MARTES SANTO
Simple
(ornamentos morados)
“Guárdame, Señor, de la mano del pecador
y líbrame de los malvados, Señor”.
(Salmos CXXXIX, 5)
Lección
En aquellos días: Dijo Jeremías: Tú, oh Señor, me mostraste entonces sus maquinaciones. Yo era como un manso cordero llevado al matadero, y no sabía que contra mí maquinaban (diciendo): “Destrocemos el árbol con su fruto, y cortémosle de la tierra de los vivientes, y no quede ya más memoria de su nombre.” Pero Tú, oh Yahvé de los ejércitos, que juzgas con justicia, y escudriñas los riñones y el corazón, déjame ver como tomas de ellos venganza, porque a Ti te he entregado mi causa.
Jeremías XI, 18-20
La Pasión
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos: En aquel tiempo: Dos días después era la Pascua y los Ázimos, y los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban cómo podrían apoderarse de Él con engaño y matarlo. Mas decían: “No durante la fiesta, no sea que ocurra algún tumulto en el pueblo”. Ahora bien, hallándose Él en Betania, en casa de Simón, el Leproso, y estando sentado a la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro lleno de ungüento de nardo puro de gran precio; y quebrando el alabastro, derramó el ungüento sobre su cabeza. Mas algunos de los presentes indignados interiormente, decían: “¿A qué este despilfarro de ungüento? Porque el ungüento este se podía vender por más de trescientos denarios, y dárselos a los pobres”. Y bramaban contra ella. Mas Jesús dijo: “Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo. Porque los pobres los tenéis con vosotros siempre, y podéis hacerles bien cuando queráis; pero a Mí no me tenéis siempre. Lo que ella podía hacer lo ha hecho. Se adelantó a ungir mi cuerpo para la sepultura. En verdad, os digo, dondequiera que fuere predicado este Evangelio, en el mundo entero, se narrará también lo que acaba de hacer, en recuerdo suyo”. Entonces, Judas Iscariote, que era de los Doce, fue a los sumos sacerdotes, con el fin de entregarlo a ellos. Los cuales al oírlo se llenaron de alegría y prometieron darle dinero. Y él buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Ázimos, cuando se inmolaba la Pascua, sus discípulos le dijeron: “¿Adónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua?”. Y envió a dos de ellos, diciéndoles: “Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle, y adonde entrare, decid al dueño de casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi aposento en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’. Y él os mostrará un cenáculo grande en el piso alto, ya dispuesto; y allí aderezad para nosotros”. Los discípulos se marcharon, y al llegar a la ciudad encontraron como Él había dicho; y prepararon la Pascua. Venida la tarde, fue Él con los Doce. Y mientras estaban en la mesa y comían; Jesús dijo: “En verdad os digo, me entregará uno de vosotros que come conmigo”. Pero ellos comenzaron a contristarse, y a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo?”. Respondioles: “Uno de los Doce, el que moja conmigo en el plato. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay del hombre, por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido”. Y mientras ellos comían, tomó pan, y habiendo bendecido, partió y dio a ellos y dijo: “Tomad, éste es el cuerpo mío”. Tomó luego un cáliz, y después de haber dado gracias dio a ellos; y bebieron de él todos. Y les dijo: “Ésta es la sangre mía de la Alianza, que se derrama por muchos. En verdad, os digo, que no beberé ya del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beberé nuevo en el reino de Dios”. Y después de cantar el himno, salieron para el monte de los olivos. Entonces Jesús les dijo: “Vosotros todos os vais a escandalizar, porque está escrito: ‘Heriré al pastor, y las ovejas se dispersarán’. Mas después que Yo haya resucitado, os precederé en Galilea”. Díjole Pedro: “Aunque todos se escandalizaren, yo no”. Y le dijo Jesús: “En verdad, te digo: que hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres”. Pero él decía con mayor insistencia: “¡Aunque deba morir contigo, jamás te negaré!” Esto mismo dijeron también todos. Y llegaron al huerto llamado Getsemaní, y dijo a sus discípulos: “Sentaos aquí mientras hago oración”. Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan; y comenzó a atemorizarse y angustiarse. Y les dijo: “Mi alma está mortalmente triste; quedaos aquí y velad”. Y yendo un poco más lejos, se postró en tierra, y rogó a fin de que, si fuese posible, se alejase de Él esa hora; y decía: “¡Abba, Padre! ¡todo te es posible; aparta de Mí este cáliz; pero, no como Yo quiero, sino como Tú!”. Volvió y los halló dormidos; y dijo a Pedro: “¡Simón! ¿duermes? ¿No pudiste velar una hora? Velad y orad para no entrar en tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. Se alejó de nuevo y oró, diciendo lo mismo. Después volvió y los encontró todavía dormidos; sus ojos estaban en efecto cargados, y no supieron qué decirle. Una tercera vez volvió, y les dijo: “¿Dormís ya y descansáis? ¡Basta! llegó la hora. Mirad: ahora el Hijo del hombre es entregado en las manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Se acerca el que me entrega”. Y al punto, cuando Él todavía hablaba, apareció Judas, uno de los Doce, y con él una tropa armada de espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. Y el que lo entregaba, les había dado esta señal: “Aquel a quien yo daré un beso, Él es: prendedlo y llevadlo con cautela”. Y apenas llegó, se acercó a Él y le dijo: “Rabí”, y lo besó. Ellos, pues, le echaron mano, y lo sujetaron. Entonces, uno de los que ahí estaban, desenvainó su espada, y dio al siervo del sumo sacerdote un golpe y le amputó la oreja. Y Jesús, respondiendo, les dijo: “Como contra un bandolero habéis salido, armados de espadas y palos, para prenderme. Todos los días estaba Yo en medio de vosotros enseñando en el Templo, y no me prendisteis. Pero (es) para que se cumplan las Escrituras”. Y abandonándole, huyeron todos. Cierto joven, empero, lo siguió, envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo, y lo prendieron; pero él soltando la sábana, se escapó de ellos desnudo. Condujeron a Jesús a casa del Sumo Sacerdote, donde se reunieron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote, y estando sentado con los criados se calentaba junto al fuego. Los sumos sacerdotes, y todo el Sanhedrín, buscaban contra Jesús un testimonio para hacerlo morir, pero no lo hallaban. Muchos, ciertamente, atestiguaron en falso contra Él, pero los testimonios no eran concordes. Y algunos se levantaron y adujeron contra Él este falso testimonio: “Nosotros le hemos oído decir: ‘Derribaré este Templo hecho de mano de hombre, y en el espacio de tres días reedificaré otro no hecho de mano de hombre’”. Pero aun en esto el testimonio de ellos no era concorde. Entonces, el Sumo Sacerdote, se puso de pie en medio e interrogó a Jesús diciendo: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra Ti?”. Pero Él guardó silencio y nada respondió. De nuevo, el Sumo Sacerdote lo interrogó y le dijo: “¿Eres Tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”. Jesús respondió: “Yo soy. Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder, y viniendo en las nubes del cielo”. Entonces, el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos, y dijo: “¿Qué necesidad tenemos ahora de testigos? Vosotros acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?”. Y ellos todos sentenciaron que Él era reo de muerte. Y comenzaron algunos a escupir sobre Él y, velándole el rostro, lo abofeteaban diciéndole: “¡Adivina!”. Y los criados le daban bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, vino una de las sirvientas del Sumo Sacerdote, la cual viendo a Pedro que se calentaba, lo miró y le dijo: “Tú también estabas con el Nazareno Jesús”. Pero él lo negó, diciendo: “No sé absolutamente qué quieres decir”. Y salió fuera, al pórtico, y cantó un gallo. Y la sirvienta, habiéndolo visto allí, se puso otra vez a decir a los circunstantes: “Este es uno de ellos”. Y él lo negó de nuevo. Poco después los que estaban allí, dijeron nuevamente a Pedro: “Por cierto que tú eres de ellos; porque también eres galileo”. Entonces, comenzó a echar imprecaciones y dijo con juramento: “Yo no conozco a ese hombre del que habláis”. Al punto, por segunda vez, cantó un gallo. Y Pedro se acordó de la palabra que Jesús le había dicho: “Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres”, y rompió en sollozos. Inmediatamente, a la madrugada, los sumos sacerdotes tuvieron consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanhedrín, y después de atar a Jesús, lo llevaron y entregaron a Pilato. Pilato lo interrogó: “¿Eres Tú el rey de los judíos?”. Él respondió y dijo: “Tú lo dices”. Como los sumos sacerdotes lo acusasen de muchas cosas, Pilato, de nuevo, lo interrogó diciendo: “¿Nada respondes? Mira de cuántas cosas te acusan”. Pero Jesús no respondió nada más, de suerte que Pilato estaba maravillado. Mas en cada fiesta les ponía en libertad a uno de los presos, al que pedían. Y estaba el llamado Barrabás, preso entre los sublevados que, en la sedición, habían cometido un homicidio. Por lo cual la multitud subió y empezó a pedirle lo que él tenía costumbre de concederles. Pilato les respondió y dijo: “¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Mas los sumos sacerdotes incitaron a la plebe para conseguir que soltase más bien a Barrabás. Entonces, Pilato volvió a tomar la palabra y les dijo: “¿Qué decís pues que haga al rey de los judíos?”. Y ellos, gritaron: “¡Crucifícalo!”. Díjoles Pilato: “Pues, ¿qué mal ha hecho?”. Y ellos gritaron todavía más fuerte: “¡Crucifícalo!”. Entonces Pilato, queriendo satisfacer a la turba, les dejó en libertad a Barrabás; y después de haber hecho flagelar a Jesús, lo entregó para ser crucificado. Los soldados, pues, lo condujeron al interior del palacio, es decir, al pretorio, y llamaron a toda la cohorte. Lo vistieron de púrpura, y habiendo trenzado una corona de espinas, se la ciñeron. Y se pusieron a saludarlo: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le golpeaban la cabeza con una caña, y lo escupían, y le hacían reverencia doblando la rodilla. Y después que se burlaron de Él, le quitaron la púrpura, le volvieron a poner sus vestidos, y se lo llevaron para crucificarlo. Requisaron a un hombre que pasaba por allí, volviendo del campo, Simón Cireneo, el padre de Alejandro y de Rufo, para que llevase la cruz de Él. Lo condujeron al lugar llamado Gólgota, que se traduce: “Lugar del Cráneo”. Y le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero Él no lo tomó. Y lo crucificaron, y se repartieron sus vestidos, sorteando entre ellos la parte de cada cual. Era la hora de tercia cuando lo crucificaron. Y en el epígrafe de su causa estaba escrito: “El rey de los judíos”. Y con Él crucificaron a dos bandidos, uno a la derecha, y el otro a la izquierda de Él. Así se cumplió la Escritura que dice: “Y fue contado entre los malhechores”. Y los que pasaban, blasfemaban de Él meneando sus cabezas y diciendo: “¡Bah, Él que destruía el Templo, y lo reedificaba en tres días! ¡Sálvate a Ti mismo, bajando de la cruz!”. Igualmente los sumos sacerdotes escarneciéndole, se decían unos a otros con los escribas: “¡Salvó a otros, y no puede salvarse a sí mismo! ¡El Cristo, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que veamos y creamos!”. Y los que estaban crucificados con Él, lo injuriaban también. Y cuando fue la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús gritó con una voz fuerte: “Eloí, Eloí, ¿lama sabacthani?”, lo que es interpretado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Oyendo esto, algunos de los presentes dijeron: “¡He ahí que llama a Elías!”. Y uno de ellos corrió entonces a empapar con vinagre una esponja, y atándola a una caña, le ofreció de beber, y decía: “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”. Mas Jesús, dando una gran voz, expiró. Entonces, el velo del Templo se rasgó en dos partes, de alto a bajo. El centurión, apostado enfrente de Él, viéndolo expirar de este modo, dijo: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!”. Había también allí unas mujeres mirando desde lejos, entre las cuales también María la Magdalena, y María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, las cuales cuando estaban en Galilea, lo seguían y lo servían, y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén. Llegada ya la tarde, como era día de Preparación, es decir, víspera del día sábado, vino José, el de Arimatea, noble consejero, el cual también estaba esperando el reino de Dios. Este se atrevió a ir a Pilato, y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato, se extrañó de que estuviera muerto; hizo venir al centurión y le preguntó si había muerto ya. Informado por el centurión, dio el cuerpo a José; el cual habiendo comprado una sábana, lo bajó, lo envolvió en el sudario, lo depositó en un sepulcro tallado en la roca, y arrimó una loza a la puerta del sepulcro.
Marcos XIV, 1-72, XV, 1-46
Visto en: Santo Evangelio del Día (https://santoevangeliodia.blogspot.com/)