3 de diciembre
San Francisco Javier, confesor
(† 1552)
San Francisco Javier, ornamento de la Compañía de Jesús, gloria de su nación, taumaturgo de estos últimos siglos, apóstol de las Indias y del Japón, admiración de todas las naciones, era navarro y descendía de los reyes de Navarra.
Escogiole el Señor para resucitar en el siglo XVI, que fue el de las herejías, todos los prodigios y gracias de los apóstoles.
Inclinado a las letras y al estudio de la sabiduría, pasó a la universidad de París, donde graduado de maestro en artes, enseñó filosofía en aquella universidad, con grande aprobación y aplauso de sus discípulos. Fue compañero del beato Pedro Fabro, y los dos lo fueron de san Ignacio de Loyola en la fundación de la Compañía de Jesús.
Con deseo de visitar los santos Lugares, pasó a Venecia: y frustrado el viaje a Jerusalén, recorrió varias ciudades de Italia predicando y dando ejemplos de heroica humildad y mortificación. Fue designado para anunciar el Evangelio a las tierras de la India descubiertas por los portugueses, y pasó allá con el título y autoridad de Nuncio apostólico, que le dio Paulo III.
Llegado a Goa después de una larga y penosísima navegación, se dio del todo al trabajo apostólico, recorriendo a pie, y a veces descalzo, aquellas vastísimas regiones, y navegando a todas las islas de la Oceanía en que residían portugueses.
Cuando entre los oyentes los había de varias lenguas, cada uno oía a Javier como si le hablase en la suya natural: y sucedió algunas veces que haciéndole muchos a la vez preguntas sobre la doctrina, o por no entenderla bien o por dudar de ella, Javier con una sola respuesta satisfacía a todas las preguntas.
Lo que daba especial eficacia a su predicación eran los numerosos milagros que hacía, sanando enfermos, librando de peligros, calmando los mares embravecidos y los vientos tempestuosos, haciendo retroceder ejércitos enteros de bárbaros enemigos, descubriendo lo más oculto de los corazones, anunciando lo que estaba por venir, resucitando muertos, y acompañando todas estas maravillas con la no menor de sus apostólicas virtudes, el celo, la paciencia, la mansedumbre, la humildad, la misericordia con los desgraciados, el respeto a los superiores, la caridad con los iguales, la afabilidad con los inferiores.
Tuvo noticia del Japón recientemente descubierto por los portugueses, y al momento voló allá, exponiéndose a mil peligros: y con los ejemplos de sus virtudes y las maravillas que hemos dicho, plantó la fe en aquellos reinos, cuyos moradores la abrazaron con tal fervor, que semejaban los primeros cristianos convertidos por la predicación de los apóstoles.
Establecidas aquellas cristiandades y dejados en ellas ministros que las cultivasen, volvió él a Malaca, donde supo que se había descubierto la China; y se dirigió allá a predicar a Cristo. Llegado a Sancián, isla cercana al continente chino, alegre con la vista de la tierra y con la esperanza de nuevos triunfos, diose el Señor por satisfecho de sus trabajos y lo llamó al descanso eterno.
Reflexión: El recuerdo de Javier trae a la memoria millones de almas convertidas por su celo. ¡Oh! ¡cuánto amó y estimó el Hijo de Dios las almas! ¡La caridad nos habría de estar siempre solicitando y compeliendo a trabajar por salvarlas! Que no se puede sufrir que muera Dios por un alma y que la veamos irse a perder y a caerse en el infierno y que la podamos ayudar y no lo hagamos: esto no lo puede sufrir la caridad.
Oración: Oh Dios, que por la predicación y milagros de san Francisco Javier, te dignaste agregar a tu Iglesia los pueblos de las Indias; concédenos benigno, ya que veneramos los gloriosos merecimientos de sus virtudes, que también imitemos sus ejemplos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)