6 de marzo
San Olegario, obispo de Barcelona
(† 1136)
Uno de los blasones con que se ennoblece Barcelona es el poder contar entre sus ilustres hijos al glorioso san Olegario, dignísimo prelado de la ciudad condal y arzobispo de Tarragona.
Fue su padre de la orden ecuestre y muy valido del conde de Barcelona, don Ramón Berenguer, primero de este nombre. Su madre, llamada Guilia, era matrona nobilísima y santa, descendiente del antiguo linaje de los godos, la cual, criando a sus pechos al niño Oleguer, le dio con la leche la educación de buenas y santas costumbres.
Inscribiéronle a la edad de diez años en el gremio de los canónigos de la santa catedral de Barcelona, y ordenado de sacerdote en la edad competente, salió gran maestro, doctor y predicador famosísimo. Mas él renunció a la prebenda y tomó el hábito de los canónigos reglares de San Agustín en el convento de San Adriano, de donde por huir de la dignidad de prior, pasó a la abadía de San Rufo, que era un convento de la misma Orden en la Provenza.
No pudo al fin prevalecer su humildad, y tuvo que rendirse a la voluntad de Dios, que le había escogido para que fuese resplandeciente lumbrera de su santa iglesia. Fue, pues, elegido prior en la Provenza, y llamado después por voz común a la silla episcopal de Barcelona, y finalmente, escogido para la Cátedra metropolitana de Tarragona, con riguroso mandamiento del Sumo Pontífice.
Asistió al concilio Lateranense, convocado por Calixto II, el cual le hizo legado suyo a latere para el reino de España, y en el concilio de Clermont, nuestro santo declaró excomulgado al antipapa Anacleto, e hizo venir a concordia al conde don Berenguer con la señoría de Génova, puso paces en Zaragoza entre don Alonso, rey de Castilla y don Ramiro, rey de Aragón, reedificó iglesias, labró monasterios, concordó pleitos, hizo grandes limosnas, y sobre todas estas obras ilustres, fue siempre un espejo de toda virtud, un ángel de paz y un gran santo.
Estando cierto día en el fervor de la contemplación, todo absorto y fuera de los sentidos, pidió a Dios nuestro Señor le hiciera la gracia de revelarle el tiempo de su partida y última hora. Concediole Dios su petición, y en un sínodo a que asistió nuestro santo, dijo a los sinodales que sería aquella la última vez que les predicaría; y se vio ser así.
Recibió con mucha devoción los santos sacramentos, y diciendo en voz muy clara a Jesucristo y a su Madre Santísima: «En vuestras manos encomiendo mi espíritu», entregó su bendita alma al Creador. Falleció a los setenta y seis años de su vida, y fue luego canonizado al uso antiguo de la Iglesia, que era la veneración de los fieles y el permiso de los Sumos Pontífices, y más tarde por el Papa Inocencio XI, acreditando el Señor la santidad de su siervo con grandes y numerosos prodigios. Conservase incorrupto su santo cuerpo en la capilla del Sacramento, de la catedral de Barcelona.
Reflexión: Aunque en los procesos de canonización de este gran santo se refieren innumerables milagros, con todo eso, el cielo, para ostentar más su gloria, ha dispuesto le tenga el mundo por abogado especial de las mujeres que tienen partos peligrosos, las cuales invocándole han hallado luego su alivio, socorro y total consuelo, y si las criaturas nacen con algún evidente achaque y riesgo de perder la vida, con sólo invocar a san Olegario sus padres, han experimentado el beneficio manifiesto de su celestial protección, y dado gracias al Señor que así ha querido glorificar a su siervo santísimo.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu pontífice y confesor Olegario, acreciente en nosotros la devoción y la salud espiritual y eterna de nuestras almas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)