31 de agosto
San Ramón Nonato, confesor
(† 1240)
El heroico redentor de los cautivos san Ramón, conocido por el nombre de Nonato o no nacido, por haber nacido un día después de la muerte de su madre, fue natural de Portell en el principado de Cataluña.
Tuvo natural inclinación a las letras y al estado eclesiástico; mas no asintiendo en ello su padre, le envió como desterrado a una alquería para que cuidase de aquella hacienda. Había allí una ermita de la Virgen santísima, la cual habló al devoto joven y le dijo: “No temas, Ramón, porque yo te recibo desde ahora por hijo mío”. Y habiendo hecho el santo mancebo voto de perpetua virginidad, su Madre celestial le mandó que vistiese el hábito sagrado de los religiosos de la Merced.
Fue luego Ramón a Barcelona y cumplió la voluntad de la Virgen santísima, tomando aquel santo hábito, y como si con la nueva enseña se hubiese revestido de nuevo espíritu, anduvo a pasos de gigante por el camino de la perfección. Abrasábase en vivos deseos de redimir cautivos y librarlos del inminente riesgo en que se hallaban de perder la fe.
A este fin pasó a África; y dio principio a su obra con tan ardiente celo, que en poco tiempo rescató gran número de ellos, hasta el punto de agotar todo el caudal que los cristianos le habían mandado de limosna. No desmayó sin embargo el apóstol de la caridad: sino que compadecido de los que no pudiendo ya resistir más los ultrajes y malos tratamientos de los infieles, trataban de dejar la fe, el santo se entregó a sí mismo en rehenes, saliendo fiador por ellos con su persona, hecho cautivo por amor de Dios y de los hombres.
En tal estado no cesaba de afear a los moros los errores y vicios que les había enseñado su falso profeta, y de ensalzar la verdad y pureza del Evangelio de Cristo; y predicábales con tanto fervor y gracia del cielo, que gran número de infieles abrazaron la fe católica.
Enojóse sobremanera el bajá por las victorias que alcanzaba el apostólico varón; y mandó que le llevasen desnudo por las calles y le azotasen delante de todo el pueblo, y que en la mayor le barrenasen los labios con hierros encendidos, y le pusiesen un candado en la boca para que no pudiese hablar más ni predicar la ley del Señor.
Todos estos oprobios y tormentos llevó el santo con admirable paciencia; y extendiéndose la fama de sus heroicas virtudes por toda la cristiandad, y llegando a oídos del soberano pontífice Gregorio IX, en testimonio de su amor, le hizo cardenal de la santa Iglesia, y le ordenó que volviese a España.
Fue recibido el santo en Barcelona con gran pompa, y al pasar por Cardona sintióse gravemente enfermo. Entendiendo que le llegaba el fin de su vida pidió los santos Sacramentos: y como se tardase el sacerdote que había de administrárselos, el santo tuvo la dicha de ser viaticado por ministerio de los ángeles, que se le aparecieron vestidos del hábito de su religión, y consolado con esta visita celestial, dio plácidamente su espíritu al Creador.
Reflexión: La caridad verdadera con obras ha de mostrarse; y con obras costosas si es grande la caridad. ¡Cómo condenan nuestro miserable egoísmo, y nuestra dureza con tantos necesitados no menos del sustento del espíritu que del pan del cuerpo, los heroicos ejemplos de san Ramón! Temamos la terrible sentencia que el juez supremo ha de fulminar contra los hombres que fueron de duras entrañas con sus hermanos.
Oración: Oh Dios, que tan admirable hiciste al bienaventurado Ramón en rescatar cautivos del poder de los infieles: concédenos por su intercesión que rotas las cadenas de nuestros pecados cumplamos con libertad de espíritu tu santísima voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)
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