MIÉRCOLES SANTO
Simple
(ornamentos morados)
“Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor.
No apartes de mi rostro”.
(Salmos CI, 2)
Lección
Así dijo el Señor: Decid a la hija de Sion: “Mira que viene tu Salvador, mira cómo trae consigo su galardón, y delante de él va su recompensa. ¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra con vestidos teñidos (de sangre)? ¡Tan gallardo en su vestir, camina majestuosamente en la grandeza de su poder! “Soy Yo el que habla con justicia, el poderoso para salvar”. ¿Por qué está rojo tu vestido y tus ropas como las de lagarero? “He pisado yo solo el lagar, sin que nadie de los pueblos me ayudase: los he pisado en mi ira, y los he hollado en mi furor; su sangre salpicó mis ropas, manchando todas mis vestiduras. Porque había fijado en mi corazón el día de la venganza, y el año de mis redimidos había llegado. Miré, mas no había quien me auxiliase, me asombré, pero nadie vino a sostenerme. Me salvó mi propio brazo, y me sostuvo mi furor. Pisoteé a los pueblos en mi ira, y los embriagué con mi furor, derramando por tierra su sangre. Celebraré las misericordias de Yahvé, las alabanzas de Yahvé, según todo lo que Yahvé nos ha hecho, y la gran bondad que ha usado con la casa de Israel según su piedad, y según la multitud de sus misericordias”.
Isaías LXIII, 1-7
Lección
En aquellos días: Dijo Isaías: Señor, ¿Quién ha creído nuestro anuncio, y a quién ha sido revelado el brazo del Señor? Pues creció delante de Él como un retoño, cual raíz en tierra árida; no tiene apariencia ni belleza para atraer nuestras miradas, ni aspecto para que nos agrade. Es un (hombre) despreciado, el desecho de los hombres, varón de dolores y que sabe lo que es padecer; como alguien de quien uno aparta su rostro, le deshonramos y le desestimamos. Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como castigado, como herido por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestros pecados, quebrantado por nuestras culpas; el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre él, y a través de sus llagas hemos sido curados. Éramos todos como ovejas errantes, seguimos cada cual nuestro propio camino; y el Señor cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros. Fue maltratado, y se humilló, sin decir palabra como cordero que es llevado al matadero; como oveja que calla ante sus esquiladores, así él no abre la boca. Fue arrebatado por un juicio injusto, sin que nadie pensara en su generación. Fue cortado de la tierra de los vivientes y herido por el crimen de mi pueblo. Se le asignó sepultura entre los impíos, y en su muerte está con el rico, aunque no cometió injusticia, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso quebrantarle con sufrimientos; mas luego de ofrecer su vida en sacrificio por el pecado, verá descendencia y vivirá largos días, y la voluntad del Señor será cumplida por sus manos. Verá (el fruto) de los tormentos de su alma, y quedará satisfecho. Mi siervo, el Justo, justificará a muchos por su doctrina, y cargará con las iniquidades de ellos. Por esto le daré en herencia una gran muchedumbre, y repartirá los despojos con los fuertes, por cuanto entregó su vida a la muerte, y fue contado entre los facinerosos. Porque tomó sobre sí los pecados de muchos e intercedió por los transgresores.
Isaías LIII, 1-12
La Pasión
En aquel tiempo: Se aproximaba la fiesta de los Ázimos, llamada la Pascua. Andaban los sumos sacerdotes y los escribas buscando cómo conseguirían hacer morir a Jesús, pues temían al pueblo. Entonces, entró Satanás en Judas por sobrenombre Iscariote, que era del número de los Doce. Y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y los oficiales (de la guardia del Templo) de cómo lo entregaría a ellos. Mucho se felicitaron, y convinieron con él en darle dinero. Y Judas empeñó su palabra, y buscaba una ocasión para entregárselo a espaldas del pueblo. Llegó, pues, el día de los Ázimos, en que se debía inmolar la pascua. Y envió (Jesús) a Pedro y a Juan, diciéndoles: “Id a prepararnos la Pascua, para que la podamos comer”. Le preguntaron: “Dónde quieres que la preparemos?”. Él les respondió. “Cuando entréis en la ciudad, encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo hasta la casa en que entre. Y diréis al dueño de casa: ‘El Maestro te manda decir: ¿Dónde está el aposento en que comeré la pascua con mis discípulos?’ Y él mismo os mostrará una sala del piso alto, amplia y amueblada; disponed allí lo que es menester”. Partieron y encontraron todo como Él les había dicho, y prepararon la pascua. Y cuando llegó la hora, se puso a la mesa, y los apóstoles con Él. Díjoles entonces: “De todo corazón he deseado comer esta pascua con vosotros antes de sufrir. Porque os digo que Yo no la volveré a comer hasta que ella tenga su plena realización en el reino de Dios”. Y, habiendo recibido un cáliz dio gracias y dijo: “Tomadlo y repartíoslo. Porque, os digo, desde ahora no bebo del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios”. Y habiendo tomado pan y dado gracias, (lo) rompió, y les dio diciendo: “Este es el cuerpo mío, el que se da para vosotros. Haced esto en memoria mía”. Y asimismo el cáliz, después que hubieron cenado, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derrama para vosotros. Sin embargo, ved: la mano del que me entrega está conmigo a la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo decretado, pero ¡ay del hombre por quien es entregado!” Y se pusieron a preguntarse entre sí quién de entre ellos sería el que iba a hacer esto. Hubo también entre ellos una discusión sobre quién de ellos parecía ser mayor. Pero Él les dijo: “Los reyes de las naciones les hacen sentir su dominación, y los que ejercen sobre ellas el poder son llamados bienhechores. No así vosotros; sino que el mayor entre vosotros sea como el menor; y el que manda, como quien sirve. Pues ¿quién es mayor, el que está sentado a la mesa, o el que sirve? ¿No es acaso el que está sentado a la mesa? Sin embargo, Yo estoy entre vosotros como el sirviente. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Y Yo os confiero dignidad real como mi Padre me la ha conferido a Mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como se hace con el trigo. Pero Yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos. Pedro le respondió: “Señor, yo estoy pronto para ir contigo a la cárcel y a la muerte”. Mas Él le dijo: “Yo te digo, Pedro, el gallo no cantará hoy, hasta que tres veces hayas negado conocerme”. Y les dijo: “Cuando Yo os envié sin bolsa, ni alforja, ni calzado, ¿os faltó alguna cosa?”. Respondieron: “Nada”. Y agregó: “Pues bien, ahora, el que tiene una bolsa, tómela consigo, e igualmente la alforja; y quien no tenga, venda su manto y compre una espada. Porque Yo os digo, que esta palabra de la Escritura debe todavía cumplirse en Mí: ‘Y ha sido contado entre los malhechores’. Y así, lo que a Mí se refiere, toca a su fin”. Le dijeron: “Señor, aquí hay dos espadas”. Les contestó: “Basta”. Salió y marchó, como de costumbre, al Monte de los Olivos, y sus discípulos lo acompañaron. Cuando estuvo en ese lugar, les dijo: “Rogad que no entréis en tentación”. Y se alejó de ellos a distancia como de un tiro de piedra, y, habiéndose arrodillado, oró así: “Padre, si quieres, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y se le apareció del cielo un ángel y lo confortaba. Y entrando en agonía, oraba sin cesar. Y su sudor fue como gotas de sangre, que caían sobre la tierra. Cuando se levantó de la oración, fue a sus discípulos, y los halló durmiendo, a causa de la tristeza. Y les dijo: “¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para que no entréis en tentación”. Estaba todavía hablando, cuando llegó una tropa, y el que se llamaba Judas, uno de los Doce, iba a la cabeza de ellos, y se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”. Los que estaban con Él, viendo lo que iba a suceder, le dijeron: “Señor, ¿golpearemos con la espada?”. Y uno de ellos dio un golpe al siervo del sumo sacerdote, y le separó la oreja derecha. Jesús, empero, respondió y dijo: “Sufrid aun esto”; y tocando la oreja la sanó. Después Jesús dijo a los que habían venido contra Él, sumos sacerdotes, oficiales del Templo y ancianos: “¿Cómo contra un ladrón salisteis con espadas y palos? Cada día estaba Yo con vosotros en el Templo, y no habéis extendido las manos contra Mí. Pero ésta es la hora vuestra, y la potestad de la tiniebla”. Entonces lo prendieron, lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del Sumo Sacerdote. Y Pedro seguía de lejos. Cuando encendieron fuego en medio del patio, y se sentaron alrededor, vino Pedro a sentarse entre ellos. Mas una sirvienta lo vio sentado junto al fuego y, fijando en él su mirada; dijo: “Este también estaba con Él”. Él lo negó, diciendo: “Mujer, yo no lo conozco”. Un poco después, otro lo vio y le dijo: “Tú también eres de ellos”. Pero Pedro dijo: “Hombre, no lo soy”. Después de un intervalo como de una hora, otro afirmó con fuerza: “Ciertamente, éste estaba con Él; porque es también un galileo”. Mas Pedro dijo: “Hombre, no sé lo que dices”. Al punto, y cuando él hablaba todavía, un gallo cantó. Y el Señor se volvió para mirar a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra del Señor, según lo había dicho: “Antes que el gallo cante hoy, tú me negarás tres veces”. Y salió fuera y lloró amargamente. Y los hombres que lo tenían (a Jesús), se burlaban de Él y lo golpeaban. Y habiéndole velado la faz, le preguntaban diciendo: “¡Adivina! ¿Quién es el que te golpeó?” Y proferían contra Él muchas otras palabras injuriosas. Cuando se hizo de día, se reunió la asamblea de los ancianos del pueblo, los sumos sacerdotes y escribas, y lo hicieron comparecer ante el Sanhedrín, diciendo: “Si Tú eres el Cristo, dínoslo”. Mas les respondió: “Si os hablo, no me creeréis, y si os pregunto, no me responderéis. Pero desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios”. Y todos le preguntaron: “¿Luego eres Tú el Hijo de Dios?”. Les respondió: “’Vosotros lo estáis diciendo: Yo soy”. Entonces dijeron: “¿Qué necesidad tenemos ya de testimonio? Nosotros mismos acabamos de oírlo de su boca”. Entonces, levantándose toda la asamblea, lo llevaron a Pilato; y comenzaron a acusarlo, diciendo: “Hemos hallado a este hombre soliviantando a nuestra nación, impidiendo que se dé tributo al César y diciendo ser el Cristo Rey”. Pilato lo interrogó y dijo: “¿Eres Tú el rey de los judíos?”. Respondiole y dijo: “Tú lo dices”. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a las turbas: “No hallo culpa en este hombre”. Pero aquéllos insistían con fuerza, diciendo: “Él subleva al pueblo enseñando por toda la Judea, comenzando desde Galilea, hasta aquí”. A estas palabras, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y cuando supo que era de la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes, que se encontraba también en Jerusalén, en aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se alegró mucho, porque hacía largo tiempo que deseaba verlo por lo que oía decir de Él, y esperaba verle hacer algún milagro. Lo interrogo con derroche de palabras, pero Él no le respondió nada. Entretanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí, acusándolo sin tregua. Herodes lo despreció, lo mismo que sus soldados; burlándose de Él, púsole un vestido resplandeciente y lo envió de nuevo a Pilato. Y he aquí que en aquel día se hicieron amigos Herodes y Pilato, que antes eran enemigos. Convocó, entonces, Pilato a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, y les dijo: “Habéis entregado a mi jurisdicción este hombre como que andaba sublevando al pueblo. He efectuado el interrogatorio delante vosotros y no he encontrado en Él nada de culpable, en las cosas de que lo acusáis. Ni Herodes tampoco, puesto que nos lo ha devuelto; ya lo veis, no ha hecho nada que merezca muerte. Por tanto, lo mandaré castigar y lo dejaré en libertad. [Ahora bien, debía él en cada fiesta ponerles a uno en libertad]. Y gritaron todos a una: “Quítanos a éste y suéltanos a Barrabás”. Barrabás había sido encarcelado a causa de una sedición en la ciudad y por homicidio. De nuevo Pilato les dirigió la palabra, en su deseo de soltar a Jesús. Pero ellos gritaron más fuerte, diciendo: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Y por tercera vez les dijo: “¿Pero qué mal ha hecho éste? Yo nada he encontrado en él que merezca muerte. Lo pondré, pues, en libertad, después de castigarlo”. Pero ellos insistían a grandes voces, exigiendo que Él fuera crucificado, y sus voces se hacían cada vez más fuertes. Entonces Pilato decidió que se hiciese según su petición. Y dejó libre al que ellos pedían, que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y entregó a Jesús a la voluntad de ellos. Cuando lo llevaban, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, obligándole a ir sustentando la cruz detrás de Jesús. Lo acompañaba una gran muchedumbre del pueblo, y de mujeres que se lamentaban y lloraban sobre Él. Mas Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque vienen días, en que se dirá: ¡Felices las estériles y las entrañas que no engendraron, y los pechos que no amamantaron! Entonces se pondrán a decir a las montañas: ‘Caed sobre nosotros, y a las colinas: ocultadnos’. Porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué será del seco?”. Conducían también a otros dos malhechores con Él para ser suspendidos. Cuando hubieron llegado al lugar llamado del Cráneo, allí crucificaron a Él, y a los malhechores, uno a su derecha, y el otro a su izquierda. Y Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Entretanto, hacían porciones de sus ropas y echaron suertes. Y el pueblo estaba en pie mirándolo, mas los magistrados lo zaherían, diciendo: “A otros salvó; que se salve a sí mismo, si es el Cristo de Dios, el predilecto”. También se burlaron de Él los soldados, acercándose, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si Tú eres el rey de los judíos, sálvate a Ti mismo”. Había, empero, una inscripción sobre Él, en caracteres. Uno de los malhechores suspendidos, blasfemaba de Él, diciendo: “¿No eres acaso Tú el Cristo? Sálvate a Ti mismo, y a nosotros”. Contestando el otro lo reprendía y decía: “¿Ni aun temes tú a Dios, estando en pleno suplicio? Y nosotros, con justicia; porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero Éste no hizo nada malo”. Y dijo: “Jesús, acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino”. Le respondió: “En verdad, te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Era ya alrededor de la hora sexta, cuando una tiniebla se hizo sobre toda la tierra hasta la hora nona, eclipsándose el sol; y el velo del templo se rasgó por el medio. Y Jesús clamó con gran voz: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, dio gloria a Dios, diciendo: “¡Verdaderamente, este hombre era un justo!”. Y todas las turbas reunidas para este espectáculo, habiendo contemplado las cosas que pasaban, se volvían golpeándose los pechos. Mas todos sus conocidos estaban a lo lejos –y también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea– mirando estas cosas. Y había un varón llamado José, que era miembro del Sanhedrín, hombre bueno y justo –que no había dado su asentimiento, ni a la resolución de ellos ni al procedimiento que usaron–, oriundo de Arimatea, ciudad de los judíos, el cual estaba a la espera del reino de Dios. Éste fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y habiéndolo bajado, lo envolvió en una mortaja y lo depositó en un sepulcro tallado en la roca, donde ninguno había sido puesto.
Lucas XXII, 1-71, XXIII, 1-53
Visto en: Santo Evangelio del Día (https://santoevangeliodia.blogspot.com/)