Santo Evangelio del Día: 6 de febrero

Febrero 6

SAN TITO
Obispo y confesor

Doble
(ornamentos blancos)

Dichoso el varón que teme al Señor y pone todo su
placer en cumplir sus mandamientos
(Salmos CXI, 1)

 

Lección

Henoc agradó a Dios, y fue transportado al paraíso para predicar a las naciones la penitencia. Noé fue hallado perfectamente justo; y en el tiempo de la ira vino a ser instrumento de reconciliación. Por eso fue dejado un resto en la tierra cuando vino el diluvio. A Noé fue hecha aquella promesa sempiterna, según la cual no pueden ser destruidos por diluvio todos los mortales. Abrahán, aquel gran padre de muchas gentes, que no tuvo semejante en la gloria, el cual guardó la Ley del Altísimo, y estrechó con Él alianza, la que ratificó con la circuncisión en su carne, y en la tentación fue hallado fiel. Por eso juró el Señor darle gloria en su descendencia, y que se multiplicaría como el polvo de la tierra, y que su posteridad sería ensalzada como las estrellas, y que ella sería heredera de mar a mar, y desde el río hasta los términos de la tierra. Del mismo modo se portó con Isaac por amor de Abrahán su padre. A él le dio el Señor la bendición de todas las naciones, y confirmó su pacto sobre la cabeza de Jacob. Al cual distinguió con sus bendiciones, y le dio la herencia, repartiéndosela entre las doce tribus. Y le concedió que en su linaje hubiese siempre varones de misericordia que fuesen amados de todas las gentes. Le glorificó en presencia de los reyes; le dio preceptos que promulgase a su pueblo, y le mostró su gloria. Le santificó por su fe y mansedumbre, y le escogió entre todos los hombres. Por eso le hizo oír su voz y entrar en la nube; donde cara a cara le dio los mandamientos, y la ley de vida y de ciencia, para que enseñase a Jacob su pacto y sus juicios a Israel. Ensalzó a Aarón, hermano de Moisés, y semejante a él, de la tribu de Leví. Asentó con él un pacto eterno, le dio el sacerdocio de la nación, y le llenó de felicidad y gloria. Le ciñó con un cíngulo precioso, le vistió con vestiduras de gloria, y le honró con ornamentos de majestad. Le puso la túnica talar, y la túnica interior; le dio el efod, y puso alrededor suyo muchísimas campanillas de oro, para que sonasen cuando se moviese, y se oyese su sonido en el Templo; para acordar a los hijos de su pueblo. Le puso la vestidura santa, de oro, de jacinto y de púrpura, obra tejida, de varón sabio, dotado de verdadera prudencia; labor artificiosa, hecha de hilo de púrpura torcido, con piedras preciosas, engastadas en oro, esculpidas por industrioso lapidario, según el número de las tribus de Israel, y para memoria de éstas. Sobre su mitra una diadema de oro, donde estaba esculpido el sello de santidad, ornamento de gloria, obra primorosa, que con su belleza se llevaba tras sí los ojos. No hubo antes de él y desde el principio cosas tan preciosas. Jamás las vistió hombre alguno de otra gente; sino solamente los hijos de éste y sus nietos perpetuamente. Sus sacrificios eran diariamente consumidos por el fuego. Moisés le llenó las manos, y le ungió con el óleo sagrado. Fue concedido a él y a su descendencia, por un pacto eterno, y duradero como los cielos, el ejercer las funciones del sacerdocio, cantar las alabanzas, y en Su nombre bendecir a su pueblo. El Señor le escogió entre todos los vivientes para que le ofreciese los sacrificios, el incienso y olor suave; a fin de que haciendo memoria de su pueblo, se le mostrase propicio.

Eclesiástico XLIV, 16-27 XLV, 3-20

Evangelio

En aquel tiempo. Jesús designó todavía otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de Él a toda ciudad o lugar, adonde Él mismo quería ir. Y les dijo: “La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id: os envío como corderos entre lobos. No llevéis ni bolsa, ni alforja, ni calzado, ni saludéis a nadie por el camino. En toda casa donde entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hay allí un hijo de paz, reposará sobre él la paz vuestra; si no, volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den, porque el obrero es acreedor a su salario. No paséis de casa en casa. Y en toda ciudad en donde entréis y os reciban, comed lo que os pusieren delante. Curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El reino de Dios está llegando a vosotros’”.

Lucas X, 1-9

Visto en: Santo Evangelio del Día (https://santoevangeliodia.blogspot.com/)

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