30 de agosto
Santa Rosa de Lima, virgen
(† 1617)
La primera flor de heroica santidad que produjo la América fue la admirable virgen santa Rosa, a quien llamaron con este nombre, por haber aparecido una vez estando en la cuna con el rostro admirablemente encendido como una rosa. Nació de virtuosos padres en la ciudad de Lima, capital del antiguo reino y actualmente república del Perú.
No pasaba de los cinco años la tierna niña, cuando por inspiración del cielo consagró su virginal pureza al esposo de las vírgenes Cristo Jesús, haciendo de ella voto perpetuo, y observándolo con tanta perfección, que entendiendo que sus padres trataban de darla en matrimonio a un joven, que se había prendado de su rara belleza y otras excelentes dotes que en ella resplandecían, se cortó su hermosa cabellera y afeó su rostro angelical.
Librada con esto del peligro de perder aquella preciosa joya que con tan grande voluntad había consagrado al Señor, echó mano de todos los medios posibles para asegurarla de todo peligro. El primer medio fue el ayuno, pasando cuaresmas enteras sin probar bocado de pan, y, lo que es más asombroso, no tomando más alimento que cinco granos o pepitas de cidra.
Acogióse también como a refugio más seguro, a la tercera orden del glorioso padre santo Domingo, y acrecentó sus primeras austeridades, ciñendo su cuerpo inocente con largo y muy áspero cilicio entretejido de alambres erizados de puntas, llevando día y noche debajo del velo una corona de espinas, y rodeóse la cintura con una cadena de hierro, que le daba tres vueltas.
Servíanle de cama unos troncos nudosos, sobre los cuales ponía pedazos de tejas, y para juntar mejor la mortificación con la oración, construyóse en un lugar muy retirado del jardín de su casa una celda o capilla, y a ella se recogía para entregarse con quietud y sin testigo a largas horas de contemplación, la cual interrumpía a menudo con sangrientas disciplinas.
Procuraba el maligno espíritu estorbarla y amedrentarla apareciéndose debajo de figuras horrendas y atizando el fuego de gravísimas tentaciones: pero nunca pudo vencer la paciencia y constancia de la santa doncella. A las persecuciones del infernal enemigo se añadieron los dolores de agudísimas enfermedades, los insultos de sus domésticos, las calumnias de los maledicentes, y ninguno de estos trabajos fue parte para sacar de los labios de la santa una palabra de queja: antes con grande humildad se tenía por merecedora de mayores y más acerbos tormentos.
Y como si todo esto no fuese bastante, por espacio de quince años apenas pasó día alguno en que no estuviera varias horas sumergida en un mar de desconsuelo y aridez espiritual; lucha más amarga y penosa que la misma muerte, y que ella soportó con gran fortaleza de ánimo y constancia sobrehumana. A estas desolaciones sucedieron los consuelos y delicias celestiales, con que el Señor regalaba a su fidelísima esposa y le anticipaba los gustos del cielo.
Finalmente, derretida la santa en seráficos ardores y enferma de puro amor divino, a los treinta años de su edad voló a su celestial Esposo.
Reflexión: Verdaderamente admirable es el Señor en sus santos: Él los previene con su gracia, Él les inspira la práctica de las más heroicas virtudes y les hace inventar extrañas maneras de deshacerse a sí mismos para no vivir más que a Dios.
Oración: Oh Dios omnipotente, dador de todo bien, que hiciste florecer en América por la gloria de la virginidad y paciencia a la bienaventurada Rosa, prevenida con el rocío de tu gracia; haz que nosotros, atraídos por el olor de su suavidad, merezcamos ser buen olor de Cristo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)
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