20 de enero: San Sebastián

San Sebastián
San Sebastián

20 de enero

San Sebastián, mártir

(† 288)

En este día dio la vida por amor de Jesucristo el ínclito mártir san Sebastián, favorito del emperador Diocleciano, y capitán de su guardia imperial.

Ya hacía tiempo que empleaba la autoridad que tenía en la corte, en favorecer a los cristianos, de que estaban llenas las cárceles; despreciando mil veces la vida, a trueque de servirles. Convirtió a la fe a Nicostrato, oficial del juez Cromacio; a Claudio, alcaide de la cárcel, a sesenta y cuatro presos gentiles, a otro Cromacio, vicario del prefecto, a toda su familia y esclavos, que en número de cuatrocientos recibieron el bautismo y fueron puestos en libertad.

Al fin delatáronle al emperador, el cual sintió mucho que el mismo capitán de su guardia fuese cristiano, e introdujese la religión cristiana en la corte y en el palacio, y mandó que sin forma alguna de proceso fuese luego asaetado por sus soldados.

Ejecutose la cruel sentencia; y como le dejasen ya por muerto atado a un tronco, por la noche fue a buscar el santo cuerpo Irene, viuda del mártir Cástulo, oficial del emperador, y hallándole vivo todavía, le hizo llevar con mucho secreto a su casa, donde le curó las heridas de las saetas.

Recobrada la salud, persuadíanle que se retirase, pero él, con un valor sin ejemplo, se presentó al emperador, el cual con grande asombro, le juzgó por resucitado. Abogó, pues, Sebastián delante de él por la causa de los cristianos, ofreciendo de nuevo la vida en defensa de la fe, mas como Diocleciano era monstruo sin entrañas, embraveciose como león sanguinario, y ordenó que llevasen al circo al fortísimo mártir, y que allí fuese públicamente apaleado hasta que expirase.

Así terminó la vida el cristiano y heroico capitán, a quien el santo Papa Cayo había dicho después del bautismo: Quédate en buena hora, hijo mío, en el palacio y en traje de oficial del emperador, sé glorioso defensor de la Iglesia de Jesucristo.

Tomaron los sayones el cadáver del santo mártir y le arrojaron de noche en un albañal, donde solía arrojar las inmundicias de la ciudad, para que los cristianos no supiesen donde estaba, ni le honrasen como a mártir, ni él hiciese milagros, y con la ocasión de ellos se convirtiesen los gentiles a la fe.

Pero el Señor ordenó las cosas de otra manera: Porque el mismo san Sebastián apareció en sueños a una santa matrona, llamada Lucina, y le reveló dónde estaba su cuerpo, y cómo había quedado pendiente de un gancho de un madero, y no había caído en aquel lugar hediondo e infame; y le mandó que le enterrase en las catacumbas a la entrada de la cueva y a los pies de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Todo lo cual ejecutó la religiosa señora puntualmente, y con gran devoción.

Reflexión: Cuando leemos estas proezas de los fortísimos mártires, se nos vienen las lágrimas a los ojos para llorar la ingratitud con que muchos cristianos de nuestros días reciben el soberano beneficio de la fe. Tenemos el mismo bautismo, el mismo Evangelio, el mismo Cristo: ellos ponían en su defensa sus haciendas y vidas, nosotros no estamos dispuestos a morir por Cristo ni por la vida eterna, antes desacreditamos con nuestras malas costumbres la santidad y divinidad de nuestra Religión. Reconozcamos nuestra malicia y hagamos penitencia de nuestros pecados para que en el día del juicio no se levanten contra nosotros aquellos mártires cubiertos de gloriosas heridas para condenar nuestra torpísima y detestable indiferencia.

Oración: Atiende, oh Dios todopoderoso, a nuestra debilidad, y pues nos oprime el peso de nuestros pecados, alívianos de él, por la intercesión del bienaventurado mártir san Sebastián. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)

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