1 de enero
La Circuncisión de nuestro Señor Jesucristo y el adorable Nombre de Jesús
Dice el santo Evangelio que, llegado el octavo día del nacimiento de Cristo, en el cual, conforme a la ley de Moisés, debía ser circuncidado el Niño, aunque no le obligaba aquel precepto, padeció el cuchillo de la circuncisión y entonces fue llamado Jesús, nombre que le puso el ángel, ya antes de que fuese concebido (Luc II 21). Comienza, pues, a derramar sangre el Niño divino en el mismo día y hora en que es llamado Jesús.
Había Dios instituido la Circuncisión, y dádosela a Abraham para que fuese una señal del concierto que había hecho con Él y su pueblo, de cuya sangre había de nacer el Mesías, y sobre todo para borrar con aquel sacramento el pecado original, aunque no se borraba por la virtud y eficacia de la circuncisión, sino por la profesión de fe que en ella se hacía.
Exento estaba de aquella ley, el que como Dios era el supremo legislador, y como hombre no había sido concebido por obra de varón, ni había contraído la deuda del pecado original. Pero quiso darnos ejemplo de obediencia, sujetándose voluntariamente a aquella ley divina; de profundísima humildad, recibiendo en sí la divisa propia de los hombres pecadores; de mortificación y paciencia, padeciendo en su delicadísima carne aquella dolorosa herida de la circuncisión; y de caridad ardentísima, comenzando ya a padecer y derramar sangre como tierno cordero sin mancilla, que venía a quitar los pecados del mundo.
Este es el amor de nuestro Redentor divino; y por esta causa es llamado Jesús, que quiere decir Salvador. Dice el evangelista san Lucas que este nombre de Jesús vino del cielo, y que el ángel san Gabriel le declaró antes que el Niño fuese concebido; para darnos a entender que el Padre eterno dio ese nombre a su benditísimo Hijo para significar con él su grandeza, su excelencia y majestad, y el oficio de salvar a los hombres a que venía.
De manera que cuando oigas este nombre adorable, has de representarte en tu corazón un Señor tan misericordioso, tan hermoso, tan poderoso, que siempre está dispuesto a perdonar todos tus pecados, a restituir a tu alma la vida y hermosura de la gracia, a librarte de la servidumbre del demonio y recibirte en la compañía de los hijos de Dios.
¡Oh Nombre glorioso! ¡oh Nombre dulce, Nombre suave, Nombre de inestimable virtud y reverencia, inventado por Dios, traído del cielo, pronunciado por los ángeles y deseado en todos los siglos! Dice el apóstol: “El que invocare este Nombre será salvo”. (Rom X, 13). Traigamos, pues, este Nombre en los labios y en el corazón, y pronunciémoslo con suma reverencia, invoquémoslo en nuestras tentaciones y peligros, y en nuestro último trance sea la última palabra que balbuceen nuestros labios moribundos: ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
Reflexión: El día en que el Hijo eterno de Dios es llamado Jesús y comienza a derramar sangre por tu amor, tú comienzas un nuevo año de vida; ¿qué has de hacer, pues, sino consagrarte del todo al Señor desde las primeras horas del año nuevo? Dile al Niño Jesús circuncidado, que también quieres circuncidar tu corazón, como enseña el apóstol (Philip. III, 3), cortando de él todos los deseos carnales y mundanos, y que sea lo que fuere de tu vida pasada, desde hoy sólo quieres vivir conforme a su santísima y divina voluntad. Año nuevo, vida nueva.
Oración: Oh Dios, que comunicaste al género humano el premio de la eterna salud por la fecunda virginidad de la bienaventurada Virgen María, concédenos la gracia de experimentar la intercesión de aquella Virgen, por la que recibimos el Autor de la vida, Jesucristo Señor nuestro, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)