandro de Hales, y leyó después al maestro de las sentencias en aquella universidad, con grande aplauso, y allí tomó el grado de doctor el mismo día que lo recibió el angélico doctor de la Iglesia, santo Tomás, con el cual tuvo muy estrecha amistad, y con su humilde porfía le rindió para que se graduase primero que él.
Entrando un día santo Tomás en la celda de san Buenaventura le rogó que le mostrase los libros más secretos de donde sacaba sus altísimos y divinos conceptos; entonces el santo le enseñó un crucifijo que tenía allí delante y le dijo: “Sabed cierto, padre, que éste es mi mejor libro”. Otra vez le halló santo Tomás escribiendo la vida de san Francisco, su padre, y no le quiso estorbar, diciendo: “Dejemos al santo que trabaje por otro santo”.
Con esta santidad y sabiduría juntaba san Buenaventura una prudencia tan maravillosa, que siendo de solos treinticinco años, con gran conformidad fue elegido ministro general de la orden.
Por este tiempo se trasladó el cuerpo de san Antonio de Padua a una iglesia suntuosa que se le había edificado en la misma ciudad de Padua. Hallose presente a esta traslación san Buenaventura, y hallando entre los huesos de la boca, la lengua del santo tan fresca y hermosa como si estuviera vivo, con ser ya el año treintidos de su muerte, tomola en sus manos el santo general, y derramando muchas lágrimas, exclamó: “¡Oh lengua bendita que siempre bendijiste a Dios y enseñaste a otros que lo bendijesen! ¡Bien muestras ahora cuan agradable le fuiste!”. Y besándola con grande reverencia la mandó poner en lugar honorífico.
Considerando la soberana majestad de Jesucristo sacramentado estuvo muchos días sin osar llegarse al altar, y un día oyendo misa, al tiempo que el sacerdote partía la hostia, una parte de ella se vino a él y se le puso en la boca.
Muerto el papa Clemente IV, y no concertándose los cardenales en la persona que habían de elegir, dieron sus votos a san Buenaventura, para que él solo eligiese al que le pareciese más digno de sentarse en la silla de san Pedro, y él nombró a Teobaldo, que en su asunción se llamó Gregorio X.
También llevó el mayor peso de los gravísimos negocios que se trataron en el concilio de León, y poco después que el papa le hizo allí cardenal y obispo de Albano, quiso Dios honrarle llevándole para sí a la edad de cincuenta y tres años.
Reflexión: Los muchos y doctísimos libros que dejó escritos san Buenaventura están llenos de una doctrina celestial y de un fuego de amor divino que alumbra el entendimiento de los que los leen, y abrasa su voluntad, y penetrando hasta lo más íntimo de las entrañas, les compungen con unos estímulos de serafín, y les bañan de una suavísima dulzura de devoción. Procura pues, amado lector, traer en las manos los libros de este doctor seráfico y también los demás escritos de los santos, que en ellos está atesorada la verdadera sabiduría que alimenta, perfecciona y satisface cumplidamente el espíritu.
Oración: Oh Dios, que te dignaste darnos por ministro de nuestra salvación al bienaventurado Buenaventura, concédenos que sea nuestro intercesor en el cielo el que tenemos por nuestro doctor en la tierra. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)