27 de febrero
San Leandro, arzobispo de Sevilla
(† 603)
El gloriosísimo apóstol de los godos san Leandro, fue hijo de Severiano, hombre principal y de gran linaje en Cartagena. Tuvo por hermanos a san Fulgencio, obispo de Écija, a san Isidoro, que le sucedió en la Iglesia de Sevilla, y a santa Florentina, abadesa y maestra de muchas santas vírgenes dedicadas al Señor.
Dando libelo de repudio al mundo, tomó el hábito de san Benito, y resplandeció tanto por su santa vida y doctrina, que por común consentimiento de todos fue elegido para la cátedra arzobispal de Sevilla.
Reinaba a la sazón Leovigildo, rey godo y hereje arriano y enemigo de los católicos; y como su hijo Hermenegildo hubiese abrazado muy de corazón la verdadera fe, hubo entre el padre y el hijo muchos y muy grandes disgustos y contiendas por causa de la religión, y vino el negocio a tanto rompimiento, que el reino se dividió en dos bandos, de católicos y herejes.
Mas cayó el hijo y príncipe Hermenegildo en manos de su padre; el cual le encarceló y cargó de duras prisiones y finalmente le hizo matar, por no haber querido comulgar por mano de un obispo arriano, que el padre le había enviado a la cárcel el día de Pascua.
Desterró luego de España a los obispos católicos, principalmente a san Leandro y a san Fulgencio su hermano, se apoderó de los bienes de las Iglesias y dio muerte a muchos católicos.
Mas cuando la tempestad estaba más brava y furiosa, comenzó el rey a reconocer su gran pecado, para lo cual le ayudaron algunos milagros que obró el Señor en el sepulcro de su hijo mártir, y una enfermedad de la cual falleció, encomendando a Recaredo, su hijo, que tuviese en lugar de padre a san Leandro y a san Fulgencio.
Así, pues, Recaredo después de la muerte de su padre, por consejo de san Leandro hizo juntar un concilio nacional, que fue el tercero Toledano, en el cual se halló san Leandro, y aun-presidió en él (como dice san Isidoro su hermano).
Celebrose este famoso concilio con grande paz y conformidad, y el rey se mostró piadosísimo y celosísimo de la fe católica, la cual abrazaron universalmente todos los godos, y san Leandro hizo una docta y elegante oración, alabando a nuestro Señor por las mercedes que había hecho aquel día a toda la nación y reino de España, y a toda la Iglesia católica.
Finalmente, volviendo san Leandro a su Iglesia de Sevilla, y gobernándola como Santísimo prelado, pasó de esta vida mortal a la edad de ochenta años para recibir de la mano del Señor la Corona de sus grandes merecimientos.
Reflexión: La unidad de la fe católica, fue el mayor beneficio que recibió España de la bondad de Dios por medio del glorioso san Leandro; y la pérdida de esta unidad ha sido el mayor azote que podía venir sobre nuestra desventurada patria. Cuando España era católica, y más católica que todas las demás naciones, floreció tanto en las virtudes, en las armas, en las artes y en las ciencias, que llegó a ser la primera y más poderosa nación del mundo. ¿Y qué hemos sacado de abrir las puertas a las herejías e impiedades de los extranjeros? La pérdida de la fe, de la honra, del poder, de la riqueza, de la paz, en una palabra: la ruina del cuerpo y del alma. Estos son los frutos del liberalismo infernal en España; y el mayor de todos sus males es la ceguedad en que se halla para no ver que todos estos azotes son justos castigos de su prevaricación.
Oración: ¡Oh Dios! que desterraste de España la pravedad arriana por la doctrina de tu santo confesor y pontífice Leandro, rogámoste por sus méritos y oraciones, que concedas a tu pueblo que se conserve siempre libre de toda plaga de errores y de vicios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)