10 de junio
Santa Margarita, reina de Escocia
(† 1093)
La piadosísima reina de Escocia santa Margarita fue hija de Eduardo, rey de Inglaterra y de Águeda, hija del emperador. Desde su niñez fue dada a todas las obras de caridad con los pobres.
Casó con Malcolmo, rey de Escocia; y en el lugar donde se celebraron las bodas fabricó una suntuosa iglesia a honra y gloria de la Santísima Trinidad, enriqueciéndola con ornamentos de gran precio, con muchos vasos de oro y piedras preciosas. En las demás iglesias del reino dejó también memoria de su devoción y magnificencia, reparándolas y enriqueciéndolas.
Todos sus vasallos la temían y amaban; y cuando salía en público era grande la multitud de viudas, huérfanos y pobres que la seguían como a su madre.
Tenía exploradores repartidos por las provincias, que mirasen si se hacía alguna injusticia o inhumanidad, oprimiendo a los inocentes y desvalidos, como suele suceder, y que lo remediasen todo y en todo se obrase con amor y caridad.
Las primeras horas de la noche tomaba breve descanso y luego se levantaba y entraba en la iglesia, y rezaba maitines de la Santísima Trinidad, y estos terminados, rezaba el oficio de difuntos. Volvía después a su cuarto y a la mañana lavaba los pies a seis pobres, se los besaba y les daba larga limosna; y antes de sentarse ella a la mesa servía a nueve doncellas huérfanas y a veinticuatro pobres ancianas. Muchas veces hacía venir a su palacio trescientos pobres, y puesto el rey de una parte, y ella de otra les daban de comer y beber regalada y abundantemente.
Sabedora de lo porvenir, había hecho al rey su marido instancias y súplicas para que no fuese a cierta campaña en el condado de Cumberland, y como el rey no quisiese en esto darle gusto y saliese a la batalla, se puso la santa reina muy triste y dijo: “Hoy ha sucedido al reino de Escocia el mayor mal que podía suceder”. Y con brevedad vino la nueva de que el mismo día, fueron muertos en el combate el rey y el príncipe Eduardo, su hijo.
Cuatro días después estando la santa gravemente enferma, viendo a su hijo Edgaro que volvía del ejército, le preguntó por su padre y hermano, y como él respondiese que quedaban buenos, ella dando un tierno suspiro, dijo: “¡Ay hijo! que sé muy bien todo lo que ha pasado”: y levantando las manos y los ojos al cielo como Job, exclamó: “Gracias te doy, mi Dios, porque al fin de mi vida me has enviado tantas penas, para acrisolarme y purificarme de toda mancha de pecado”, y luego invocando y ensalzando a la Santísima Trinidad, entregó su preciosa alma al Criador.
Reflexión: Por ventura te has maravillado de leer como esta santa reina, después de haber pasado su vida en obras de tanta piedad y caridad, hubiese de lamentar la dolorosa pérdida de su esposo y de su hijo muertos en el campo de batalla. Mas ¿por qué has de asombrarte de esto? ¿No es acaso toda la vida humana un perpetuo combate sobre la tierra, como dice Job? ¿Por ventura el Señor de los ejércitos ha de dar la recompensa a sus soldados mientras se hallan todavía luchando en el campamento? No: sino cuando entren por la puerta triunfal del cielo que es su verdadera patria: y entonces es cada uno premiado conforme a sus méritos, y si a los santos exige el Señor tan grandes pruebas de heroísmo y fidelidad, es porque los tiene destinados a muy grande gloria.
Oración: Oh Dios, que hiciste tan admirable a la bienaventurada Margarita, reina de Escocia por la insigne caridad que ejerció con los pobres, concédenos que por tu imitación y a su ejemplo se aumente perpetuamente en nuestros corazones el amor a tu divina Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)
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