17 de diciembre
Santa Olimpíades, viuda
(† 410)
La gloriosísima santa Olimpíades, dechado y espejo de las viudas cristianas, gloria de la Iglesia de oriente, nació de padres muy abastecidos de bienes de fortuna y ella lo fue más de los de gracia.
Habiendo quedado huérfana de padre y madre siendo aún muy niña, confiose su educación a una matrona muy honrada y de mucha virtud y religión, por nombre Teodosia; la cual, comprendiendo los deberes que tal confianza le imponía, trató de cumplirlos con gran diligencia y cuidado, infundiendo en el tierno corazón de la huerfanita el santo temor y amor del Padre celestial, y la misericordia con los pobres: y como todo esto lo hacía más con las obras y buen ejemplo que con las palabras, logró que Olimpíades a medida que iba creciendo en edad, creciese también en virtud y sabiduría.
Llegada a la edad en que le fue preciso tomar estado, contrajo matrimonio conforme con su posición y más con sus santas y purísimas costumbres, con Nebridio, tesorero del emperador Teodosio el Grande.
Mas Dios nuestro Señor, que la destinaba a ser modelo no de matronas casadas, sino de señoras viudas, dispuso que a los diez y ocho meses de su matrimonio la muerte le arrebatase a su marido.
Adoró Olimpíades los insondables arícanos de la Providencia, y resolvió no volver a tomar esposo que se le pudiese morir; permaneciendo tan constante en esta su resolución, que Teodosio, por más que lo procuró, nunca pudo recabar de la santa que aceptase por esposo a Elpidio, caballero español.
Ocupaba santamente su vida en obras de piedad y religión, visitando enfermos, abasteciendo de ornamentos y alhajas las iglesias pobres, en lo cual invertía sus abundantes riquezas, considerándose no como dueña de sus bienes, sino como administradora y dispensadora de los dones que de Dios había recibido.
La virtud de esta santa viuda fue tan reconocida, que Nectario, arzobispo de Constantinopla, la juzgó digna de ser públicamente elogiada; y, conforme a la costumbre de los primeros siglos, honró a Olimpíades con el título de Diaconisa: y san Juan Crisóstomo, sucesor de Nectario en la sede constantinopolitana, se glorió de tener en su Iglesia una diaconisa de la virtud y buen ejemplo de Olimpíades.
San Anfiloquio, san Epifanio, san Pedro de Sebaste, y otros esclarecidos y religiosísimos varones la honraron con sus cartas. Al ver la santa viuda la infernal tormenta suscitada por los herejes arrianos contra la Iglesia de Cristo, rogó al Señor abreviase los días de su vida, y la sacase de este valle de miserias: y el cielo oyó sus súplicas y gemidos llamándola al eterno descanso.
Reflexión: ¡Qué uso tan santo no hizo de las riquezas santa Olimpíades! Las empleó precisamente en lo que Dios quería que las empleara. Él quiso que hubiese en el mundo pobres y ricos. Las riquezas que estos poseen son bienes de Cristo. Ellos solo son sus administradores. ¡Cosa verdaderamente horrible gastar la hacienda de Cristo en diversiones y pasatiempos, mientras haya pobres que socorrer! Si Dios te ha concedido riquezas, te las ha concedido por los pobres y para los pobres. ¿Cómo te atreves pues a defraudar del tesoro de Cristo empleándolas en otros usos? Pero si en vez de riquezas te ha regalado Dios con pobreza y necesidad, lejos de entristecerse por ello tu corazón, debe alegrarse, considerando que te ha concedido los inmensos tesoros que recogió su divino Hijo en la tierra. Es que, como a Cristo, te reserva la herencia del cielo.
Oración: Óyenos, oh Dios salvador nuestro; y como nos gozamos en la festividad de la bienaventurada Olimpíades, así sepamos imitarla en su piedad y devoción. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)