24 de marzo
San Simón, inocente y mártir
(† 1475)
El martirio del glorioso e inocente niño san Simón, lo escribió pocos días después de haber pasado, Juan Matías Tiberino, cuya relación compendiada es como sigue: “Habitaban, dice, en un barrio de Trento, que está a la izquierda del castillo, tres familias de judíos, cuyas cabezas eran Tobías, Ángelo y Samuel, con quienes vivía un infernal y bárbaro viejo llamado Moisés. Estos se juntaron el jueves de la semana santa en la sinagoga y dijeron a Tobías: Tú solo, oh Tobías, puedes satisfacer nuestros deseos; porque tú tienes familiar comunicación con los cristianos, y así puedes con gran facilidad cogerles un niño, y si esto haces, tú vivirás con descanso, tus hijos con grandes medras. Con esta promesa Tobías entró a la tarde en la calle que llaman de las Fosas, y luego puso los ojos en un niño hermoso de dos años y cuatro meses, que estaba sentado y solo sobre el umbral de la puerta de su casa, y mirando el traidor a una y otra parta de la calle, y viendo que nadie le observaba, se llegó a la inocente criatura, y púsole con gran cariño un dedo en su tierna manecita. El niño le tomó el índice, y levantándose le fue siguiendo, hasta que habiendo pasado dos o tres casas, puso el judío una moneda en las manos del niño, y acariciándole en sus brazos para que no llorase, lo llevó fuera del barrio y se entró en casa de Samuel. Allí le pusieron en la cama, y como llorase e invocase el nombre de su madre, le daban uvas pasas, confites y otras cosillas. Entre tanto la madre andaba desesperada buscando al hijo de sus entrañas, sin poderlo hallar en ninguna parte. A la noche el cruel viejo Moisés con los otros judíos, tomando aquel inocente ángel que descuidado dormía, pasaron al lugar de la sinagoga que estaba en la misma casa, y allí desnudaron aquella inocente víctima dejándola en carnes; y tomando Samuel un lienzo, le rodeó el cuello embarazándole el aliento, para que no se oyesen sus gritos, y teniéndole los demás los pies y las manos. Entonces el viejo Moisés circuncidó al niño para disponerlo al sacrificio. Sacó después unas tijeras y comentó a abrirle desde la barba la mejilla derecha, y cortándole un pequeño pedazo de carne la puso en una fuente que tenía para recoger la sangre. Tomó después cada uno de los judíos las tijeras para hacer por turno la misma sacrílega y sangrienta ceremonia, y en acabando, el infame viejo abrió con un cuchillo la pierna derecha del mártir, y cortó un pedacito de carne de la pantorrilla; y los demás hicieron lo mismo. Luego el viejo levantó en alto al niño, en forma de cruz, y le fueron punzando con agujas todo el cuerpo más de una hora, hasta que el niño espiró, y pasó a gozar de Dios en el coro de los inocentes mártires”.
Reflexión: Jamás permitió a los judíos la ley de Dios dada por Moisés, sacrificio alguno de víctimas humanas, a pesar de ser tan usada esta bárbara costumbre entre las naciones y pueblos idólatras. La religión cristiana abolió hasta los sacrificios de animales, y toda práctica de culto sangriento, y así no fue la religión divina la que inspiró a aquellos judíos los nefandos sacrificios de niños que hacían, sino la abominable superstición en que cayeron, después de haber crucificado al Hijo de Dios, y rechazado la ley de su divino Mesías. Los pueblos que dejan la verdadera religión, se olvidan de la ley de la caridad, y se vuelven egoístas, inhumanos y crueles.
Oración: Señor Dios, cuya Pasión santísima confesó el santo inocente niño Simón, no hablando, sino perdiendo por ti la vida; concédenos que nuestra vida pregone con inculpables costumbres, la misma fe que confesamos con nuestros labios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(P. Francisco De Paula Morell, S. J., Flos Sanctorum)